Thursday, July 26, 2012

Ciudad Gótica, Perú



Dark Knight Rises (DKR) es una película ideológica. La lección es anti-populista y conservadora, y Batman ha pasado de ser una suerte de paramilitar al servicio de la seguridad ciudadana (The Dark Night) a un héroe contra-revolucionario. La trama da cuenta de las tensiones de un mundo actual, signadas por la desigualdad, en medio de empresarios en bancarrota y marginados movilizados. DKR, al hacer referencias tácitas a Occupy Wall Street, llegará al Perú en medio de Congas y Espinarazos. DKR es también una historia sobre el descalabro del Estado ausente en Ciudad Gótica como en muchos rincones del Perú.

Ciudad Gótica debe tener los mismos indicadores de Gini que los nuestros.  Su crecimiento económico está mal distribuido y causa un malestar social que solo se hace evidente cuando la conflictividad estalla. Las masas son súbitamente empoderadas por un líder populista: Bane, el villano; quien es un radical subversivo que moviliza alentando a los individuos a tomar el control de la ciudad -objetivo que logra de la mano de delincuentes de pasado nefasto, liberados de las cárceles. Bane consigue el mayor temor de la burguesía mundial: someter a las fuerzas públicas e imponer un régimen sin instituciones.

DKR narra un contra-fáctico: ¿Qué pasaría si un populismo combinado con democracia participativa se imponen ante las instituciones liberales? ¿Qué sucedería si las masas callejeras toman el poder y generan un sistema alternativo al capitalismo en crisis? El resultado está interpretado en clave de derecha: los individuos terminan siendo manipulados por enemigos resentidos del sistema. No sabemos si las motivaciones originales del malestar son justas o no. No importan. El “poder del pueblo” se transforma, así, en una dictadura malvada. La moraleja es que “los de abajo” se equivocan con frecuencia.

La escena más “peruana” es el enfrentamiento entre las fuerzas de la ley y la población rebelde. Prácticamente una postal del Estado tratando de recobrar el monopolio de la violencia bajo un estado de sitio. La premisa es una derecha que para mantener el sistema económico tiene que asegurar, primero, orden y seguridad. Es aquí donde se nota más el sesgo ideológico de la propuesta del director Christopher Nolan: el establecimiento del orden como prioridad y sustento del poder de las élites.

Batman, empresario millonario al fin y al cabo, rescata la ciudad, la paz y las finanzas ante el aplauso del status quo. Pero precisamente porque las causas populares son envilecidas, queda un mal sabor al digerir la película en clave política; la seguridad y la recuperación del monopolio de la violencia no resuelven los problemas de desigualdad, que se esconden “bajo la alfombra” de los subterráneos de Ciudad Gótica, a la espera de la próxima “encarnación del mal”. De esta manera, Batman se convierte en un héroe del establishment, obsesionado por la epidermis de la injusticia, pero ciego ante los males estructurales. “Los de abajo” también merecen héroes y no solo villanos.

Publicado en El Comercio, 24 de Julio del 2012

Friday, July 20, 2012

¿La estrategia clientelar?



Al final del primer año del gobierno de Humala, queda claro que su alineamiento programático hacia la centro-derecha ha dejado descolocado a su electorado original, aquella izquierda que esperaba “grandes transformaciones”. Al no cumplirse esas ofertas, se viene generando una decepción ídeológica en, al menos, un tercio del electorado. De este modo, Humala va perdiendo a su base  “natural” (que ahora se movilizan en su contra), sin lograr conquistar nuevos seguidores. Termina contribuyendo a la sobrepoblación de políticos que le hacen guiños a la centro-derecha. Pierde su marca de nacimiento y se convierte en uno más del montón.

A diferencia de otros países, en el Perú un presidente impopular puede pasar piola entre Punta Sal y documentales para cable gringos. Sin embargo, un tercer periodo al hilo de piloto automático puede generar un malestar social de otro tipo, más agudo y menos condescendiente. Nótese que entre Toledo, García y Humala el crecimiento de la conflictividad ha aumentado consistentemente. Lo nuevo es que Humala carga el costo político adicional de la decepción programática, lo cual se convierte en una motivación distinta para el ciudadano movilizado. 

Entonces, nuestro presidente, ex outsider radical y aprendiz de estadista, debe preguntarse: ¿Cómo recuperar (o producir) el soporte social para los próximos cuatro años? ¿O es que se puede dar el lujo de prescindir de seguidores de a pie y subsistir con el espaldarazo de los dueños-del-Perú Mining Company? Quedan dos alternativas. La primera consiste en generar un arrastre popular basado en el liderazgo personal y carismático de la figura presidencial (Primera Dama, espere su turno). Pero, la experiencia indica que nuestro mandatario puede ser tan mudo como Castañeda, practicar la indiferencia social como García y caer en las frivolidades de nuevo rico como Toledo. Con esa combinación, un vínculo político basado en su personalidad queda descartado.

La segunda radica en construir una relación clientelar con grupos específicos. El acceso al Estado le permite suplir la ausencia de partido y, a través de la distribución estratégica de beneficios, puede generar una red de fidelidades de alrededor de la cúpula de poder  (véase las licitaciones públicas otorgadas al entorno de Alexis Humala) y también mediante una red con alcance a organizaciones sociales populares (más pragmáticos que ideológicos). Una suerte de clientelismo fujimorista sin carisma y sin brújula política. Dentro de este esquema, la reingeniería de la política social (a través del MINDES) es crucial. Con políticas bien focalizadas, se genera un efecto de demostración ideal para legitimar el discurso de “inclusión social”, aunque no lo suficiente como para ser el brazo político de un gobierno con alta popularidad.

La estrategia clientelar no está lejos de la racionalidad de Humala. En la celebración de su cumpleaños, demostró que puede reemplazar a los etnocaceristas con seguidores prestados del fujimorismo, movilizados no por convicciones sino en base a buses y rifas. Si se reproduce esas prácticas a escala nacional, el sueño de la continuidad del proyecto familiar Humala-Heredia recién tendría sustento. El tiempo lo dirá.

Publicado en El Comercio, el 17 de Julio del 2012.

Thursday, July 12, 2012

El intelectual me-agarraron-por-sorpresa


La presentación de “Profetas del Odio”, de Gonzalo Portocarrero, en el Centro Cultural de la PUCP en San Isidro, fue interrumpida por Alfredo Crespo, abogado de Abimael Guzmán, y un grupo de jóvenes de Movadef, quienes utilizaron el evento como tribuna para declamar peroratas a favor del mencionado criminal. Un auditorio repleto de académicos, en su mayoría opuestos a Sendero, se mostró muy pasivo y sin respuesta contundente ante los gritos y desvaríos escalofriantes de los “discípulos del odio”. Entrevistado por el hecho, Portocarrero confiesa: “la verdad es que nos agarraron por sorpresa, no estábamos preparados… Nos percatamos (de Crespo), dije, habrá venido por curiosidad. No pensé en la posibilidad de esta irrupción”. 

La confesión de Portocarrero es emblemática de cuán rezagados estamos los académicos con respecto a los hechos que pretendemos explicar. La mayoría de los “senderólogos” están tan preocupados por narrar el pasado, que cuando se convierte en presente los asalta la inmovilidad. Resumamos sus argumentos: SL fundó una prédica de sangre apoyándose en la violencia estructural de un Estado débil y excluyente; la vacuna es reconstruir una memoria histórica. El problema es que las batallas por la memoria -ahora perdidas- han sido monopolizadas por el sector progresista; incapaz de proponer una narrativa transversal a ideologías y a estratos sociales, incluyente hacia la derecha y hacia abajo. Por eso no han calado en el sentido común de los “ciudadanos de a pie”. La cruda y lejana realidad explotó en sus semblantes reflexivos, cuando veinte jóvenes de “clase media” (según el ojo de Portocarrero) demostraron todo lo que han escrito en vano. 

No solo a Portocarrero -y a sus colegas “analistas culturales”- los hechos le desconciertan. El gran descubrimiento de los politólogos en los últimos años es que nuestra democracia no tiene partidos (primicia) y que, por lo tanto, hacen falta operadores políticos. Hemos convencido a los líderes de opinión que el problema de fondo es “la ausencia de intermediación” (¿?). Ahora pregúntenles qué diablos significa ello y cómo se resuelve. 

La situación se torna dramática cuando se trata de entender los conflictos sociales. Los sociólogos, antropólogos y científicos sociales espontáneos, terminan tomando posición por una de las partes. Algunos se convierten en la materia gris de radicales, mientras otros venden su status bibliográfico a la mejor consultoría. De este modo, cada bando tiene a su propio gurú intelectual, sin importar que la categoría de “especialista” se devalúe. Los más creativos son, sin duda, los expertos en resolución de conflictos: “hace falta diálogo” (otra primicia), se les oye repetir cada vez que les ponen un micrófono al frente.

El actual contexto amerita una autocrítica ilustrada: últimamente no hemos contribuido a comprender nuestra sociedad. Nos hemos refugiado en escritorios de catedráticos y en blogs rejuvenecedores que complementan el narcicismo de estantes repletos de nuestros propios libros, que solo leerán los que quieren ser como nosotros, más intelectuales a quienes la realidad les seguirá (sobre)cogiendo.

Publicado en El Comercio, 12 de Julio del 2012.

Friday, July 6, 2012

Un Perú para Bryce



Alfredo Bryce se hace llamar un “limeño auténtico” (sic), de esos que, según cuenta en la entrevista publicada en el último Somos, "ya no quedan” y, según sus propios cálculos estadísticos, son alrededor del “4% de la población”. Para “el más querido de nuestros escritores” (¿lo seguirá siendo?), “el limeño nuevo es ese ser detestable, agresivo, generalmente provinciano, que ha entrado por la violencia a la ciudad, por la puerta falsa y quiere salir por la puerta principal”. Bryce, que en sus últimos años de carrera ha demostrado no estar preocupado por la autenticidad de sus escritos, se muestra así como un riguroso juez de la limeñidad de sus vecinos.

Las lamentables declaraciones del escritor no solo sirven para decepcionar a sus lectores, también contribuyen a anclar ese inefable clivaje social que divide y separa al país entre limeños y provincianos. Precisamente, la polarización política se asienta porque usufructúa las escisiones que estructuran nuestra sociedad. Así como Bryce desprecia a los hijos de los provincianos que nacimos en Lima; en el “interior” la palabra “limeño” se convierte en el más colérico insulto. Ahora súmele a “limeño” los adjetivos “pro-minero”, “neoliberal”, y “facho”; y al “provinciano” los de “radical”, “comunista” y “senderista”, y entenderá perfectamente el callejón sin salida al que han llegado los diálogos de sordos en nuestro país.

La intolerancia se institucionaliza porque muchos se ven representados en Bryce, aunque lo mantengan para sus adentros. En el diccionario de la infamia que comparte el escritor, “provinciano” es sinónimo de “violencia” y de “mal gusto”. Es la práctica de un discurso más sectarista que discriminador, más agresivo que intransigente, que alienta la desigualdad al desconocer que todos los que nacimos en Lima (y en el Perú) no estamos ordenados por linajes ni jerarquías. El espejismo del boom gastronómico nos impide ver que aún no nos aceptamos como somos. No hay mayor cortina de humo para nuestra identidad nacional que un tacu-tacu cocinado por Gastón.

No es casual que el personaje principal de la nueva novela de Bryce –titulada “Dándole pena a la tristeza”— sea un minero fundador de un imperio económico, en un país donde el apellido marcaba de por vida tu posición en la escala social. El título es sintomático, porque refleja en lo que se ha convertido la aristocracia conservadora: un club de emos con billetera gruesa y visión estrecha; retrógrados en sus aspiraciones, perdidos en un vals criollo “lamentero”; incapaces de aceptar lo perjudicial de sus “años maravillosos”, porque si de reconocimiento de derechos se trata, todo tiempo pasado fue peor.

Bryce y los peruanos como él, retrasan el desarrollo integral de nuestro país, el cual no sólo se consigue vía crecimiento económico, sino –y sobre todo-- mediante la construcción de una comunidad de iguales. Es decir, un Perú para todos sus ciudadanos y no sólo un Perú para “los Bryce”.

Publicado en El Comercio, el 3 de julio del 2012.

Monday, July 2, 2012

Verse en Paraguay



La destitución del Presidente de Paraguay Fernando Lugo luego de un juicio político promovido por el Legislativo refleja el tipo de inestabilidad política que acusan las democracias luego del final de los golpes militares. Si bien la democracia se ha asentado como “the only game in town”, ello no significa que políticos ungidos por la voluntad electoral estén a salvo de derrocamientos. América Latina enfrenta una paradoja: gobiernos que caen recurrentemente en medio de una estabilidad democrática.

En las últimas dos décadas se han impuesto diferentes formas en las que un gobernante deja su puesto de manera anticipada. Por un lado tenemos juicios políticos (Lugo) y declaratorias de incapacidad moral (Fujimori en el 2000) o mental (Bucaram en Ecuador en 1997), generalmente inducidos a partir de escándalos y de un oficialismo con representación parlamentaria minoritaria. Por otro lado, tenemos presidentes removidos de sus cargos por levantamientos populares (como el derrocamiento a Sánchez de Lozada en Bolivia el 2003) y que frecuentemente interactúan con otros factores (como la intervención militar en la caída de Mahuad en Ecuador el 2000).

El caso de Lugo corresponde al primero: un presidente aislado en el equilibrio de poderes, que desde el inicio de su mandato tuvo que buscar su legitimidad en un contacto directo con movimientos sociales con demandas difíciles de satisfacer. La elección presidencial del ex obispo fue prácticamente un milagro. Sin partido propio y en una política dominada por el histórico Partido Colorado, su victoria fue el resultado de una presión social campesina y la alianza circunstancial con el PRLA que, a cambio, negoció mayoría congresal y la vice-presidencia de Federico Franco, el actual mandatario.

Lugo prometió una gran transformación en su país: una reforma agraria en contra de los intereses de una derecha conservadora. El enfrentamiento entre campesinos y policías que causó la muerte de 17 personas en Curuguaty se originó en ese contexto. Lugo no fue destituido por una indignación ante estas lamentables pérdidas sino ante la ausencia de soportes de poder. No te puedes enfrentar a la derecha (ni menos al Partido Colorado) sin una fuerza propia ni sin controlar orgánicamente al movimiento popular que mediáticamente representas. Perdió su único apoyo real cuando el PRLA le dio la espalda. Su reposición es cada día más difícil porque solo tiene a la comunidad internacional  a su favor.

Ver a Humala en el espejo paraguayo resulta pertinente porque a pesar de compartir el mismo punto de partida (ausencia de partido y responder originalmente a una agenda de izquierda desorganizada), buscó un camino de sobrevivencia política más seguro (ganarse a los poderes económicos a cambio de defender sus intereses). Lugo prefirió la representación a la gobernabilidad y ahora se encuentra fuera del poder. Humala diseña su gobierno con prioridades inversas que le permiten --por el momento-- estar bien sentado en Palacio a pesar de la conflictividad social. Esta es la salida más fácil (pero desgastante a largo plazo) de nuestro presidente que prefiere no verse como Paraguay.

Publicado en El Comercio, el 26 de Junio del 2012.