Ciudad Gótica, Perú
Dark Knight Rises (DKR) es una película ideológica. La lección es anti-populista y conservadora, y Batman ha pasado de ser una suerte de paramilitar al servicio de la seguridad ciudadana (The Dark Night) a un héroe contra-revolucionario. La trama da cuenta de las tensiones de un mundo actual, signadas por la desigualdad, en medio de empresarios en bancarrota y marginados movilizados. DKR, al hacer referencias tácitas a Occupy Wall Street, llegará al Perú en medio de Congas y Espinarazos. DKR es también una historia sobre el descalabro del Estado ausente en Ciudad Gótica como en muchos rincones del Perú.
Ciudad Gótica debe tener los mismos indicadores de Gini que los nuestros. Su crecimiento económico está mal distribuido y causa un malestar social que solo se hace evidente cuando la conflictividad estalla. Las masas son súbitamente empoderadas por un líder populista: Bane, el villano; quien es un radical subversivo que moviliza alentando a los individuos a tomar el control de la ciudad -objetivo que logra de la mano de delincuentes de pasado nefasto, liberados de las cárceles. Bane consigue el mayor temor de la burguesía mundial: someter a las fuerzas públicas e imponer un régimen sin instituciones.
DKR narra un contra-fáctico: ¿Qué pasaría si un populismo combinado con democracia participativa se imponen ante las instituciones liberales? ¿Qué sucedería si las masas callejeras toman el poder y generan un sistema alternativo al capitalismo en crisis? El resultado está interpretado en clave de derecha: los individuos terminan siendo manipulados por enemigos resentidos del sistema. No sabemos si las motivaciones originales del malestar son justas o no. No importan. El “poder del pueblo” se transforma, así, en una dictadura malvada. La moraleja es que “los de abajo” se equivocan con frecuencia.
La escena más “peruana” es el enfrentamiento entre las fuerzas de la ley y la población rebelde. Prácticamente una postal del Estado tratando de recobrar el monopolio de la violencia bajo un estado de sitio. La premisa es una derecha que para mantener el sistema económico tiene que asegurar, primero, orden y seguridad. Es aquí donde se nota más el sesgo ideológico de la propuesta del director Christopher Nolan: el establecimiento del orden como prioridad y sustento del poder de las élites.
Batman, empresario millonario al fin y al cabo, rescata la ciudad, la paz y las finanzas ante el aplauso del status quo. Pero precisamente porque las causas populares son envilecidas, queda un mal sabor al digerir la película en clave política; la seguridad y la recuperación del monopolio de la violencia no resuelven los problemas de desigualdad, que se esconden “bajo la alfombra” de los subterráneos de Ciudad Gótica, a la espera de la próxima “encarnación del mal”. De esta manera, Batman se convierte en un héroe del establishment, obsesionado por la epidermis de la injusticia, pero ciego ante los males estructurales. “Los de abajo” también merecen héroes y no solo villanos.
Publicado en El Comercio, 24 de Julio del 2012