La Marcha por el Agua en perspectiva comparada
Marchas por la contramarcha
La Marcha por el Agua es la primera movilización nacional que se lleva a cabo durante el gobierno de Ollanta Humala. Claramente apunta hacia la crítica a las políticas de promoción de la inversión minera, y (a diferencia de cualquier protesta social durante el periodo de García) tiene como principal blanco político al Presidente de la PCM. A los ex aliados del nacionalismo les cuesta todavía creer que tengan que pedir, por ejemplo, “elecciones adelantadas” o “pasos al costado” a quien hasta hace poco los acompañaba en las calles. ¿Es una movilización “en contra” del Presidente Humala? Ni ellos sabrán responder con seguridad.
Es absurdo medir el éxito de dicha marcha por el número de participantes o por si tenía una intencionalidad política detrás (¿quedaba alguna duda?). Quiero resaltar la novedad: la convocatoria a cargo de operadores políticos provincianos (Marco Arana y Wilfredo Saavedra) conjuntamente con el protagonismo de una autoridad elegida (Gregorio Santos). Hace mucho que no teníamos una movilización dirigida por políticos regionales con legitimidad electoral (quizás desde Federico Salas y su cabalgata huancavelicana de hace más de una década), por lo que ya no es posible la crítica de falta de representatividad de la cual han padecido Nelson Palomino, Alberto Pizango y Walter Aduviri en sus respectivos quince minutos de fama.
No hay que pasar por alto el involucramiento de parlamentarios nacionales (y un andino) en la movilización. Mientras la prensa sensacionalista busca “otorongos” hasta debajo de la alfombra, algunos congresistas han aprendido cuánto les fortalece ante sus electores ponerse del lado de la protesta, aunque ello implique que el Presidente les retire la palabra (como es el caso de Jorge Rimarachín). Tengan o no razón sobre los asuntos técnicos implicados en los objetivos de la protesta, sería erróneo dejar de reconocer sus avances, inéditos en un contexto de atomización y crisis de representatividad. En medio de la precariedad política, la movilización anti-minera es lo más cohesionado que se ha podido articular.
Sin embargo, también resulta prematuro interpretar esta marcha como la gestación de un “actor popular” que tiente exitosamente el poder con una plataforma de cambio radical que incluya, por ejemplo, una nueva constitución. Efectivamente, hay un clima de opinión anti-minero entre los sectores más insatisfechos de las regiones, pero a la vez corrientes discrepantes al interior del movimiento (rentistas versus ecologistas como identifica Santiago Pedraglio) que no ayudan a salir de la fragmentación. Por otro lado, si el gobierno gira sus prioridades hacia los excluidos con políticas sociales efectivas, las dirigencias anti-sistema perderían caudal. Ese tercio del país que ha perdido con el modelo económico ha encontrado en el sentido común anti-minero un discurso aglutinador, y a Conga en un símbolo. Pero hacen falta más elementos cohesionadores (identidades políticas, sociales, ideológicas) para dar el salto al Evo Morales peruano.
Precisamente el año pasado, Morales se enfrentó a una movilización similar en contra de sus políticas impulsada por organizaciones indígenas ex aliadas. La marcha del TIPNIS consiguió que Morales diera marcha atrás en su propuesta expansionista en zonas reservadas. Pero ello fue alcanzado porque basaron sus demandas en un soporte organizativo permanente que enlazaba sociedad y política desde los niveles locales. Es decir, un sustento participativo “desde abajo”. Lo que se viene en el Perú permitirá apreciar si es posible la construcción de un proyecto orgánico de izquierda (¿sustentado en ronderos ecologistas?) o si se trata simplemente de una repetición más de una tragicomedia nacional: la producción de outsiders anti-sistema capaces de ganar elecciones con la misma facilidad con la que abandonan el barco que les llevó a Palacio.
Publicado en El Comercio, el 14 de Febrero del 2012
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