Thursday, November 29, 2012

El debate extraviado


 Se debe haber perdido en algún momento, entre la década del ochenta y del noventa. Era un debate que despertaba pasiones y que apuntaba a las preguntas de fondo: ¿Es la peruana una sociedad moderna? Carlos Franco fue uno de sus principales animadores. El homenaje --a un año de su desaparición-- puede servirnos de pretexto para relanzar la interrogante a la luz de nuevos acontecimientos y repetidas frustraciones.

Entre 1950 y 1975 el Perú había alcanzado un crecimiento sostenido, a una tasa promedio anual cerca del 5%. Los beneficios –para variar- se concentraron en los grupos “integrados” a la economía (básicamente urbana), lo que generó grandes oleadas migratorias con la intención de beneficiarse “por goteo” de estas tendencias. El Estado, imprevisto e improvisado, terminó desbordado. Los migrantes “invadieron” la capital y las principales ciudades, pero sobre todo retaron para siempre a la clase política e intelectual.

Mientras la izquierda interpretada el cambio social como la constitución de un actor colectivo socialista, y la derecha –con  major intuición económica que política—encontraba las semillas del “capitalismo popular”, Franco –psicólogo al fin y al cabo—giró la atención hacia el individuo. El migrante se convirtió así en el primer “peruano moderno”.

La migración era una decision individual finalmente que implicaba riesgo e incertidumbre y terminó dando forma a una ética pragmática y calculadora, utilitaria con los politicos de turno, sin filiaciones leales, sino en una relación costo-beneficio con el poder. Se trataba de una clase emergente que nunca terminó de emerger (no tuvo un proyecto politico propio, ni una clase intelectual inherente),  que se acomodó en los márgenes del Estado y comenzó a forjarse tranquilamente aunque de espaldas a él.

No es casual que nuestro “primer” peruano moderno sea anti-político. Es en este momento donde se encuba a nivel individual y psicológico la desafección por la política, el rechazo a los partidos y la crisis de representación.  ¿Por qué no hay partidos fuertes en el Perú? Porque nuestra modernidad es anti-partidaria. El fujimorismo terminó de constituir (paradójicamente) a este rechazo por el sistema, a esta decepción permanente con respecto al Estado.

Treinta años después, encima de una nueva ola de crecimiento y una nueva oportunidad modernizadora. Solo que esta vez su expresión no es la migración, sino la conflictividad social. Así la modernidad trunca que se refleja en la informalidad económica se adhiere a la violencia de la protesta social. ¿Qué fue La Parada sino esa suma de informalidad y conflictividad social a unas cuadras del centro del poder nacional?

No nos engañemos. La política no depende solo de reformas institucionales y legales, o de dirigentes que quieran invertir en organización (¿ya para qué?), sino está, sobre todo, en las mentes y corazones de individuos cansados de desilusionarse. No hay política si el individualismo se agudiza cada día. ¿Y si en el fondo los peruanos no queremos Estado?, pregunta Hugo Neira. ¿Qué respondería Carlos Franco?

Publicado en El Comercio,  el 26 de Noviembre del 2012.

Susana tus errores


A cuatro meses de la revocatoria, el panorama es muy adverso para Susana Villarán. Según Ipsos-Apoyo, el 65% de limeños votaría por que deje el cargo. Este porcentaje es mayor en los sectores más pobres (73% en el NSE E), medios-pobres (70% en el C) y mujeres (71%). La desaprobación de su gestión (70%) está en crecimiento.  

Para sortear esta situación, las estrategias de victimización y polarización han sido ineficientes. Los capitalinos reconocen como el principal motivo de los promotores de la salida anticipada a los intereses económicos (33%) y ambiciones electorales (32%), lo cual no implica que dejen de suscribir el proceso. Alcaldesa, olvídese de pelear con quienes recolectaron firmas o apresuraron la consulta. Hacerse la víctima cuando se está en el poder, no ayuda.

La vida es cruel, alcaldesa, y usted necesita para sobrevivir el voto del fujimorista de a pie, del aprista que compra medicamentos en Alfonso Ugarte, de quienes apoyaron a aquel que llama usted “mafioso” a cada rato. ¿Qué hace entonces politizando y polarizando una elección vecinal, poniendo en la misma publicidad “No al Indulto a Fujimori”? Usted tiene que convocar, unir, hacer realidad su slogan “Una Lima Todos”. Necesitamos una ciudad no solo para los Susy-causas que viven la alucinación del mundo posmaterial, sino una que no excluya políticamente a aquel que no concuerda con sus ideas (39% de los votarían por el SI) y no es tan regio como sus amigos de la tele.

Su rival real es la crisis de representación. Esa que se agudiza en la insatisfacción cotidiana de los ciudadanos. La revocatoria es la conflictividad social que se vive en todo el país, pero institucionalizada en reglas de juego previstas. Es la oportunidad que tienen limeños, desorganizados social y políticamente, para expresar su bronca por la inseguridad y la delincuencia (43% del SI) y por una ciudad mal administrada (39% del SI). ¿Quién más que la alcaldesa como la cara de una Lima que no camina? ¿A quién van a culpar entonces las mujeres que llevan a sus hijos a la escuela en combi o aquellas que viajan aferradas a sus carteras en el Metropolitano?

No es que seamos “autoritarios” e "informales". Tampoco "plebeyos desinformados” que no conocen quién es responsable de qué función. No vivimos enajenados de ver tanto “Al Fondo Hay Sitio” -ese sería el argumento de los “brutos y achorados” de derecha e izquierda-, sino que necesitamos a políticos que generen confianza y que lleven Estado a todos los rincones de Lima. Que persigan las causas irresueltas (La Parada) sin descuidar las cotidianas, esas que hicieron que Castañeda fuera popular construyendo escaleras para quienes viven en cerros y llevando asistencia médica a los más necesitados, cuando esta última no era su “función”.

Para que el NO gane tiene que abrirse a nuevos públicos, escuchar menos a sus “ahijados” y “chiquiviejos” y más a sus críticos, quienes quieren evitar una Lima sumida en el completo desgobierno. Si Humala lo hizo en la campaña del 2011, ¿por qué usted no?

Publicado en El Comercio, 20 de noviembre de 2012.

La República de Neira


Una alcaldesa que llama “vecinos” a los que viven en Miraflores y “pobladores” a los que moran en San Juan de Lurigancho. Tecnócratas con corazón hipster que diseñan políticas para “pobres”. Académicos monotemáticos que organizan –una vez más—el mismo seminario sobre reforma del Estado. Muchachitos del ayer que luego de un fracaso más “relanzan” una nueva versión (no corregida, pero sí aumentada) del marxismo  de ONG, con un pie en el 2016 y el otro en una embajada.

Estos personajes tienen un común denominador: la ausencia de fundamentos republicanos. Los políticos tradicionalmente le han hablado al “pueblo” (a la “masa”, diría el ecuatoriano Abdalá Bucaram). El tecnicismo de las políticas sociales focalizadas dirigió el discurso hacia “poblaciones vulnerables”. Las reformas del Estado se han concentrado en instituciones que funcionan en el libro de texto, pero que no vinculan el régimen democrático con el individuo. El marxismo local –ya tú sabes—encuentra identidades revolucionarias debajo de cualquier piedra.

Vamos a cumplir dos siglos como república y todo este tiempo nos hemos hecho los locos con respecto al debate que subyace a los sesgos de los personajes de los ejemplos citados: “¿Qué tipo de ciudadanos deben ser los que se aprestan a mandar y a obedecer?”. Esa es la preocupación que conduce a Hugo Neira a escribir “¿Qué es república?” (Lima, Universidad San Martín de Porres, 2012). Un libro extraño para nuestro medio pero que, como mucho de lo que escribe Neira, se adelanta al debate de mañana.

Se trata de un manual de filosofía política para responder a la pregunta leitmotiv de griegos y romanos, de Hobbes y de Rousseau, del infaltable Maquiavelo, de revolucionarios franceses y federalistas gringos, entre tantos otros “politólogos de su tiempo”. El autor es un guía en la historia de las ideas y lleva de aliado a Max Weber para discutir los sistemas de racionalidad que las sociedades han ido hilvanando. Nos conduce por la historia para estrellarnos con la realidad actual.

Neira subraya que lo republicano consiste, además de la libertad y la igualdad de los individuos, en pensar el bien común. Es decir, en plantear nuestros objetivos como país más allá de nuestras preferencias particulares, en imaginarnos como comunidad de ciudadanos tan ancha en la que pueden caber extremos ideológicos -pero dentro de las reglas de juego que impone la democracia. Fíjense lo relevante de esta interrogante, cada vez que el país se polariza profundamente por cualquier excusa, ya sea el indulto a Fujimori o la revocatoria a Villarán.

¿Es posible enfrentar nuestras posiciones sin destruir nuestra comunidad? Precisamente por haber construido una república a medias –dice Neira—“fabricamos tiranos, nuestras costumbres violentas diluyen toda autoridad, nuestro contrato social consiste en que no lo haya”. Cada vez más, la lógica de la guerra civil se impone. No hay necesidad de las armas para el enfrentamiento desleal, para el insulto gratuito al que piensa distinto. Hemos olvidado nuestro bien común, nos recuerda Neira.  

Publicado en El Comercio, 13 de noviembre del 2012.

Monday, November 12, 2012

El insomnio americano


Cada cuatro años los estadounidenses van a las urnas a elegir a su Presidente, pero, sobre todo, a refundar el sueño americano. Gana aquel que convence, quien pinta las caras color esperanza, quien se adentra en sus mentes y sus corazones. Pero al final de la jornada, sea quien sea el que haya acumulado más colegios electorales, ninguno habrá logrado el objetivo mayor.

Ni Barack Obama, presidente demócrata que va a la reelección, ni el retador republicano Mitt Romney han devuelto la fe al gringo promedio. De hecho, la mayoría no podrá dormir. Ni esta noche esperando los resultados, ni muchas de las siguientes esperando la recuperación económica.

Obama no es ni la sombra de lo que fue el 2008. De hecho, ha reconocido que como líder ha perdido la capacidad de generar unidad, propósito y entusiasmo en sus gobernados. Su participación en el primer debate presidencial generó tal decepción entre sus seguidores que lo creyeron víctima del soroche de Denver.  Impulsó una reforma del sistema de salud, bajó el desempleo a menos del 8% y terminó con Bin Laden; pero no consiguió crear una narrativa de optimismo. Si no fuera por Bill Clinton, medio país no sabría por qué tienen que darle cuatro años más.

Romney se sabía mal candidato en cualquiera de sus versiones. Es cambiante, camaleónico, de mensaje torpe, de política exterior belicosa y portador de una geopolítica que se estancó en la Guerra Fría. No le iría tan bien en el apoyo popular si no fuera por la crisis económica que atraviesa el país. Su discurso se dirige más a las billeteras que a los ciudadanos. Antes que político es un hombre de negocios, en el sentido más llano del término. Como no tenía nada que ofrecer a los migrantes latinos, volvió su mirada a los tratados de libre comercio para las economías al sur de Rio Grande. Pero –vaya sorpresa—ya todos los países interesados lo tienen. 

La aprobación congresal es una lágrima. Solo un 17% de encuestados aprueba el trabajo de la rama legislativa (¿y usted se queja de los “otorongos”?). El 55% considera que Estados Unidos requiere de una “gran transformación” (not kidding). Uno de cada seis habitantes del Imperio se encuentra por debajo de la línea de pobreza. El sinsabor contagió a The Economist, que considera que Obama merece “con las justas” ser re-elegido, porque más vale malo conocido que bueno por conocer.

Y en medio del desasosiego político, el sistema de elección ha hecho que solo diez estados importen en la recta final. Las campañas se concentran en los más volátiles (principalmente Ohio, Virginia, Florida y Colorado), agudizando su atención en ellos y, por lo tanto, su sobre-representación. Llega a interesar más fomentar el empleo en Ohio que en el resto del país, sumidos en un rol de espectadores. La adición de desesperanzas mantendrá la participación electoral baja (hoy votarían menos del 60% de registrados). De este modo, lo único predecible es el insomnio, gane quien gane.

Publicado en El Comercio, 6 de Noviembre del 2012.

La anti-política de Villarán


A Susana Villarán y a su equipo les cuesta ser políticos. Se autoproclamaron portavoces de la honestidad y llevaron el discurso de la ética a la gestión edilicia. Pero no lo hicieron como un elemento adicional que sume, que fortalezca a la política, sino como su reemplazo. Villarán planteó los objetivos de su mandato inspirados en las buenas intenciones, pero no delineó la estrategia política necesaria para cumplirlos. Así, terminó practicando, a su modo, la antipolítica.

Cuando no existen partidos, la política depende más de la construcción permanente de soportes de poder: fijar alianzas, alcanzar pactos, establecer coaliciones que permitan correlaciones de fuerza a favor en cada una de las arenas políticas, desde las mediáticas hasta la de las calles. Solo así gestiones desprovistas de recursos humanos propios sobreviven con éxito. 

Villarán se guía más por la lógica del activismo que por la de la política. Lo cual no debería ser problema, salvo que es Alcaldesa de la capital de un país en crecimiento económico. Nadie duda de la idoneidad de sus metas de gobierno pero sí de su capacidad de gestora y, un poco más todavía, de su vena política. Veamos un par de ejemplos.

Cuando se fijó como primer objetivo denunciar el Caso Comunicore contra Luis Castañeda (¡en plena campaña electoral presidencial!) no se percató que una gestión municipal de ocho años había generado intereses poderosos que le pasarían factura. Quizás no solo por su atrevimiento, sino por la torpeza con la que se apropió de esta “lucha contra la corrupción”. La ausencia de estrategia  es cómplice de su falta de contundencia y, finalmente, de la impunidad que pretende desaparecer.

Cuando se inició el intento de revocatoria de su gestión, Villarán rehuyó pelear en esta arena. Al no hacerlo (hasta ahora) deja un espacio en la opinión pública donde prima el pesimismo sobre su administración. ¿Cuáles son sus aliados en el Parlamento  (recuérdese que Castañeda se construyó hasta una bancada)? ¿Quiénes pueden blindarla ante los ataques de sus enemigos políticos? ¿Acaso el Ejecutivo le puede dar una mano para sostenerse? El apoyo de periodistas bien intencionados no es suficiente para sustentar una continuidad de cuatro años en el cargo.

Porque, señora Alcaldesa, su enemigo principal no son ni revocadores ni ex alcaldes ni anti-caviares. Su principal contrario es su propio abandono de la política. Ha reclutado a profesionales procedentes de las autotituladas mejores facultades del país, aunque sus fundamentos no convencen más allá del 25% de limeños. Se trata de una administración de tecnócratas con sensibilidad social, de manos blancas, que no conoce la autocrítica y con una ética antipolítica. Sin virtud ni fortuna.

El fracaso de Villarán sería, también, el fracaso de la (mala) politización de la ética. Ninguna otra gestión elevó la honestidad a la altura de emblema, pero al hacerlo sin sustento político, la termina deslegitimando. Ello significaría una larga vida para el “que robe pero que haga obra”, y ese sería el legado más nocivo de la gestión regia.

Publicado en El Comercio, 30 de Octubre del 2012.