El país está dividido. A riesgo de ser simplista, podemos calcular una segmentación entre dos tercios de fervientes creyentes de El Perú Avanza y un tercio movilizado de los denominados “perros del hortelano”. Las élites políticas que se vinculan a cada parte, no solo se diferencian en posiciones “minera” / “anti-minera”. Esto es lo de menos. La diferencia más marcada radica en que los primeros priorizan la gobernabilidad a la representación, mientras que los segundos, la representación a la gobernabilidad, cuando en realidad no se puede lograr la una sin la otra.
Humala-presidente privilegia la gobernabilidad económica. Padece de la ética del converso: se vuelve más fundamentalista que los originales defensores del modelo económico. No duda tomar partido, gritar a los cuatro vientos “Conga Va”, declarar su amor a los sectores conservadores a punta de Estados de Emergencia. Una vez en Palacio, tuvo la posibilidad de elegir su base de apoyo: los movilizados que lo sacaron del anonimato del outsider de turno o los poderes fácticos que son fanáticos del piloto automático. Eligió lo segundo. El resultado se ejemplifica en la ciudadana de Espinar que con Biblia en mano reclama al Presidente con resentimiento telúrico su primigenia agenda anti-minera. Decepción programática, reclamo radical.
Humala-candidato, en cambio, privilegiaba la representación política. No le importaba meter miedo “chavista” con tal de convencer a los marginados que la hora de la gran transformación había llegado. En política no hay vacíos, y al zafar cuerpo de la agenda reivindicativa, ha creado la oportunidad para la reproducción de los Rimarachín. Un legislador, un presidente regional o un alcalde no tienen el abanico alternativo del Jefe del Ejecutivo que puede gravitar en torno a grupos económicos; a ellos solo les queda responder a los ánimos movilizados de sus electorados sin calcular los efectos de la conflictividad en las inversiones. Rimarachín, Coa, Santos, Acurio, Mollohuanca optaron por representar lo que Humala abandonó.
Humala practica una mediocridad política avasalladora. En los puestos de decisión –al menos en los temas de conflictividad social-- no abundan operadores, sino Homeros Simpson, aquellos de las ocho horas laborales apretando el mismo botón. Es un gobierno sin iniciativa política, donde el capitán --en vez de tomar el timón-- se ha dedicado a (des)inflar salvavidas.
Se requieren, al menos, dos pasos para salir de este falso dilema. La solución es política y no técnica. En primer lugar, atenuar la polarización. Estimado pro-sistema, el país no está lleno de azuzadores, es hora de que reconozcas las demandas justas detrás. Estimado anti-sistema, las políticas sociales no van a permitir la inclusión si la inversión no produce los recursos necesarios. En segundo lugar, necesitamos una gran iniciativa estatal que satisfaga a los movilizados y brinde serenidad a los inversionistas. ¿Qué le parece, señor Presidente, relanzar un Proceso de Descentralización? ¿O acaso se ha olvidado de esta palabra mágica que suena tan bien tanto a los tecnócratas del MEF como a las autoridades sub-nacionales?
Publicado en El Comercio, el 5 de Junio del 2012
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