El “sorprendente” Arana: ¿Marco o Carlos?
Imagínese que es un ciudadano de un sector popular de las zonas marginales de cualquier ciudad del país. Imagínese que no tiene un trabajo fijo, y que vive de cachuelos eventuales, como peón en la construcción de un edificio nuevo, o como comerciante interprovincial. Obviamente, no tiene tiempo para participar de alguna organización política (llámese partido) o de evaluar las propuestas políticas (y sus matices ideológicos) de las plataformas políticas de aquellas. En todo caso, le convencerá aquel discurso que se dirija a su realidad cotidiana. ¿Qué tipo de vínculo político considera, estimado lector, será más atractivo para este ciudadano? ¿Aquél que le ofrece un puesto de trabajo o un beneficio concreto e inmediato, aunque sea temporal, a cambio de su apoyo político? ¿O aquél que apela a un discurso de desarrollo alternativo concentrado en la “defensa del medio ambiente”?
En los últimos años, dos personajes han intentado la construcción de vínculos entre la política y la ciudadanía a través de estas dos estrategias distintas. Uno de ellos ha logrado protagonismo en el contexto de conflictos sociales en zonas de inversión minera, arbitrando o “defendiendo” a las comunidades afectadas por esta actividad. El otro aparece como una suerte de especialista en articular redes y estrategias de movilización política –clientelares—a través de programas sociales. El primero busca acercarse al ciudadano a través de un discurso programático/ideológico. El segundo a través de un intercambio entre bienes a cambio de soporte político. El primero tienta la Presidencia de la República. El segundo “trabaja para su partido”, el Apra. ¿Cuál de los dos, considera Usted, sintoniza mejor con el perfil del ciudadano que describíamos inicialmente?
A estas alturas, no debería sorprendernos que los vínculos clientelares sean más fuertes en el establecimiento de las fidelidades políticas. En un contexto donde las discusiones programáticas resultan sofisticadas y abstractas para el ciudadanos promedio, en el que los arraigos personalistas son endebles (los caudillos históricos no existen), y en el que la política está desprestigiada, el clientelismo se convierte en una estrategia pragmática, donde paradójicamente, el ciudadano tiene capacidad de negociación, de conseguir bienes materiales de manera más inmediata, y de construir lealtades. Evidentemente, también tiene su lado oscuro, porque la relación es asimétrica y arbitraria; sin embargo puede resultar ser un mal menor ante alternativas que sólo ofrecen discursos bienintencionados, pero poco concretos. Intuyo que la sorpresa vendrá por el lado de los que apelan a un pasado clientelar (el fujimorismo) o los que lo planteen como parte de una estrategia al servicio del real-politik (¿Carlos Arana en el Congreso?).
Publicado en Correo, 24 de Octubre del 2009.
Labels: Debates
2 Comments:
Salud
Triste disyuntiva, pero nada nueva: Populismo y clientelismo vs programas políticos. Y siempre gana la misma parte en dicha lucha.
Lo triste es que eso no solo pasa en el momento de las elecciones, sino que condiciona la forma de gobernar, donde se prefiere la obra que se haga y termine en el gobierno que la inicia que cualquier iniciativa de larga data, que requiera esfuerzo durante mucho tiempo pero dé resultados en 20 años...
Ahora, ¿para qué tanta hipocresía hablando de partidos o criticando el oportunismo de tal o cual posible candidato y los satélites que se le pegan si al final el votante mayoritario lo hace por clientelismo/adscripción al populismo?
Hasta luego ;)
Como siempre, un buen tema.
El año pasado, estuve en el IEP, en una mesa de diálogo donde se hablaba sobre el clientelismo.
Usted estuvo online presentado su paper junto al Dr. Tanaka.
¿Cuando podremos ver este material?
La hinchada se lo pide.
Saludos!!!
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