Thursday, September 8, 2011

¿Un Congreso sin otorongos?

Un alegato a favor de las sesiones del Pleno descentralizadas

La actual Mesa Directiva del Congreso ha tomado la iniciativa de realizar, al menos de manera piloto, sesiones descentralizadas del pleno del Legislativo y llevar por dos días a los 130 congresistas a Ica. Esta decisión ha sido cuestionada mayoritariamente, no solo por la oposición, sino sobre todo por los medios de comunicación, que la han catalogado como “populista” e “inútil”. Se han señalado los gastos excesivos que esto implicaría, también, que bastaría con una mayor presencia de los parlamentarios de dicha región, o que una visita de este tipo podría ser contraproducente al crear falsas expectativas. Los más inteligentes temen que este tipo de prácticas exacerben la democracia participativa y convierta el contacto directo con la gente en una justificación para debilitar aún más la institucionalidad del país. En otras palabras, le ha caído con palo de todos lados. Sin embargo, se va a llevar adelante más por la terquedad de su promotor, Daniel Abugattás, que por consenso.

El Congreso de la República es una de las instituciones con menor prestigio del país. Para ser francos, lo es en la mayoría de países latinoamericanos. El estereotipo del congresista limita su imagen, en el mejor de los casos, a la de un político con poca capacidad de ofrecer bienes concretos a la gente, o simplemente en un ‘comechado’ que vive a costa del erario nacional.

Los escándalos en los que algunos parlamentarios se han visto envueltos han mermado aún más su reputación. De hecho, los medios de comunicación explotan sus faltas y las convierten en portadas amarillas, la mayoría de las veces sin distinguir entre los inquilinos de los escaños y la institución en sí. Se castiga a un congresista ‘comepollo’, pero no se reivindica el mérito de una ley trascendental como la de consulta previa. De cualquier manera, estamos ante una imagen en crisis, y antes que continuar con el apanado público, deberíamos preguntarnos si es posible un Congreso sin ‘otorongos’.

Tenemos que partir de la premisa de que los parlamentarios actuales sufren de una débil representatividad. Al no haber ni partidos ni organizaciones intermedias vigentes, no hay canales por los cuales los congresistas sintonicen con las demandas de su electorado. Cualquier intento de acercar el Congreso a la gente sirve, tanto en el aspecto de canalización de demandas (la ciudadanía local puede aprovechar esta oportunidad para agregar sus intereses y dialogar colectivamente con los representantes) como en el lado más simbólico (para muchos será la primera vez en que podrán, al menos, sentirse reconocidos por la visita de los ‘padres de la patria’).

Los plenos descentralizados tienen en teoría una doble virtud: combinan la representación con la relación directa con la ciudadanía –buscando legitimar lo primero con lo segundo– y de ser un acercamiento institucional y conjunto, tanto del oficialismo como de la oposición. El potencial de esta herramienta debe ser acompañado por congresistas que no solo estén a la altura del encargo, sino que hagan causa común contra el desprestigio institucional que sufren. La idea es buscar salidas de fondo y no perdernos en críticas secundarias ni descalificaciones a priori tan común en demócratas-dedo-meñique. Insistir en el descrédito –tan alegremente– contribuye, en el largo plazo, a la justificación de su cierre. Y eso no queremos otra vez, ¿no?

Publicado en Correo Semanal, 8 de Setiembre del 2011.

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