La mayoría de analistas concuerdan que a este gobierno le hacen falta operadores políticos, tanto a nivel de las élites como en la política sub-nacional, tanto en el Congreso como en los conflictos sociales. Son escasas las figuras políticas que convocan y generan confianza más allá de sus incondicionales, que dialogan con la oposición y ponen términos para acuerdos a pesar de las diferencias, que son capaces de movilizar apoyos dentro de la clase política y fuera de ella, que conocen las reglas informales de la política y las ponen al servicio de la estabilidad.
Por eso mismo, Fredy Otárola es más un escudero que un operador, es más Gustavo Pacheco que Velásquez Quesquén. Otárola tiene la habilidad de defender las sinrazones del gobierno al punto de justificar un error y elevarlo al status de estrategia; pero es incapaz de tender puentes hacia otras bancadas. Controla a sus ayayeros, pero carece de la destreza de imponer los términos del debate legislativo. ¿Acaso no fueron los apristas Mulder y Velásquez Quesquén quienes pusieron en la agenda la censura ministerial, a pesar de no llegar siquiera a conformar una bancada completa?
Por eso mismo, Oscar Valdés es más reactivo que propositivo, es más Javier Reátegui que Roberto Dañino. Valdés tiene el don del pararrayos político, de ser un fusible inagotable al borde del desgaste; pero no tiene el peso propio para sumar nombres de consenso al gabinete. Cuenta con la cordialidad de la alcoba presidencial, pero le cuesta vender bien los avances en las carteras menos cuestionadas. Es un especialista en convertir personajes opacos en ministeriables, aunque no calcule los costos de vestir a un empresario de granos en Ministro del Interior.
Por eso mismo, Adrián Villafuerte es más oscuro que confiable, es más Vladimiro Montesinos que el Alberto Adrianzén de los tiempos de Paniagua. Villafuerte tiene la fortuna de hablar el mismo lenguaje militar que adormece la inteligencia de Humala; pero no de pensar políticas de aliento para el país. No es un consejero político, sino el guardaespaldas mayor del gobierno. Para él, gobernar no es un asunto político, sino la defensa en un mundo de rumores, conspiraciones y amenazas. No reconoce el pluralismo; solo distingue enemigos y aliados.
Por eso mismo, el nacionalista de a pie es más un troll que un cuadro de base, es más un militante a sueldo que un convencido ideológico. Es una versión 2.0 del peruposibilista que convirtió su partido en una bolsa de trabajo. No saben cómo neutralizar una protesta, pero sí cómo crear cuentas falsas en Twitter. Hacen extrañar a los reservistas etnocaceristas. Estos últimos se ganaban la vida vendiendo diarios y no difamando a periodistas independientes con los impuestos de todos.
Por eso mismo, cada vez que el Presidente Humala se decide por un “técnico” para un cargo político, se vuelve un poco Alberto Fujimori. Practicar activamente el desprecio por la política, nos devuelve al lado más perverso de la década autoritaria.
Publicado en El Comercio, 22 de Mayo del 2012.
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