La modernidad truncada
Informalidad y conflictividad en el Perú actual
Publicado en Correo Semanal, 17 de Noviembre del 2011
Usted ya leyó todos los análisis posibles sobre los conflictos que despertaron al león (no tan) dormido de la conflictividad social del país. Para algunos, se acabó una luna de miel que apenas duró cien días. Otros resaltan la incapacidad del nacionalismo para asumir las expectativas que generó durante la campaña electoral. “Una cosa es con guitarra, y otra con cajón”, sintetizan brillantes analistas. Los politólogos recomiendan la construcción de una institucionalidad estatal para procesar los conflictos; los consultores –con una mano en el pecho y la otra en el bolsillo— propugnan la prevención, el dialogo, y todas esas técnicas que les permiten guardar pan para mayo; la derecha dice que el país no puede parar, la izquierda radical ha elevado a la minería al status de posesión diabólica. ¿Qué de nuevo se puede decir de una dinámica social que no cambia aunque pasen los gobiernos?
¿Y qué tal si vemos el ‘big picture’? Ello no significa suscribir el discurso oficialista-yo-no-fui. La justificación de que se tratarían de “conflictos heredados” refleja una cínica irresponsabilidad política. En todo caso, si vamos a echarle la culpa al pasado, remontémonos a la Colonia como bien nos enseñó Julio Cotler. Propongo poner la problemática en perspectiva histórica, pero sin zafarle cuerpo a la responsabilidad. Sostengo que asistimos a un segundo proceso de modernización, que va camino a truncarse como el anterior. A mediados del siglo pasado presenciamos el primero: la postergación del Perú rural produjo al “primer peruano moderno” (Carlos Franco dixit): el migrante andino en Lima y en las ciudades costeñas, buscando participar de la promesa de la urbe. Pero los proyectos políticos de aquél entonces no tan lejano, no fueron capaces de proponer un Estado incluyente. Los partidos se preparaban, manual en mano, para representar a clases obreras y campesinados ideologizados; y nunca alucinaron como era la política para ambulantes, subempleados y talleristas sin seguros sociales. Ni siquiera cuando colapsaron se dieron cuenta lo que había pasado.
Esta vez la modernidad migró al campo. Nunca antes hubo tanta inversión intensiva y extensiva en las zonas de más alta tasa de ruralidad de los Andes. Siquiera en las urbes había algo de Estado. No hay peor combinación que el desarrollo económico (extractivo, de escasa demanda laboral local) llegue donde el Estado es más débil, en ese lugar debajo de la alfombra que los políticos habían evitado toda la vida. Ah, y claro, ahora ni siquiera hay organizaciones políticas.
Informalidad y conflictividad han sido el resultado, hasta ahora, de dos momentos modernizadores truncos en nuestra historia contemporánea. Porque en ningún caso hubo un proyecto político que diera forma a la coyuntura crítica que se abría. Es evidente que el discurso derechoso del ‘emergente’ ya es cebo de culebra a estas alturas (aunque al menos fue un intento). Ahora simplemente no tenemos ningún discurso político, ningún proyecto nacional que tenga la valentía de plantearse la pregunta de rigor. Los devaneos presidenciales entre los lobbistas mineros y sus (¿ex?) aliados radicales solo demuestran que no se está a la altura del encargo. Permanecer en la indecisión es un llamado a ahondar más la crisis de representación, un rechazo a la política que primero tomó la forma de desafección (“el emergente yo mismo soy”) y que ahora se agudiza y toma formas violentas (“el perro del hortelano”). El Perú no es moderno, estimado “ciudadano del mundo”, si no es capaz de dar a luz un proyecto político que más que mirar las herencias del pasado, esté más preocupado por darnos el norte.
¿Y qué tal si vemos el ‘big picture’? Ello no significa suscribir el discurso oficialista-yo-no-fui. La justificación de que se tratarían de “conflictos heredados” refleja una cínica irresponsabilidad política. En todo caso, si vamos a echarle la culpa al pasado, remontémonos a la Colonia como bien nos enseñó Julio Cotler. Propongo poner la problemática en perspectiva histórica, pero sin zafarle cuerpo a la responsabilidad. Sostengo que asistimos a un segundo proceso de modernización, que va camino a truncarse como el anterior. A mediados del siglo pasado presenciamos el primero: la postergación del Perú rural produjo al “primer peruano moderno” (Carlos Franco dixit): el migrante andino en Lima y en las ciudades costeñas, buscando participar de la promesa de la urbe. Pero los proyectos políticos de aquél entonces no tan lejano, no fueron capaces de proponer un Estado incluyente. Los partidos se preparaban, manual en mano, para representar a clases obreras y campesinados ideologizados; y nunca alucinaron como era la política para ambulantes, subempleados y talleristas sin seguros sociales. Ni siquiera cuando colapsaron se dieron cuenta lo que había pasado.
Esta vez la modernidad migró al campo. Nunca antes hubo tanta inversión intensiva y extensiva en las zonas de más alta tasa de ruralidad de los Andes. Siquiera en las urbes había algo de Estado. No hay peor combinación que el desarrollo económico (extractivo, de escasa demanda laboral local) llegue donde el Estado es más débil, en ese lugar debajo de la alfombra que los políticos habían evitado toda la vida. Ah, y claro, ahora ni siquiera hay organizaciones políticas.
Informalidad y conflictividad han sido el resultado, hasta ahora, de dos momentos modernizadores truncos en nuestra historia contemporánea. Porque en ningún caso hubo un proyecto político que diera forma a la coyuntura crítica que se abría. Es evidente que el discurso derechoso del ‘emergente’ ya es cebo de culebra a estas alturas (aunque al menos fue un intento). Ahora simplemente no tenemos ningún discurso político, ningún proyecto nacional que tenga la valentía de plantearse la pregunta de rigor. Los devaneos presidenciales entre los lobbistas mineros y sus (¿ex?) aliados radicales solo demuestran que no se está a la altura del encargo. Permanecer en la indecisión es un llamado a ahondar más la crisis de representación, un rechazo a la política que primero tomó la forma de desafección (“el emergente yo mismo soy”) y que ahora se agudiza y toma formas violentas (“el perro del hortelano”). El Perú no es moderno, estimado “ciudadano del mundo”, si no es capaz de dar a luz un proyecto político que más que mirar las herencias del pasado, esté más preocupado por darnos el norte.
Publicado en Correo Semanal, 17 de Noviembre del 2011
2 Comments:
Creo que eres muy faltoso con Cotler, el tiene sus aportes no es para que lo maletees de esa manera. Al fin y al cabo el tuvo sus aportes, y experiencias sobre el perú de su tiempo y cumplió bien su rol. Por esa trayectoria ahora es galardonado con el LASA, si quieres construir escuela no es maleteando a los anteriores. Al fin y al cabo, ellos tienen mas nueces, y usted sólo mucho ruido.
En qué parte del texto se maletea a Cotler? Cualquier referencia es maleteada? Acaso no sabes el argumento de Clases, Estado y Nación? Por favor....
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