A golpes aprendí
Rafael Correa y las lecciones para salir victorioso de un "golpe de Estado"
“Es el día más triste de mi vida y de mi gobierno”
Rafael Correa, 30 de Setiembre del 2010
“Es el día más triste de mi vida y de mi gobierno”
Rafael Correa, 30 de Setiembre del 2010
Jueves 30 de Setiembre en Quito. 10:15 am. Piso 8 de FLACSO. El principal centro de ciencias sociales del país. Simón Pachano, gran politólogo y mejor amigo, irrumpe en la oficina para darme una noticia que sabe a desconsuelo: “Compañero, podría estar cayendo el gobierno en este momento”. Lo dice, pese al desaliento de su voz, con una tranquilidad que asombra, como si se tratara ya casi de un ritual. Caigo en cuenta de que en Ecuador lo es. En los últimos quince años, ningún Presidente elegido democráticamente en este país ha logrado culminar su mandato. En 1997, los partidos políticos tradicionales aprovecharon el clima de protesta social y, en el Congreso, destituyeron a Abdalá Bucaram con el argumento de incapacidad mental, seis meses después de haber jurado al cargo de Presidente de la República. En el 2000, la permanente protesta del movimiento indígena ecuatoriano terminó creando una situación de desgobierno que fue utilizada por un grupo de coroneles del Ejército (entre ellos Lucio Gutiérrez) para derrocar al elegido Jamil Mahuad, a año y medio del inicio de su mandato. En abril del 2005, las clases media quiteñas tomaron las calles de la capital bajo la identidad de “forajidos” (como el entonces presidente Lucio Gutiérrez los había catalogado) desalojando del poder al entonces mandatario quien tuvo que refugiarse en la embajada de Brasil, país en el que fuera acogido con asilo político. En 15 años, Ecuador ha tenido 4 presidentes electos, 4 presidentes interinos, 2 juntas de gobierno, y 3 constituciones políticas. Luego de tamaña inestabilidad política, tanto ciudadanos como gobernantes se vuelven expertos en derrocamientos de gobierno, y cuando parece que hay uno en ciernes –como aquella mañana soleada de setiembre--, todos saben qué hacer para culminarlo, para evitarlo, o simplemente para estar a salvo.
Los sucesos
La mañana del 30 de setiembre de 2010 (30-S), la tropa y los mandos medios de la Policía Nacional de Ecuador se amotinaron en las instalaciones del Primer Regimiento de Quito. La gota que derramó el vaso: la Asamblea Nacional, en los días previos, establecía una nueva Ley de Servicio Público que eliminaba las condecoraciones y bonos por años de servicio para los miembros policiales, sumándose a una serie de descontentos que se vivía entre los miembros de la Policía Ecuatoriana. Los motines se replicaban en varias ciudades del país. Un grupo de la Fuerza Aérea tomaba el aeropuerto de la capital y de hecho se esperaba que otros sectores de las Fuerzas Armadas se plegaran a la protesta. Ante el incipiente desorden (el país había quedado sin resguardo policial), el Presidente Rafael Correa decidió resolver personalmente el conflicto y prescindir de intermediarios (como pudieron haber sido el Ministro del Interior o algún delegado del Ejecutivo). Acudió directamente a la concentración de los rebeldes y fue recibido con abucheos y consignas en su contra, una animosidad colectiva desbordante. Es en ese momento en que, desprendiéndose de los botones de su camisa, se dirige a los protestantes gritando: “¡Si quieren matarme, mátenme que aquí estoy!”, declaraciones que dieron la vuelta al mundo.
La mañana del 30 de setiembre de 2010 (30-S), la tropa y los mandos medios de la Policía Nacional de Ecuador se amotinaron en las instalaciones del Primer Regimiento de Quito. La gota que derramó el vaso: la Asamblea Nacional, en los días previos, establecía una nueva Ley de Servicio Público que eliminaba las condecoraciones y bonos por años de servicio para los miembros policiales, sumándose a una serie de descontentos que se vivía entre los miembros de la Policía Ecuatoriana. Los motines se replicaban en varias ciudades del país. Un grupo de la Fuerza Aérea tomaba el aeropuerto de la capital y de hecho se esperaba que otros sectores de las Fuerzas Armadas se plegaran a la protesta. Ante el incipiente desorden (el país había quedado sin resguardo policial), el Presidente Rafael Correa decidió resolver personalmente el conflicto y prescindir de intermediarios (como pudieron haber sido el Ministro del Interior o algún delegado del Ejecutivo). Acudió directamente a la concentración de los rebeldes y fue recibido con abucheos y consignas en su contra, una animosidad colectiva desbordante. Es en ese momento en que, desprendiéndose de los botones de su camisa, se dirige a los protestantes gritando: “¡Si quieren matarme, mátenme que aquí estoy!”, declaraciones que dieron la vuelta al mundo.
En medio de bombas lacrimógenas y forcejeos, Correa fue llevado al Hospital de la Policía, adyacente al regimiento, para su protección. Su convaleciente rodilla (operada semanas atrás) obstaculizaba aún más su desplazamiento. Desde una habitación del hospital, Correa se dirige a través de su celular a todo el país. Se habla por primera vez de un intento de golpe de Estado y de que se encontraría secuestrado. Desde las 11 de la mañana y aproximadamente por 10 horas se mantiene en las instalaciones del nosocomio, cercado por miembros rebeldes de la policía. Conforme pasan las horas, cientos de ecuatorianos empiezan a movilizarse hacia el epicentro de los sucesos. Llegarían a ser aproximadamente unas dos mil personas. Pero a partir de las 7 de la noche son desalojados. Se prevé una incursión militar de rescate, la cual se concreta a las 9 de la noche. La operación de liberación es transmitida en cadena nacional. Correa logra salir y es conducido directamente al Palacio de Carondelet, donde lo esperaba una multitud. Mientras inicia su discurso, “liberado al final de la histórica jornada”, el enfrentamiento languidecía. El resultado: 5 muertos y alrededor de 200 heridos. Ningún golpe de Estado en los últimos años en Ecuador había dejado víctimas fatales. Esta vez sí. Pero tampoco había concluido con una historia feliz para el mandatario en el poder: la aprobación de su gestión se incrementó, neutralizó a la oposición, y reformó el sistema policial a su medida. No fue pues, el desenlace que se hubiese esperado en un Ecuador acostumbrado a las caídas de sus gobernantes. ¿Qué hubo detrás de esta historia? ¿Fue realmente un intento de golpe de Estado o una revuelta gremial fuera de control? ¿Estuvo en algún momento en juego la democracia ecuatoriana? ¿Fue Correa finalmente el ganador de la jornada?
Golpistas y golpeados
En el 2004 conocí a Jamil Mahuad. Dictaba un curso de pre grado en una universidad de los Estados Unidos en el que compartía básicamente su experiencia como Presidente. El syllabus era un completo viaje por los avatares de cualquier presidente latinoamericano: cómo ser un candidato competitivo, cómo armar un equipo de gobierno una vez electo, cómo encontrar aliados para neutralizar a la oposición, qué hacer en caso de una crisis financiera, cómo reaccionar ante el caso de una revuelta popular y qué hacer ante un golpe de Estado. Asistí de oyente a las sesiones que más me interesaba, entre ellas, las que resaltaban en el programa con el título de derrocamiento. “En Ecuador, si los militares te bajan el dedo, no hay nada qué hacer”. Mahuad narraba los sucesos de su caída con tranquilidad oriental, como la sistemática concatenación de lo inevitable, como si la suerte hubiera estado echada desde el amanecer. “Había luna llena aquella noche de final del milenio”, recordaba (21 de enero del 2000). “El día que tomé la decisión de dolarizar la economía de mi país sabía que la caída era un escenario posible”, confiesa fuera de clase. “Pero no lo veía probable –continúa—hasta cuando mi partido me retiró su apoyo”. Efectivamente, es más fácil tumbar a un presidente cuando hay descontento popular, cuando ya no cuenta con el apoyo ni siquiera de los suyos, cuando queda abandonado a su destino y solo busca subirse a un avión para no volver.
En el 2004 conocí a Jamil Mahuad. Dictaba un curso de pre grado en una universidad de los Estados Unidos en el que compartía básicamente su experiencia como Presidente. El syllabus era un completo viaje por los avatares de cualquier presidente latinoamericano: cómo ser un candidato competitivo, cómo armar un equipo de gobierno una vez electo, cómo encontrar aliados para neutralizar a la oposición, qué hacer en caso de una crisis financiera, cómo reaccionar ante el caso de una revuelta popular y qué hacer ante un golpe de Estado. Asistí de oyente a las sesiones que más me interesaba, entre ellas, las que resaltaban en el programa con el título de derrocamiento. “En Ecuador, si los militares te bajan el dedo, no hay nada qué hacer”. Mahuad narraba los sucesos de su caída con tranquilidad oriental, como la sistemática concatenación de lo inevitable, como si la suerte hubiera estado echada desde el amanecer. “Había luna llena aquella noche de final del milenio”, recordaba (21 de enero del 2000). “El día que tomé la decisión de dolarizar la economía de mi país sabía que la caída era un escenario posible”, confiesa fuera de clase. “Pero no lo veía probable –continúa—hasta cuando mi partido me retiró su apoyo”. Efectivamente, es más fácil tumbar a un presidente cuando hay descontento popular, cuando ya no cuenta con el apoyo ni siquiera de los suyos, cuando queda abandonado a su destino y solo busca subirse a un avión para no volver.
No era el caso de Correa, quien para entonces tenía más del 50% de aprobación y mayoría en el Congreso. Se habían iniciado algunas fisuras en el bloque oficialista y cierta desazón en un sector de la ciudadanía debido a su estilo autoritario. Sin embargo, nada hacía presagiar circunstancias de inestabilidad como había sucedido con sus antecesores. Por el contrario, la oposición más seria venía de periodistas y académicos que terminaban incursionando en política ante la ausencia de frenos al egocentrismo político de quien se propone llevar adelante una Revolución Ciudadana (sic) que establezca el Socialismo del Buen Vivir (sic y sick). Tampoco había un movimiento social en las calles. La CONAEI –la organización indígena más importante de los últimos años en Ecuador—se encontraba dividida y aunque había pasado de aliada a opositora del gobierno, no tenía la capacidad de movilización que metía miedo –con justa razón—a Bucaram y a Mahuad. Las Fuerzas Armadas estaban replegadas ante el control político presidencial, y los grupos empresariales solo encontraban en algunos medios de prensa la posibilidad de expresar sus intereses, luego de que los partidos de la derecha guayaquileña –primero el Social Cristiano y luego el PRIAN—perdieran peso político. Bucaram asilado en Panamá y sin intenciones de intervenir directamente en política nacional por el momento, contaba con una representación parlamentaria que se había acomodado al juego político. Si había un potencial sospechoso –invocado luego por el oficialismo—era el ex Presidente Lucio Gutiérrez, golpista y golpeado. Podría ser el personaje clave en esta historia de idas y golpes. Por lo menos para Correa así lo era.
Cuatro lecciones para enfrentar el intento de golpe de Estado (sea real o no)
1. Se busca golpista
Primera lección: no hay golpe sin golpista. Esta verdad de perogrullo es lo primero que tiene que ser demostrado cuando se acuse de haberlo sufrido. Sin embargo una característica de nuestras democracias del siglo XXI es que cuando caen, no hay necesariamente una cabeza visible a quien achacarle la responsabilidad. A diferencia de otras caídas en Ecuador, donde los presidentes salientes culpaban con mayor sustento (la partidocracia en el caso de Bucaram, las Fuerzas Armadas subalternas en el caso de Mahuad, los “forajidos” en el caso de Gutiérrez), Correa le puso nombre y apellido desde el inicio: Lucio Gutiérrez.
Primera lección: no hay golpe sin golpista. Esta verdad de perogrullo es lo primero que tiene que ser demostrado cuando se acuse de haberlo sufrido. Sin embargo una característica de nuestras democracias del siglo XXI es que cuando caen, no hay necesariamente una cabeza visible a quien achacarle la responsabilidad. A diferencia de otras caídas en Ecuador, donde los presidentes salientes culpaban con mayor sustento (la partidocracia en el caso de Bucaram, las Fuerzas Armadas subalternas en el caso de Mahuad, los “forajidos” en el caso de Gutiérrez), Correa le puso nombre y apellido desde el inicio: Lucio Gutiérrez.
Dos años antes, Correa había disputado la Presidencia con Gutiérrez venciéndolo con un 51.9% versus un 28.24%. Desde entonces, el Partido Sociedad Patriótica –agrupación personalista del ex presidente—se había convertido en la principal fuerza opositora en el Legislativo, y obviamente Gutiérrez en el principal rival político del gobierno. Durante los sucesos del 30-S, un hecho que llamó la atención del oficialismo es que entre las arengas de los policías amotinados, se repitiesen varias a favor de Gutiérrez, lo cual sirvió de justificación para la acusación. Sin embargo, esto podría tener una explicación sencilla: fue durante la gestión de Gutiérrez que mejoraron los sueldos y beneficios para el cuerpo policial, generando simpatías dentro de la tropa, lo cual no necesariamente implica que el ex Presidente tenga capacidad de control y manipulación sobre el gremio, mucho menos con la capacidad para articular un golpe de Estado. Gutiérrez –quien se encontraba en Brasil como observador electoral— negó tajantemente la acusación. Pero para Correa era importante crear la imagen de un enemigo.
Dato y anécdota: Karina Gutiérrez, hija del ex Presidente y subteniente del Ejército ecuatoriano, participó en el rescate de Correa.
2. La mano en los medios
Secuestrado o no, cercado por los sublevados contra o sin su voluntad, Rafael Correa desde una sala del Hospital de Policía y a través del celular, declaró estado de excepción, anulando de este modo las garantías constitucionales de los ecuatorianos. Estableció el control del país a manos de las Fuerzas Armadas y ordenó a los medios de comunicación privados y públicos, radios y televisoras, a unirse en una cadena nacional “ininterrumpida e indefinida” a la señal oficial del Estado. Durante las horas que duró la crisis, todos los medios solo transmitían el discurso oficial del gobierno: más que una huelga policial, se trataría de un intento de derrocamiento, difundían los comunicados. Políticos de diversas bancadas salían a manifestar su respaldo al gobierno, mientras que oficialistas convocaban a la ciudadanía a Plaza Grande para mostrar que el gobierno gozaba de respaldo popular.
Secuestrado o no, cercado por los sublevados contra o sin su voluntad, Rafael Correa desde una sala del Hospital de Policía y a través del celular, declaró estado de excepción, anulando de este modo las garantías constitucionales de los ecuatorianos. Estableció el control del país a manos de las Fuerzas Armadas y ordenó a los medios de comunicación privados y públicos, radios y televisoras, a unirse en una cadena nacional “ininterrumpida e indefinida” a la señal oficial del Estado. Durante las horas que duró la crisis, todos los medios solo transmitían el discurso oficial del gobierno: más que una huelga policial, se trataría de un intento de derrocamiento, difundían los comunicados. Políticos de diversas bancadas salían a manifestar su respaldo al gobierno, mientras que oficialistas convocaban a la ciudadanía a Plaza Grande para mostrar que el gobierno gozaba de respaldo popular.
La sincronización de la cadena nacional fue clave para controlar la crisis. Un diplomático extranjero que vivió de cerca muchas caídas de gobierno y que fue un actor en los sucesos del 30-S lo explica: “Empezaban los saqueos, los asaltos, y crecía la sensación de desorden… planeado o no, se estaba creando la sensación de desgobierno que podía ser aprovechado por cualquier poder fáctico para dar el golpe de gracia”. Efectivamente, la “sensación de golpe” pudo haber predominado y motivado a las Fuerzas Armadas a tomar una posición distinta al respaldo al Presidente. El control de la situación, vía celular y desde el “secuestro”, de parte de Correa, fue fundamental para evitar el escalamiento del conflicto. Segunda lección aprendida.
3. With a Little help of my friends: la comunidad internacional
La calificación del “intento de golpe de Estado” por parte del gobierno fue determinante para atraer el respaldo internacional. Con el fantasma del golpe de Honduras, que logró dividir a la comunidad internacional entre los que apoyaban a los golpistas por razones ideológicas y los que defendían al saliente Manuel Zelaya por razones principistas (o también al revés), resultaba importante lograr un consenso internacional que apoyara a Correa. Rápidamente se contó con pronunciamientos de presidentes de países sudamericanos. El presidente de Colombia Juan Manuel Santos propició una reunión de emergencia de UNASUR en Buenos Aires el mismo día de los sucesos. La OEA, la ONU y el ALBA condenaron la crisis de forma unánime. El gobierno de Estados Unidos apoyó a Correa, desmintiendo de este modo acusaciones de parte de Venezuela y Bolivia sobre la supuesta implicación de los gringos en esta crisis. Ante el apoyo unánime y homogéneo, sin cuestionar la veracidad del intento de derrocamiento, dio señales a quienes podían haber aprovechado esta crisis. Solo Correa tendría el apoyo externo. Nadie más.
La calificación del “intento de golpe de Estado” por parte del gobierno fue determinante para atraer el respaldo internacional. Con el fantasma del golpe de Honduras, que logró dividir a la comunidad internacional entre los que apoyaban a los golpistas por razones ideológicas y los que defendían al saliente Manuel Zelaya por razones principistas (o también al revés), resultaba importante lograr un consenso internacional que apoyara a Correa. Rápidamente se contó con pronunciamientos de presidentes de países sudamericanos. El presidente de Colombia Juan Manuel Santos propició una reunión de emergencia de UNASUR en Buenos Aires el mismo día de los sucesos. La OEA, la ONU y el ALBA condenaron la crisis de forma unánime. El gobierno de Estados Unidos apoyó a Correa, desmintiendo de este modo acusaciones de parte de Venezuela y Bolivia sobre la supuesta implicación de los gringos en esta crisis. Ante el apoyo unánime y homogéneo, sin cuestionar la veracidad del intento de derrocamiento, dio señales a quienes podían haber aprovechado esta crisis. Solo Correa tendría el apoyo externo. Nadie más.
4. “Apóyame Chorri”: la gente en las calles.
A partir del mediodía y por convocatoria del oficialismo, miles de seguidores de Correa se concentran en dos puntos de la ciudad: en las afueras del Palacio Presidencial en Plaza Grande y en las afueras del Hospital de la Policía en la avenida Mariana de Jesús. El canciller Ricardo Patiño convocó irresponsablemente a la ciudadanía a “enfrentarse a la policía para rescatar al Presidente”. El objetivo era mostrar respaldo popular. Las caídas de gobierno anteriores en Ecuador se habían precipitado por movilizaciones sociales de descontento en contra del gobernante. Por lo tanto, había que demostrar, en solo cuestión de horas, que la movilización social estaba a favor de Correa. El apoyo fue hasta cierto sentido simbólico antes que masivo. De hecho sorprendió su poca capacidad de convocatoria –alrededor de 2 mil personas en Plaza Grande y otras 2 mil en el Hospital de la Policía— y que la mayoría se tratase de funcionarios públicos del propio gobierno. Pero tampoco había manifestaciones populares en su contra. Los únicos que orgánicamente cuestionaban al Presidente eran la tropa policial amotinada, quienes no lograron convocar el respaldo ni de otros sectores sociales ni de las Fuerzas Armadas, como algunas hipótesis suponían. A las 3 de la tarde, el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas ofreció una rueda de prensa reafirmando su lealtad a Correa. El control mediático de la crisis, el respaldo internacional, el apoyo movilizado y el convincente mensaje de que se trataría de un intento de golpe (real o no), habían impedido que la crisis escalara. El respaldo militar a Correa cerraba de este modo cualquier duda. Solo era cuestión de esperar el rescate. Correa volvería por la noche a Palacio de Gobierno donde dormiría más fortalecido que nunca.
A partir del mediodía y por convocatoria del oficialismo, miles de seguidores de Correa se concentran en dos puntos de la ciudad: en las afueras del Palacio Presidencial en Plaza Grande y en las afueras del Hospital de la Policía en la avenida Mariana de Jesús. El canciller Ricardo Patiño convocó irresponsablemente a la ciudadanía a “enfrentarse a la policía para rescatar al Presidente”. El objetivo era mostrar respaldo popular. Las caídas de gobierno anteriores en Ecuador se habían precipitado por movilizaciones sociales de descontento en contra del gobernante. Por lo tanto, había que demostrar, en solo cuestión de horas, que la movilización social estaba a favor de Correa. El apoyo fue hasta cierto sentido simbólico antes que masivo. De hecho sorprendió su poca capacidad de convocatoria –alrededor de 2 mil personas en Plaza Grande y otras 2 mil en el Hospital de la Policía— y que la mayoría se tratase de funcionarios públicos del propio gobierno. Pero tampoco había manifestaciones populares en su contra. Los únicos que orgánicamente cuestionaban al Presidente eran la tropa policial amotinada, quienes no lograron convocar el respaldo ni de otros sectores sociales ni de las Fuerzas Armadas, como algunas hipótesis suponían. A las 3 de la tarde, el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas ofreció una rueda de prensa reafirmando su lealtad a Correa. El control mediático de la crisis, el respaldo internacional, el apoyo movilizado y el convincente mensaje de que se trataría de un intento de golpe (real o no), habían impedido que la crisis escalara. El respaldo militar a Correa cerraba de este modo cualquier duda. Solo era cuestión de esperar el rescate. Correa volvería por la noche a Palacio de Gobierno donde dormiría más fortalecido que nunca.
A golpes aprendí, mi labor presidencial.
En Ecuador todavía se debate si fue un intento de golpe o un amotinamiento policial mal resuelto. Quizás ninguna investigación judicial consiga descifrar el misterio. El esclarecimiento del tema parece un tabú, incluyendo lo que pueda indagar la prensa. De hecho, el columnista de El Universo Emilio Palacio recibió una sentencia condenatoria de cárcel y de reparación que llegan a los 30 millones de dólares por responsabilizar a Correa de dar las órdenes de un innecesario rescate militar que causó perjuicios mortales. Lo único incuestionable es que Correa salió fortalecido de esta crisis, haya sido cierta o no la amenaza real de un golpe de Estado.
En Ecuador todavía se debate si fue un intento de golpe o un amotinamiento policial mal resuelto. Quizás ninguna investigación judicial consiga descifrar el misterio. El esclarecimiento del tema parece un tabú, incluyendo lo que pueda indagar la prensa. De hecho, el columnista de El Universo Emilio Palacio recibió una sentencia condenatoria de cárcel y de reparación que llegan a los 30 millones de dólares por responsabilizar a Correa de dar las órdenes de un innecesario rescate militar que causó perjuicios mortales. Lo único incuestionable es que Correa salió fortalecido de esta crisis, haya sido cierta o no la amenaza real de un golpe de Estado.
Correa supo neutralizar las condiciones convencionales para un derrocamiento militar. No se puede prever que hubo una voluntad manifiesta de tomar el poder ni la presencia de una conducción explícita del movimiento, pero el Presidente se encargó de encontrar al responsable (Gutiérrez) para canalizar contra él su apoyo propio y el apoyo a la institucionalidad política. Impidió el control del espacio comunicacional y que cundiera la sensación de desgobierno. Y buscó respaldo (aunque sea simbólico) en el campo de las movilizaciones públicas. Es decir, todas lecciones aprendidas de los golpes que efectivamente lograron derrocar a los gobernantes. En Ecuador, se aprende a hacer política de los golpes de Estado, y Correa parece ser un alumno aplicado.
Publicado en DedoMedio, Edición 044, Setiembre del 2011.
Labels: America Latina y Politica
1 Comments:
lo leí en Dedomedio y fue la primera vez que sentía que no estuve loco al asociar ese "golpe" con los psicosociales al estilo Goebles.
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