El debate extraviado
Se debe haber perdido en algún momento, entre la década del
ochenta y del noventa. Era un debate que despertaba pasiones y que apuntaba a
las preguntas de fondo: ¿Es la peruana una sociedad moderna? Carlos Franco fue
uno de sus principales animadores. El homenaje --a un año de su desaparición--
puede servirnos de pretexto para relanzar la interrogante a la luz de nuevos
acontecimientos y repetidas frustraciones.
Entre 1950 y 1975 el Perú había alcanzado un crecimiento
sostenido, a una tasa promedio anual cerca del 5%. Los beneficios –para variar-
se concentraron en los grupos “integrados” a la economía (básicamente urbana),
lo que generó grandes oleadas migratorias con la intención de beneficiarse “por
goteo” de estas tendencias. El Estado, imprevisto e improvisado, terminó
desbordado. Los migrantes “invadieron” la capital y las principales ciudades,
pero sobre todo retaron para siempre a la clase política e intelectual.
Mientras la izquierda interpretada el cambio social como la
constitución de un actor colectivo socialista, y la derecha –con major intuición económica que
política—encontraba las semillas del “capitalismo popular”, Franco –psicólogo
al fin y al cabo—giró la atención hacia el individuo. El migrante se convirtió
así en el primer “peruano moderno”.
La migración era una decision individual finalmente que implicaba
riesgo e incertidumbre y terminó dando forma a una ética pragmática y
calculadora, utilitaria con los politicos de turno, sin filiaciones leales,
sino en una relación costo-beneficio con el poder. Se trataba de una clase
emergente que nunca terminó de emerger (no tuvo un proyecto politico propio, ni
una clase intelectual inherente), que se
acomodó en los márgenes del Estado y comenzó a forjarse tranquilamente aunque
de espaldas a él.
No es casual que nuestro “primer” peruano moderno sea
anti-político. Es en este momento donde se encuba a nivel individual y
psicológico la desafección por la política, el rechazo a los partidos y la crisis
de representación. ¿Por qué no hay
partidos fuertes en el Perú? Porque nuestra modernidad es anti-partidaria. El
fujimorismo terminó de constituir (paradójicamente) a este rechazo por el
sistema, a esta decepción permanente con respecto al Estado.
Treinta
años después, encima de una nueva ola de crecimiento y una nueva oportunidad
modernizadora. Solo que esta vez su expresión no es la migración, sino la
conflictividad social. Así la modernidad trunca que se refleja en la informalidad
económica se adhiere a la violencia de la protesta social. ¿Qué fue La Parada
sino esa suma de informalidad y conflictividad social a unas cuadras del centro
del poder nacional?
No nos
engañemos. La política no depende solo de reformas institucionales y legales, o
de dirigentes que quieran invertir en organización (¿ya para qué?), sino está,
sobre todo, en las mentes y corazones de individuos cansados de desilusionarse.
No hay política si el individualismo se agudiza cada día. ¿Y si en el fondo los
peruanos no queremos Estado?, pregunta Hugo Neira. ¿Qué respondería Carlos
Franco?
Publicado
en El Comercio, el 26 de Noviembre del
2012.