Tuesday, December 18, 2012

Cómo (no) construir partidos fuertes


Los politólogos también sueñan. Cuando lo hacen, conciben una política basada en organizaciones sólidas (formales e informales), con vínculos estrechos con la sociedad (también organizada), con militantes registrados en comités en todo el país. Los que idearon nuestra vigente Ley de Partidos tenían una mano en el manual de texto y la otra en la almohada.

Pero luego de tantas reformas, seminarios internacionales, ensayos y columnas, este modelo de partido no asoma en la realidad. Les propongo una hipótesis alternativa, contraintuitiva e injuriosa: ¿y si para construir partidos no necesitamos –inevitablemente- partir de organizaciones?

Los que han obedecido la premisa de la organización son los partidos que sobreviven el colapso, como el APRA, el PPC y Patria Roja. Pero solo este último  se articulado de manera eficiente con sectores  aglutinados de la sociedad civil (ronderos y magisterio), aunque ello no sea suficiente para tener relevancia electoral (y no solo de movilización) más allá de Cajamarca.

Conocemos bien el diagnostico: la política ha cambiado abruptamente. La terciarización e informalización de la economía mermaron la participación en gremios y sindicatos. La sociedad y los partidos se distanciaron sin capacidad de intermediación. Los medios de comunicación vaciaron las plazas. ¿Entonces, por qué insistir exclusivamente en una política basada en organizaciones? ¿Por qué seguir vendiendo la idea de que solo de ese modo se puede “reconstruir” la política peruana?

Mis colegas olvidan que los partidos están compuestos por personas. No solo por élites ambiciosas, sino también por individuos que --sin mediación orgánica alguna-- pueden lograr identificarse con un proyecto político, tanto a nivel ideológico como emocional. Los partidos fuertes perduran porque han conquistado “las mentes y corazones” de ciudadanos de a pie. Para ello no se necesitan carnets de afiliados ni “vida partidaria”. El fujimorismo ha demostrado que para seguir vigente, hasta se puede prescindir de estructuras organizadas.

El fujimorismo contradice la receta orgánica: se cambió ocho veces de nombre, no construyó una red de comités provinciales ni se acerca al movimiento social (quizás porque no sabe cómo), pero ha generado lo más cercano a una militancia.  Solo ahora que parece haber asegurado un electorado cautivo con fieles seguidores, piensa en su institucionalización.

El fujimorismo aprendió a hacer una política distinta a la tradicional. Prescindió también de tales formas y utiliza los medios (hasta programas radiales casi clandestinos) como su principal fuente de difusión de identidad, ideología e imaginario. Para bien o para mal, está diariamente en los periódicos y noticieros.

Por eso no concuerdo con los que sostienen que su “única” plataforma es la libertad de Alberto Fujimori. Detrás de ese “emblema” hay una interpretación utilitarista de la justicia, de las prioridades al momento de gobernar; está el corazón de su ideología de “mano dura”.

Los partidos fuertes se construyen sobre todo a partir de identidades que logran incorporar a los desconfiados y desafectos a una opción política y convertirlos en creyentes. La organización es, en el mejor de los casos, un segundo paso.

Publicado en El Comercio, el 11 de diciembre del 2012.

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