Paseando por las calles de Buenos Aires, a un distraido Roque Benavides lo abordaron: “Che, sho te conozco… ¿buscás una mina?”. Roque, con su ego elevado, solo asintió, tratando de entender su sorpresiva fama. “¿Y de qué tipo te gustan? Sho sé que sos exigente y generoso”, le dijo su interlocutor, mientras Benavides meditaba para sí las injusticias de los perros del hortelano peruanos. “Generoso”, pensaba. Y luego, la insistencia: “Che, ¿me decís entonces cómo te gustán?”. Y Roque apurado: “Me interesa que no se haga mucho escándalo, que los curas y revoltosos estén controlados, que el estado me sea amigable”. El interlocutor porteño, algo confundido y ya en confianza: “Obvio que los curas están controlados, ché. ¿Que tienen que ver los curas con tirarse un polvo? Solo hay que estar atento de los medios, que aquí son tan hijo de putas como en tu país... Pero, ¿más bien decíme por qué no tienes acento? ¿Sos como Vigo Mortensen, que vivió aquí y perfeccionó su español?”. Roque defendió su acento y, orgulloso, dijo que el de Perú, el de Lima concretamente, sobre todo la Lima rica, era el más neutro, y que no conocía al tal Mortensen. “¿Lima?… ¿Qué no sos Spitzer, boludo?”, terminó el porteño. Y Roque entendió que no eran auríferas las minas ofrecidas.
Foto de Eliot Spitzer tomada de:
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Foto de Roque Benavides tomada de:
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Lo que tu me deseas, te deseo el doble: