De qué hablamos cuando hablamos de “más Estado”.
Desconfíe, estimado lector, de los analistas que terminan cada pregunta incómoda con la respuesta: “es que no hay Estado”. Desde las grandes luminarias de nuestras ciencias sociales hasta los analistas post-Tanaka (término acuñado por Gonzalo Zegarra para referirse a los politólogos calichines), hemos terminado refugiándonos en esa afirmación que más que respuesta suena a mea culpa generalizado. Guillermo O’Donnell acierta cuando describe esta aparente evanescencia: “El Estado está en todas partes y en ninguna a la vez”. Para la mayoría, el Estado es puentes y carreteras. Los nacionalistas con botas tienden a pensar que se trata simplemente de presencia militar. Para los menos, es Estado de derecho. Entre éstos, las feministas reivindican Estado como justicia a una mujer violentada, por ejemplo. Para los zurdos, se trata de Estado de bienestar. Para los diestros (en los negocios), reglas de juego casi siempre convenientes para sus intereses. El Estado puede ser lo que Ud. quiera, por eso mismo todos jalan para su lado.
El Presidente Ollanta Humala recientemente confesó su incomodidad como “jefe de Estado”: “Hemos heredado un Estado que no está alineado con lo que queremos hacer y por eso nos cuesta dar cada paso”. En términos concretos, se plantea dos alternativas para el desafío: mantener lo que hay pero hacer modificaciones ligeras que tengan un impacto a largo plazo o ejecutar una reforma de raíz que, digamos, nos lleve a una Asamblea Constituyente. Hasta el momento, a pesar de los ecos de la campaña electoral, Humala parece haber asumido la primera vía, que es algo así como piloto profesional manejando una combi vieja. Si el Estado es el problema, modificaciones cosméticas no llevan a ninguna parte. El otro camino es tortuoso y traumático, pero sobre todo requiere de un apoyo social inexistente (piénsese en Bolivia donde la demanda constitucional tenía el 80% de respaldo) y de un proyecto político de acuerdo con ese pedido de cambio radical. ¿Existe un justo medio?
En una de sus intervenciones radiales, Patricia del Rio precisaba, a partir de las declaraciones presidenciales citadas, la diferenciación entre una mayor presencia estatal y un Estado fuerte. Dependiendo como se interprete la “fortaleza estatal”, se puede derivar en un Estado militarizado o autoritario. Durante el conflicto interno, Fujimori recuperó (sic) la presencia estatal a punta de “estados de emergencia”, donde los militares ejercieron la autoridad estatal por encima de los civiles incluso muchos años después de haber cesado la amenaza subversiva. Un Estado militarizado no es necesariamente más fuerte, pero sí más autoritario.
La “ausencia de Estado” se discute aisladamente. No se pone en el tapete que el fortalecimiento estatal supone una interrelación estrecha entre ciudadanía y democracia. Cualquier estrategia de profundización del Estado debe partir de garantizar los derechos ciudadanos que legitiman las reglas de juego democráticas. Si se conciben “pobres” en vez de ciudadanos, tendremos un Estado clientelar; si se piensa “Estado fuerte” sin garantía de derechos, tendremos un Estado autoritario. La fórmula anterior (elogiada por el fujimorismo y sus admiradores) es una vieja y nefasta receta populista y de mano dura. No hay “más Estado”, sin ciudadanos ni sin Democracia. Recuérdelo la próxima vez que escuche este rollo.
Publicado en Correo Semanal, el 22 de Setiembre del 2011.
Desconfíe, estimado lector, de los analistas que terminan cada pregunta incómoda con la respuesta: “es que no hay Estado”. Desde las grandes luminarias de nuestras ciencias sociales hasta los analistas post-Tanaka (término acuñado por Gonzalo Zegarra para referirse a los politólogos calichines), hemos terminado refugiándonos en esa afirmación que más que respuesta suena a mea culpa generalizado. Guillermo O’Donnell acierta cuando describe esta aparente evanescencia: “El Estado está en todas partes y en ninguna a la vez”. Para la mayoría, el Estado es puentes y carreteras. Los nacionalistas con botas tienden a pensar que se trata simplemente de presencia militar. Para los menos, es Estado de derecho. Entre éstos, las feministas reivindican Estado como justicia a una mujer violentada, por ejemplo. Para los zurdos, se trata de Estado de bienestar. Para los diestros (en los negocios), reglas de juego casi siempre convenientes para sus intereses. El Estado puede ser lo que Ud. quiera, por eso mismo todos jalan para su lado.
El Presidente Ollanta Humala recientemente confesó su incomodidad como “jefe de Estado”: “Hemos heredado un Estado que no está alineado con lo que queremos hacer y por eso nos cuesta dar cada paso”. En términos concretos, se plantea dos alternativas para el desafío: mantener lo que hay pero hacer modificaciones ligeras que tengan un impacto a largo plazo o ejecutar una reforma de raíz que, digamos, nos lleve a una Asamblea Constituyente. Hasta el momento, a pesar de los ecos de la campaña electoral, Humala parece haber asumido la primera vía, que es algo así como piloto profesional manejando una combi vieja. Si el Estado es el problema, modificaciones cosméticas no llevan a ninguna parte. El otro camino es tortuoso y traumático, pero sobre todo requiere de un apoyo social inexistente (piénsese en Bolivia donde la demanda constitucional tenía el 80% de respaldo) y de un proyecto político de acuerdo con ese pedido de cambio radical. ¿Existe un justo medio?
En una de sus intervenciones radiales, Patricia del Rio precisaba, a partir de las declaraciones presidenciales citadas, la diferenciación entre una mayor presencia estatal y un Estado fuerte. Dependiendo como se interprete la “fortaleza estatal”, se puede derivar en un Estado militarizado o autoritario. Durante el conflicto interno, Fujimori recuperó (sic) la presencia estatal a punta de “estados de emergencia”, donde los militares ejercieron la autoridad estatal por encima de los civiles incluso muchos años después de haber cesado la amenaza subversiva. Un Estado militarizado no es necesariamente más fuerte, pero sí más autoritario.
La “ausencia de Estado” se discute aisladamente. No se pone en el tapete que el fortalecimiento estatal supone una interrelación estrecha entre ciudadanía y democracia. Cualquier estrategia de profundización del Estado debe partir de garantizar los derechos ciudadanos que legitiman las reglas de juego democráticas. Si se conciben “pobres” en vez de ciudadanos, tendremos un Estado clientelar; si se piensa “Estado fuerte” sin garantía de derechos, tendremos un Estado autoritario. La fórmula anterior (elogiada por el fujimorismo y sus admiradores) es una vieja y nefasta receta populista y de mano dura. No hay “más Estado”, sin ciudadanos ni sin Democracia. Recuérdelo la próxima vez que escuche este rollo.
Publicado en Correo Semanal, el 22 de Setiembre del 2011.
Muy útil el post para separar la paja del trigo. Yo personalmente creo que el Estado no debe ser más asistencialismo (sí el básico para aliviar pobreza extrema) ni menos aún militares. Creo que el Estado debe estar en todos lados como la "plataforma legal e institucional" que permita a los ciudadanos trabajar e interactuar para lograr su desarrollo: 1) Seguridad (protección de la vida y la propiedad); y, 2) Justicia (resolución de conflictos y enforcement de contratos). Para esto es básico que la policía y el Poder Judicial llegue a todos sitios... pero claro, si estas instituciones ni en Lima son del todo funcionales.... Ojo, no descarto luego otro tipo de presencia estatal, pero creo que esto es lo básico. Si con esto se puede lograr niveles de desarrollo un poco mejores vendrán por su propio peso "ciudadanos" que garanticen democracia y "rule of law" de largo plazo.
ReplyDeleteSaludos!