Lo que nos queda
Un análisis
sistemático de los hechos del 2012 nos puede ayudar a develar las principales
características del funcionamiento de la política peruana. La ausencia de
partidos enraizados no nos ha conducido al desgobierno, todo lo contrario. El
Presidente Humala goza de una mediana popularidad, la primera dama es la figura
política con más futuro y los peruanos pasaremos el almanaque con más
expectativas que pesimismos.
Considero
que el actual gobierno viene ensayando un perfil propio tratando de guardar
distancia con el modelo del piloto automático. El poder bicéfalo –qué dudas
caben— consiste en el presidente Humala en el rol de policía malo (del
provocador “Conga Va” al reflejo primario de los estados de emergencia) y en Heredia
perfeccionando la sonrisa Kolynos ante las cámaras (de la mano de “sus”
ministras sociales).
La vía de
la mano dura demostró su caducidad. Valdés Dancuart, su “ministro símbolo”, fue
expectorado sin pena ni gloria. Las carteras de orden interno han deambulado
sin norte político. La apuesta militar en el VRAE ha sido a todas luces un
fracaso. Solo cuando se le puso más “rostro social” (por ejemplo, Beca 18 en
los valles cocaleros) la situación empezó a mejorar. Heredia comprendió que
tenía que ser menos groupie de estrellas de paso y más “motor y motivo”. Quedó
claro que no se necesita un Primer Ministro autónomo (Lerner, Valdés) sino uno
que reconozca y asuma su lugar en la casa (Jiménez).
La
principal oposición sigue siendo la conflictividad social. El hecho de que las
tensiones hayan disminuido no nos debe hacer pasar por alto el dolor por los
fallecidos (civiles y fuerzas del orden) y la bronca acumulada por la
indiferencia estatal (Espinar, Conga). El gobierno pretende reconquistar a su
electorado perdido a través de políticas sociales que empiezan a satisfacer a
miles de compatriotas (a quienes Usted solo puede ver por televisión nacional).
La inclusión de Huaroc en la PCM es un
signo positivo (por su experiencia política), pero aún aislado ante el déficit
de cuadros políticos y una embrionaria tecnocracia social.
La
principal amenaza es los nuevos Sendero. El pensamiento radical y antisistema
se viene aglutinando con una fortaleza que provoca envidia en los partidos democráticos.
Mientras MOVADEF demuestra cambio generacional, nuestros expertos en la materia
no saben cómo reaccionar ni política ni intelectualmente. La academia está más
preocupada por justificar y/o atacar posiciones ideológicas contrarias
(“caviares” y “DBA”) que por comprender este país que avanza económicamente con
una democracia zigzageante.
Nos queda una
mediocre estabilidad política. Porque la conflictividad y la informalidad
(antónimos de modernidad y progreso) son los problemas estructurales que no se
resuelven con pastillas para el dolor de cabeza, sino con un proyecto político
que contenga interpretación de país y lineamientos a largo plazo. Esa materia
gris y visión política no abundan en Palacio, pero tampoco en universidades
ensimismadas en sus pugnas con curas y con senderistas. Siempre nos queda un
golpe de suerte. Es que Dios es peruano, ¿no?
Publicado
en El Comercio, el 25 de Diciembre
del 2012.
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