Monday, October 31, 2011

El duro espejo boliviano

Dic.2009. Cuando todo era felicidad


Lecciones del vía crucis político de Evo Morales que no debería repetir Ollanta Humala

Diciembre de 2009. Cierre de campaña presidencial. 200.000 personas se concentraban en El Alto, ciudad adyacente a La Paz, para recibir a Evo Morales, por entonces candidato a la reelección. Agrupados alrededor de sindicatos y gremios, organizaciones comunales y ‘ayllus’, los asistentes coreaban el nombre de su líder, quien al bajar de un helicóptero se parecía más a un ‘rockstar’ que a un político latinoamericano contemporáneo. En aquellas elecciones, Morales obtendría la mayor votación histórica de un político boliviano: 65%. Definitivamente vivía un idilio con su pueblo, que parecía iba a perdurar largamente.

Septiembre de 2011. En las plazas de La Paz se reúnen colectivos pro indigenistas y medioambientalistas para apoyar la marcha que desde el 15 de agosto vienen realizando las comunidades nativas del Tipnis (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécuren) en contra del proyecto del Gobierno de Morales de construir una carretera que cruce el territorio protegido atentando contra la reserva natural y contra sus propiedades. “Yo voté por Evo –me dice una activista– y hoy me arrepiento”. Luego del ‘gasolinazo’ de diciembre pasado –eliminación de subsidios para nivelar el precio del combustible a los estándares regionales– la popularidad del presidente ha caído y no levanta cabeza: 35%. Pero ahora, diez asambleístas indígenas del MAS (partido de gobierno) amenazan con renunciar y relevantes apoyos sociales del régimen –indígenas y obreros– se movilizan en su contra. ¿Qué pasó en dos años para que la promesa de genuina representación política se desplomara y comenzara su más serio trance? ¿Si Morales no es capaz de cerrar la brecha de crisis de representación, qué alternativas quedan en Bolivia? ¿Cuáles son las lecciones para el Gobierno de Ollanta Humala?
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Thursday, October 27, 2011

Humala o el Poeta de la Zurda

Sobre el verso político de izquierda

Durante una campaña electoral los candidatos prometen bajar la Luna a los pies de los electores. Inclusive los que enfatizan “no engañar al pueblo”, terminan sumidos en la vorágine de las promesas gratuitas. El candidato Humala –quien desde un inicio marcó distancia con los ‘políticos tradicionales’– no fue ajeno a caminar por las tramposas arenas movedizas de la demagogia. Ahora, más bien parco, durante la primera mitad del año vendió la idea de una “gran transformación” y que se basaba en dos pilares: inclusión social y lucha anticorrupción. Ofreció un gobierno que produjera políticas para los excluidos (económicos y políticos) y una administración ejemplar en materia de honestidad pública, “sin otorongos” y sin negocios por debajo de la mesa.

Si veinte años no es nada, cien días mucho menos. Sin embargo, la denuncia periodística sobre el presunto tráfico de influencias de nuestro segundo vicepresidente y representante de los descamisados, Omar Chehade, y el desvelamiento de los prontuarios de algunos parlamentarios del oficialismo, hacen temer un mar de desilusiones políticas. Salvo que el Gobierno emplace a sus integrantes a “caminar derecho”, pese a que a la mayoría les encante irse por la zurda. Si a ello le sumamos una gestión que, por la composición de puestos claves en el Ejecutivo, ha optado por una línea de centro (y no por una de izquierda estatista que prometía en campaña), parece que Humala será uno más de nuestros presidentes que termina gobernando, traicionando las plataformas con las que fueron elegidos.

Hasta el nombramiento de respetados técnicos (aunque sin experiencia política) en ministerios da cuenta de que la propuesta de Humala no se aleja para nada de lo viejo conocido: un Gobierno sin estructura ni partido que ordene las carreras políticas y que genere disciplina al interior del oficialismo, y que se guía excesivamente en la confianza interpersonal a primera vista (“me cae bien, puede ser ministra”) para construir una burocracia estatal. En términos concretos, la política bajo el gobierno de Humala va por la línea de mantener los ingredientes de la última década: alto nivel de personalismo y falta de disciplina política.

¿Acaso Toledo no invitó a profesionales honestos de los mismos ‘think tanks’, precisamente porque sus cuadros al interior de PP no daban la talla? ¿Acaso García no tuvo que buscar fuera de su trajinado partido soportes claves que le resolvieran los apuros con gran tecnicismo, pero con cero responsabilidad política por sus actos? Por lo que hemos visto en los últimos años, el profesional independiente (sí, usted viceministro) no tiene el chip del ‘responsiveness’ político, no tiene compromiso con el proyecto que llegó al poder, y cuando las papas queman, terminan volviendo a sus consultorías y se quedan con el consuelo de “se hizo lo que se pudo”. Quien intentó involucrarse más políticamente fue Mercedes Aráoz, y ya saben lo que le pasó.

No vemos indicios de que el Gobierno de Humala transforme lo que verdaderamente importa. Tener ministros a quienes puedas tutear públicamente no es el cambio que requiere el país. Tampoco vamos a ser ilusos de creer que tiene la varita mágica de emprender una “revolución de las pequeñas cosas”. Su responsabilidad de cambio es generar más estructuras que ordenen la política y menos personalismo. Luego de la poesía electoral, solo hemos tenido haikus vía Twitter desde la influyente ‘primera poetisa de la nación’. Como si desconocieran que en política las palabras no se las lleva el viento, sino que regresan como poderosos búmeran cuando menos esperan los poetas.

Publicado en Correo Semanal, 27 de Octubre del 2011

Thursday, October 20, 2011

El indignado confundido

Sobre las protestas en Wall Street y su repercusión en el Perú


Un fantasma recorre el mundo. El fantasma de la indignación. Desde la Primavera árabe hasta el Otoño gringo, pasando por la Puerta del Sol de Madrid, hasta los “pingüinos” ya grandecitos de Chile. Cualquier paro, marcha, “flashmob” es interpretado bajo esta consigna. En este contexto, la convocatoria de Occupy Wall Street (OWS) llegó a Lima generando expectativas, aliados y detractores. ¿Cómo analizamos esta ola de protestas autodenominada “Revolución global”?

Primero centrémonos en el enmarcado de las movilizaciones. OWS es una protesta que ataca al sistema de relaciones económicas que ha dejado de funcionar. Cuestiona la brecha entre representación política y distribución de la riqueza. En el Perú somos precursores en el uso del término “indignación”. Pero la motivación de OWS no nace porque el chofer de Humala se sube a una vereda o porque Mocha no renuncia. No es la indignación clasemediera desde el Café Gianfranco. Los reclamos de OWS están más cerca al Moqueguazo que a las “intervenciones en la realidad” (sic) de los “hipsters” de ciencias sociales. Solo que los primeros son etiquetados como Perros del Hortelano, y los otros como Indignados.

En segundo lugar, se exagera cuando se refiere a su presunta novedad. Al tener la dificultad de plantear plataformas de lucha con políticas concisas, y con una configuración cambiante de seguidores dentro de los Estados Unidos (imagínense fuera de él), la internacionalización de OWS fácilmente se difumina entre las prédicas antisistémicas de siempre. Solo basta ver quiénes acudieron a la Plaza San Martín el #15OCT: Alfa y Omega, Patria Roja, anarquistas de toda la vida y medioambientalistas antimineros. Indignados con “palestinas” en el cuello, los menos.

Del mismo modo se sobreestima la utilidad del uso de las “nuevas tecnologías”. Eduardo Villanueva (secundado por sus followers) afirma que no se hubiera podido adoptar una narrativa global “de indignación” sin el uso de los medios sociales. Para empezar, dudo que se trate de una narrativa homogénea. Más bien no sé si por ignorancia o por desinformar premeditadamente, algunos periodistas quieren vender las luchas por democratización en Arabia como parte del mismo fenómeno que el OWS. Ahora, la historia está repleta de ejemplos de movilizaciones que generaron rápidamente “efectos de contagio”: las guerras de independencia en América Latina y la expansión de la insurgencia guerrillera, solo dos casos, se hicieron en tiempos de palomas mensajeras que no trinaban. Se pintan gorriones en el aire con la cantaleta de la inmediatez de la globalización.

Además, se calla sobre el poder desmovilizador de las redes sociales. Twitter y Facebook también pueden generar incentivos para la pasividad ya que dan la sensación de la participación al alcance de un click, pero, si no hay razón de fondo, no involucra. Por el contrario, produce una perversa “división del trabajo” que segrega y discrimina, en el que el “ciudadano global” convoca indignado desde su laptop en un Starbucks y el anarquista resentido sale a Jr. Quilca a seguirle echando la culpa de todo a Alan García.

El resultado es un indignado confundido: desde comunistas de la vieja guardia hasta Camilas de Pando, salen a protestar (real o virtualmente) sin saber bien por qué. En medio de la plaza o frente al monitor, olvidan que Humala está en el poder y en el fondo temen darse cuenta que no ganaron las elecciones sino que votaron por una promesa de cambio casi inverosímil. Solo les queda mirar al Smartphone y sentirse más tontos que nunca.

Publicado en Correo Semanal, 20 de Octubre del 2011.

Crédito del video: Alvaro Corzo reportando desde NY.

Thursday, October 13, 2011

Los "muchachitos del ayer" llegaron a Palacio


Sobre los intelectuales orgánicos de izquierda hoy en el Gobierno

No es casual que los primeros embates contra el gabinete Lerner hayan tomado como blanco preferido a Rafael Roncagliolo y a Aída García-Naranjo, los más ‘políticos’ del elenco ministerial. Sus equivocaciones –la mayoría producto de exabruptos o falta de gestos apropiados– se han convertido en los catalizadores de la furia opositora, que se la tenían jurada a estas figuras trajinadas de la izquierda. Un lejano pasado velasquista –reconocido por el propio canciller como “un error”– y la inseparable camaradería con Javier Diez Canseco –en el caso de la segunda— terminan pasando factura a estos miembros del consejo ministerial. La experiencia política –valor necesario al momento de asumir cargos de tamaña responsabilidad– tiene también efectos contraproducentes: genera anticuerpos, activa añejas riñas y permite sacar a la superficie política viejos fantasmas.

La conformación del gabinete Lerner generó confianza en la opinión pública, inclusive entre los más conservadores que se tranquilizaron con Castilla en el MEF y Velarde en el BCR, con el predominio de independientes en la mayoría de carteras y con la relegación de los más polémicos (Carlos Tapia, Félix Jiménez) en asesorías presidenciales, lejanos de la administración directa de cargos públicos. Pero era inevitable que la intelectualidad zurda –la misma autora de “con pobreza no hay democracia” y del ‘hit’ “vivimos un momento constituyente”– tenga presencia en el Gobierno y busque ganar su propio terreno. Ver a Tapia entrando a Palacio como en su casa despierta sensaciones que van entre la ternura y la justicia social. Articulados inicialmente en Ciudadanos para el Cambio, ahora aportan rollo al Ejecutivo (el Legislativo es territorio de los del Partido Nacionalista, liderados por Abugattás), pero a costa de: inexperiencia en la gestión estatal, dificultad para aterrizar las elucubraciones gramscianas a políticas puntuales y falta de reflejos políticos debido a tres décadas bajo el ritmo del bolero no gubernamental.

La llegada al poder de ‘intelectuales del desarrollo’ (que ven pobres en vez de ciudadanos) es tan sorpresiva como experimental, y va a permitir demostrar si están a la altura no solo del sueño hecho realidad, sino de ser críticos al ‘sistema’ desde dentro de él. Por otro lado, tampoco es casual que cada vez que tuvieron acceso al poder fuese colaborando con un militar, con una dictadura ‘progresista’ primero, y a través del atajo de un ‘outsider’ salido de los cuarteles, después. La imposibilidad de un proyecto propio puede ser utilizada de justificación cuando haya que hacer el balance, pero también es la prueba de que no pudieron producir dentro de sus canteras a líderes de arrastre popular, como sí lo hicieran el aprismo y hasta el acciopopulismo.

Para mi generación, que tuvo como maestros a los intelectuales del humalismo, es realmente un alivio la oportunidad que la volatilidad electoral les dio. Cuando parecía que iban a pasar al retiro sin pasar por Palacio, los treintones estábamos condenados a heredar la frustración del intelectual orgánico. Para los que elegimos estudiar la política sin querer practicarla ni meter contrabando politiquero, se nos quita un gran peso de encima: ya no se nos juzgará por no terminar lo que empezaron nuestros mentores. Al final de la jornada podremos analizar con compromiso profesional el desempeño de los “muchachitos del ayer” en su inesperada primavera política. Es decir si es que “inclusión social” tuvo o no el mismo valor de verdad que “el Perú avanza”.

Publicado en Correo Semanal 13 de Octubre del 2011

Thursday, October 6, 2011

Estar Lejos

Sobre las distancias sociales y su relevancia política a propósito del caso Walter Oyarce


La familia Oyarce está cerca. Vive en San Borja. Su hijo, fanático aliancista, fue asesinado de una manera condenable e injustificable. Es uno más de los cientos que han muerto a causa de la violencia en el fútbol. Su muerte ha despertado la indignación nacional. El padre de la víctima es admirado por la forma como lleva el luto. A Walter le van a hacer un monumento entre Ate y La Molina, ahí donde se impone una reja que separa gustos sociales distintos. El caso ha generado comisiones investigadoras, gestiones judiciales y policiales de una velocidad inédita.

Aldo Miyashiro está muy cerca. Demasiado. Ha sido barrista de Trinchera Norte por años y, como cualquiera que se ha quitado el polo en una tribuna, entrelazó amistades con un mundo considerado lumpen para el "establishment". Su cercanía con los barrabravas lo descalifica, dicen sus críticos. Paga la “falta” de no delatar a sus fuentes periodísticas (¿Acaso quien entrevista a Artemio es cómplice del terrorismo?), pero en el fondo me parece que se le juzga por tener amigos de “mal gusto”, socialmente “incorrectos”.

El Ministro del Interior Oscar Valdés está cerca, pero a la vez lejos. Su primera reacción fue proponer un intercambio de camisetas entre jugadores de equipos rivales como (una) solución a la violencia en los estadios. Es más fácil echarle la culpa a la mediocre dirigencia del deporte más popular que proponer políticas concretas en materia de seguridad pública. Es más fácil poner los micrófonos a los científicos sociales “culturosos” que han gastado rollos en tratar al barrista como “el otro”, que enmendar la debilidad de un Estado para proteger a sus ciudadanos. Llevar el problema al ámbito de los valores o de lo simbólico, solo producirá campañas ingenuas y paternalistas del tipo "Adopta a un barrabrava". Menos psicoanálisis de masas y más políticas públicas, por favor.

José Luis Vilcapuma está en el más allá. Es uno de los 40 trabajadores de construcciones que ha muerto en lo que va del año por negligencias en los estándares de seguridad. En pleno corazón de Miraflores no se cumplen con las reglas de protección para estos obreros. Sus dirigentes sindicales están más preocupados en dar declaraciones políticas a favor del Gobierno, que en evitar más pérdidas humanas. El hecho apenas aparece de relleno en los noticieros amarillos. Al día siguiente nadie lo comenta en el Café Gianfranco o en la sala de periódicos de tu ONG favorita. Pero una familia en la Lima marginal llora su desaparición. Ya no existe. Y casi no existió para la prensa. El también es invisible.

¿Por qué las familias de obreros de construcción civil o de niños campesinos envenenados con alimentos distribuidos por el propio gobierno no generan los mismos aspavientos de indignación y gritos de justicia de las autoridades, de la prensa y de los regentes de la conciencia nacional? ¿Qué tiene el padre de Walter Oyarce, de Ciro Castillo Rojo o de Ivo Dutra que no tenga el padre del Mayor Bazán desaparecido en el Baguazo? Paradójicamente, si se hace justicia en el caso de Oyarce, de algún modo se hará injusticia con todos los casos postergados. Estar lejos, socialmente, de los que influyen y sustentan la política y la opinión pública agudiza la impunidad, pero sobre todo, cultiva el resentimiento de los que cínicamente llaman “ciudadanos de a pie”. Estar lejos, ofende.

Publicado en Correo Semanal, 6 de Octubre del 2011.

Monday, October 3, 2011

A golpes aprendí

Rafael Correa y las lecciones para salir victorioso de un "golpe de Estado"

Es el día más triste de mi vida y de mi gobierno
Rafael Correa, 30 de Setiembre del 2010


Jueves 30 de Setiembre en Quito. 10:15 am. Piso 8 de FLACSO. El principal centro de ciencias sociales del país. Simón Pachano, gran politólogo y mejor amigo, irrumpe en la oficina para darme una noticia que sabe a desconsuelo: “Compañero, podría estar cayendo el gobierno en este momento”. Lo dice, pese al desaliento de su voz, con una tranquilidad que asombra, como si se tratara ya casi de un ritual. Caigo en cuenta de que en Ecuador lo es. En los últimos quince años, ningún Presidente elegido democráticamente en este país ha logrado culminar su mandato. En 1997, los partidos políticos tradicionales aprovecharon el clima de protesta social y, en el Congreso, destituyeron a Abdalá Bucaram con el argumento de incapacidad mental, seis meses después de haber jurado al cargo de Presidente de la República. En el 2000, la permanente protesta del movimiento indígena ecuatoriano terminó creando una situación de desgobierno que fue utilizada por un grupo de coroneles del Ejército (entre ellos Lucio Gutiérrez) para derrocar al elegido Jamil Mahuad, a año y medio del inicio de su mandato. En abril del 2005, las clases media quiteñas tomaron las calles de la capital bajo la identidad de “forajidos” (como el entonces presidente Lucio Gutiérrez los había catalogado) desalojando del poder al entonces mandatario quien tuvo que refugiarse en la embajada de Brasil, país en el que fuera acogido con asilo político. En 15 años, Ecuador ha tenido 4 presidentes electos, 4 presidentes interinos, 2 juntas de gobierno, y 3 constituciones políticas. Luego de tamaña inestabilidad política, tanto ciudadanos como gobernantes se vuelven expertos en derrocamientos de gobierno, y cuando parece que hay uno en ciernes –como aquella mañana soleada de setiembre--, todos saben qué hacer para culminarlo, para evitarlo, o simplemente para estar a salvo.

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