La fase oral en La Haya se ha iniciado, con
lo que la demanda de límites marítimos entre Perú y Chile ante la Corte Internacional
de Justicia entra a su etapa decisiva. Hasta el momento, los equipos
diplomáticos han sido los protagonistas en la preparación de los alegatos. Pero
una vez que empiezan a develarse las estrategias, los efectos del proceso y la
asimilación de los fallos, la iniciativa recae en los partidos políticos.
A pesar del creciente desencanto ciudadano
(protestas estudiantiles y un 60% de abstención en las recientes consultas
municipales), Chile se sostiene en una política partidarizada. Después de la
dictadura de Pinochet, ha consolidado un sistema basado principalmente en dos
alianzas multipartidarias. La derechista (ex Alianza) Coalición (formada por la
UDI y por Renovación Nacional) y la opositora Concertación (bloque centroizquierda).
Aunque en la última campaña presidencial surgió una tercera fuerza electoral
(encabezada por Enríquez-Ominami), los dos frentes mencionados estructuran
todos los rincones de la política chilena, incluyendo su diplomacia.
A diferencia de la dispersa política
peruana, los partidos chilenos están cohesionados en torno a criterios
ideológicos, habilitan patrones ordenados de carrera política y son espacios de
socialización de sus cuadros. Se constituyen en intérpretes que comunican
mensajes digeridos a sus electores. El mayor porcentaje de informados sobre el
diferendo marítimo en el país sureño tiene que ver con esta virtud política. De
acuerdo con la encuesta binacional realizada por GfK un 18% y 33% de chilenos
se sienten “bastante” y “algo” informados, respectivamente, contrastando con un
3% y 21% de peruanos en los mismos rubros.
La reunión de ex presidentes chilenos con
Piñera –interpretada por el optimismo peruano como un reflejo nervioso— es
sobre todo un gesto de unión de esta élite (ya sea un control de daños
anticipado o no) que la peruana no ha logrado replicar más allá de declaraciones
aisladas. El hecho que el fujimorismo insistiera en distraer al canciller
Roncagliolo en el Congreso es sintomático de la ausencia de un sentido común
compartido entre oficialismo y oposición.
La clase política peruana estaría preparada
principalmente para administrar un fallo favorable. Se hablaría de otra “isla
de eficiencia” (Torre Tagle) y se demostraría paradójicamente las “virtudes” de
los personalismos (Wagner-García Belaúnde-Roncagliolo juegan de memoria) en un
dominio (la diplomacía) donde las componendas políticas no han mellado la
calidad profesional. Probablemente el presidente Humala alcanzaría más
popularidad que su esposa. Un resultado insatisfactorio ahondaría en la
desconfianza ciudadana y sería aprovechado por oposiciones (sistémicas y extrasistémicas)
para hacer leña del nacionalismo caído.
En un año electoral en Chile, un fallo en
contra de sus intereses tendría consecuencias en el juego interno. Pese a que
la responsabilidad de la defensa es compartida por concertacionistas y el oficialismo,
la cuerda se rompe por el lado más débil: la pobre popularidad de Piñera (30%).
Paradójicamente, bajo este escenario, a los peruanos les tocaría confiar en que
la élite partidaria sureña controle sus exhabruptos
nacionalistas y demuestre que su creciente delegitimación social no ha afectado
su categoría.
Publicado en El Comercio el 4 de diciembre del 2012.
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