Nicaragua: La revolución y tú
La revolución sandinista fue un emblema para los grupos de izquierda de toda América Latina. Luego de la revolución cubana, era la segunda que triunfaba en nuestro continente, y ésta no era de barbones ni exclusivamente guerrillera, pues implicaba un movimiento social amplio y convocante, en una sociedad hastiada por el cruel somocismo. Para muchos fue un hito. En nuestro país, el MRTA decidió tomar la vía armada precisamente luego de evaluar el triunfo sandinista. Ya no sólo era Cuba, sino también una Nicaragua sin Somosa, que otorgaban sobre todo la fe (antes que la justificación) en un fantasma que supuestamente iba a recorrer el mundo.
Casi treinta años después, los sandinistas están de vuelta en el poder. Pero no del modo que los más optimistas previeron en la historia. Un niño que regala adornos a cambio de propinas en la Plaza de la Revolución en Managua interrumpe una conversación y dice: “el Palacio del Pueblo está cerrado porque seguro hoy viene el maldito de Daniel”. Un niño sentencia con inocencia y sabiduría retratando en una frase de rabia pueril lo que ve alrededor: publicidad estatal tan despilfarrada como la miseria, desazón de una promesa devaluada a punta de arbitrariedad, y la exacerbación de un idealismo que no va a la par con los tiempos. La revolución sandinista pasa a mejor recuerdo, si alguno, mientras se diluye en la furia de sus promesas incumplidas. Que mayor confusión entre Estado y Partido si la sede del Ejecutivo es el local del FSLN. Que mayor compenetración entre Partido y caudillo, si el local del Frente es la residencia presidencial. Que mayor desilusión que la que lleva este niño de la calle.
Managua es una ciudad disputada por monumentos, una lucha permanente por la memoria histórica, cuyo equilibrio (y reconciliación) están aún lejanos. Los triunfadores, acaso alguno, son coyunturales, y la historia oficial dura lo que dura un gobierno. Por ahora, la Plaza de la Revolución esta reluciente y florida; mientras que el Parque de la Paz es prácticamente una incomodidad abandonada. Si el gobierno no fuera sandinista, quizás la disposición de la ciudad fuese otra. La historia no pertenece a los nicaragüenses sino a los que están temporalmente en el poder.
En medio de la verificación del fracaso revolucionario, tu mirada me desconcierta y toma por asalto cualquiera de mis precauciones. Trato de tomar nota de cómo ordenas tu cabello, de tu timbre de voz cuando te emocionas. Pero resultas igual de esquiva y utópica. La eternidad contigo es instantánea, un sueño loco y efímero que se esfuma ante la penosa constatación de los códigos postales distintos, de direcciones que nunca serán las mismas, de charlas que no continuarán. Sólo queda despedirse amicalmente --sin despertar sospechas-- al borde de la cama (que parece ser el borde de un abismo). Volteamos la página confiando ilusamente, casi por cortesía, que “algún día nos volveremos a ver”.
Hoy, mientras dejo Nicaragua leyendo el libro del que hablabas, confío en que la revolución permanecerá en las enciclopedias de historia, y tu sonrisa en las fotos del facebook.
Casi treinta años después, los sandinistas están de vuelta en el poder. Pero no del modo que los más optimistas previeron en la historia. Un niño que regala adornos a cambio de propinas en la Plaza de la Revolución en Managua interrumpe una conversación y dice: “el Palacio del Pueblo está cerrado porque seguro hoy viene el maldito de Daniel”. Un niño sentencia con inocencia y sabiduría retratando en una frase de rabia pueril lo que ve alrededor: publicidad estatal tan despilfarrada como la miseria, desazón de una promesa devaluada a punta de arbitrariedad, y la exacerbación de un idealismo que no va a la par con los tiempos. La revolución sandinista pasa a mejor recuerdo, si alguno, mientras se diluye en la furia de sus promesas incumplidas. Que mayor confusión entre Estado y Partido si la sede del Ejecutivo es el local del FSLN. Que mayor compenetración entre Partido y caudillo, si el local del Frente es la residencia presidencial. Que mayor desilusión que la que lleva este niño de la calle.
Managua es una ciudad disputada por monumentos, una lucha permanente por la memoria histórica, cuyo equilibrio (y reconciliación) están aún lejanos. Los triunfadores, acaso alguno, son coyunturales, y la historia oficial dura lo que dura un gobierno. Por ahora, la Plaza de la Revolución esta reluciente y florida; mientras que el Parque de la Paz es prácticamente una incomodidad abandonada. Si el gobierno no fuera sandinista, quizás la disposición de la ciudad fuese otra. La historia no pertenece a los nicaragüenses sino a los que están temporalmente en el poder.
En medio de la verificación del fracaso revolucionario, tu mirada me desconcierta y toma por asalto cualquiera de mis precauciones. Trato de tomar nota de cómo ordenas tu cabello, de tu timbre de voz cuando te emocionas. Pero resultas igual de esquiva y utópica. La eternidad contigo es instantánea, un sueño loco y efímero que se esfuma ante la penosa constatación de los códigos postales distintos, de direcciones que nunca serán las mismas, de charlas que no continuarán. Sólo queda despedirse amicalmente --sin despertar sospechas-- al borde de la cama (que parece ser el borde de un abismo). Volteamos la página confiando ilusamente, casi por cortesía, que “algún día nos volveremos a ver”.
Hoy, mientras dejo Nicaragua leyendo el libro del que hablabas, confío en que la revolución permanecerá en las enciclopedias de historia, y tu sonrisa en las fotos del facebook.
Labels: Ficciones
4 Comments:
Loco, buena mezcla: el contexto politico y el canto del bobo ametrallando la realidad ja..muy buena!
Mantilla
En España tambien hicieron revolucion, y al final la historia termina tanto en el Lado A y en el Lado B del disco, como ya tu sabes. A seguir bailando Meneito y Sopa de Caracol.
ya pegaste tú tambien la cosa esa de páginas amarillas.
ya no tengo ningun blog al cual ir
yo creo que ya te leyeron en Managua...
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