Al final del primer año del gobierno de Humala, queda claro que su alineamiento programático hacia la centro-derecha ha dejado descolocado a su electorado original, aquella izquierda que esperaba “grandes transformaciones”. Al no cumplirse esas ofertas, se viene generando una decepción ídeológica en, al menos, un tercio del electorado. De este modo, Humala va perdiendo a su base “natural” (que ahora se movilizan en su contra), sin lograr conquistar nuevos seguidores. Termina contribuyendo a la sobrepoblación de políticos que le hacen guiños a la centro-derecha. Pierde su marca de nacimiento y se convierte en uno más del montón.
A diferencia de otros países, en el Perú un presidente impopular puede pasar piola entre Punta Sal y documentales para cable gringos. Sin embargo, un tercer periodo al hilo de piloto automático puede generar un malestar social de otro tipo, más agudo y menos condescendiente. Nótese que entre Toledo, García y Humala el crecimiento de la conflictividad ha aumentado consistentemente. Lo nuevo es que Humala carga el costo político adicional de la decepción programática, lo cual se convierte en una motivación distinta para el ciudadano movilizado.
Entonces, nuestro presidente, ex outsider radical y aprendiz de estadista, debe preguntarse: ¿Cómo recuperar (o producir) el soporte social para los próximos cuatro años? ¿O es que se puede dar el lujo de prescindir de seguidores de a pie y subsistir con el espaldarazo de los dueños-del-Perú Mining Company? Quedan dos alternativas. La primera consiste en generar un arrastre popular basado en el liderazgo personal y carismático de la figura presidencial (Primera Dama, espere su turno). Pero, la experiencia indica que nuestro mandatario puede ser tan mudo como Castañeda, practicar la indiferencia social como García y caer en las frivolidades de nuevo rico como Toledo. Con esa combinación, un vínculo político basado en su personalidad queda descartado.
La segunda radica en construir una relación clientelar con grupos específicos. El acceso al Estado le permite suplir la ausencia de partido y, a través de la distribución estratégica de beneficios, puede generar una red de fidelidades de alrededor de la cúpula de poder (véase las licitaciones públicas otorgadas al entorno de Alexis Humala) y también mediante una red con alcance a organizaciones sociales populares (más pragmáticos que ideológicos). Una suerte de clientelismo fujimorista sin carisma y sin brújula política. Dentro de este esquema, la reingeniería de la política social (a través del MINDES) es crucial. Con políticas bien focalizadas, se genera un efecto de demostración ideal para legitimar el discurso de “inclusión social”, aunque no lo suficiente como para ser el brazo político de un gobierno con alta popularidad.
La estrategia clientelar no está lejos de la racionalidad de Humala. En la celebración de su cumpleaños, demostró que puede reemplazar a los etnocaceristas con seguidores prestados del fujimorismo, movilizados no por convicciones sino en base a buses y rifas. Si se reproduce esas prácticas a escala nacional, el sueño de la continuidad del proyecto familiar Humala-Heredia recién tendría sustento. El tiempo lo dirá.
Publicado en El Comercio, el 17 de Julio del 2012.
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