Sobre el futuro de fujimoristas, “PPKausas” y pepecistas
Hay dos caminos posibles que llevan al poder: a través de coaliciones informales con actores que tienen capacidad de influencia y de veto (grupos económicos, elites conservadoras) o mediante organizaciones partidarizadas, lideradas por dirigentes con arrastre popular. La derecha peruana ha privilegiado la primera alternativa, al menos en las últimas décadas. Ante el fracaso de la vía organizada (cuyo último momento de gloria relativa fue el Fredemo), los grupos de poder económico consiguieron establecer una agenda de libre mercado imponiendo sus intereses de clase, acompañado con un discurso de orden y pragmatismo que calaba en gran sector de la sociedad. Priorizaron un mensaje de “gobernabilidad” sin importar lo que se sacrificara en nombre de ella. La fórmula fue eficiente mientras se sostenía la expectativa del chorreo, o mientras se podían seguir justificando los “sacrificios” que se tenían que hacer en materia de seguridad pública. Es decir, hasta que el discurso del “nosotros matamos menos” llegó a ser inaceptable para la mayoría.
El camino partidarizado es sinuoso y cruel, pero tiene la virtud de reducir los riesgos de sucumbir ante tentaciones autoritarias. El caso del PPC es emblemático al respecto. Trascendió el liderazgo fundacional de Luis Bedoya Reyes, formó uno nuevo y competitivo electoralmente con Lourdes Flores, cobijó una alianza electoral ideológicamente coherente en Unidad Nacional (sobre todo el primer lustro del siglo) y añadió a la plataforma de mercado (en lo económico) y conservadora (en lo social), un discurso democrático de derecha alternativo al predominante. Sin embargo, se desgastó al igual que el modelo que endosaba y terminó negociando en la candidatura de PPK su sobrevivencia en el registro de organizaciones políticas del JNE. El desafío es doble: salir del envejecimiento prematuro y encontrar representación fuera de Lima.
La derecha fuera del poder encuentra en el fujimorismo una alternativa para representarla electoralmente. Este proyecto tiene la ventaja de agradar a los intereses de la coalición dominante pre-Humala y de, a pesar de sus intenciones, desarrollarse como una organización con vínculos con la sociedad. Keiko Fujimori parece asumir el reto de convertir este proto-partido en la identidad política más sólida en el escenario actual.
Precisamente “partidarizar” su apoyo (establecer reglas y procedimientos para procesar sus demandas y decisiones) le permitiría subsanar su mayor falencia: democratizarse. Tarea incompleta si no consigue en lo político lo que Humala logró en lo económico: moderarse, correrse al centro, y generar una propuesta política que dé confianza en términos democráticos. ¿Podrá hacerlo con el pasivo de crímenes y delitos en materia de derechos humanos y corrupción?
Si a la izquierda se la ha criticado su visión ingenuamente participativa de la democracia, a la derecha le hace falta fundamentos liberales. Representar las políticas de mercado y la gobernabilidad sin bases pluralistas es perjudicial para la institucionalidad política. En el mejor de los casos puede producir un PPKausa que pide una segunda vuelta presidencial con tres candidatos (sic). El gobierno de las macrocifras y la ilusión de la inclusión clientelar fracasaron. ¿Es tan difícil para la derecha trascender el discurso economicista y meter en su glosario: ciudadanía, igualdad, Estado de derecho e inclusión?
Publicado en Correo Semanal, 18 de Agosto del 2011.
Hay dos caminos posibles que llevan al poder: a través de coaliciones informales con actores que tienen capacidad de influencia y de veto (grupos económicos, elites conservadoras) o mediante organizaciones partidarizadas, lideradas por dirigentes con arrastre popular. La derecha peruana ha privilegiado la primera alternativa, al menos en las últimas décadas. Ante el fracaso de la vía organizada (cuyo último momento de gloria relativa fue el Fredemo), los grupos de poder económico consiguieron establecer una agenda de libre mercado imponiendo sus intereses de clase, acompañado con un discurso de orden y pragmatismo que calaba en gran sector de la sociedad. Priorizaron un mensaje de “gobernabilidad” sin importar lo que se sacrificara en nombre de ella. La fórmula fue eficiente mientras se sostenía la expectativa del chorreo, o mientras se podían seguir justificando los “sacrificios” que se tenían que hacer en materia de seguridad pública. Es decir, hasta que el discurso del “nosotros matamos menos” llegó a ser inaceptable para la mayoría.
El camino partidarizado es sinuoso y cruel, pero tiene la virtud de reducir los riesgos de sucumbir ante tentaciones autoritarias. El caso del PPC es emblemático al respecto. Trascendió el liderazgo fundacional de Luis Bedoya Reyes, formó uno nuevo y competitivo electoralmente con Lourdes Flores, cobijó una alianza electoral ideológicamente coherente en Unidad Nacional (sobre todo el primer lustro del siglo) y añadió a la plataforma de mercado (en lo económico) y conservadora (en lo social), un discurso democrático de derecha alternativo al predominante. Sin embargo, se desgastó al igual que el modelo que endosaba y terminó negociando en la candidatura de PPK su sobrevivencia en el registro de organizaciones políticas del JNE. El desafío es doble: salir del envejecimiento prematuro y encontrar representación fuera de Lima.
La derecha fuera del poder encuentra en el fujimorismo una alternativa para representarla electoralmente. Este proyecto tiene la ventaja de agradar a los intereses de la coalición dominante pre-Humala y de, a pesar de sus intenciones, desarrollarse como una organización con vínculos con la sociedad. Keiko Fujimori parece asumir el reto de convertir este proto-partido en la identidad política más sólida en el escenario actual.
Precisamente “partidarizar” su apoyo (establecer reglas y procedimientos para procesar sus demandas y decisiones) le permitiría subsanar su mayor falencia: democratizarse. Tarea incompleta si no consigue en lo político lo que Humala logró en lo económico: moderarse, correrse al centro, y generar una propuesta política que dé confianza en términos democráticos. ¿Podrá hacerlo con el pasivo de crímenes y delitos en materia de derechos humanos y corrupción?
Si a la izquierda se la ha criticado su visión ingenuamente participativa de la democracia, a la derecha le hace falta fundamentos liberales. Representar las políticas de mercado y la gobernabilidad sin bases pluralistas es perjudicial para la institucionalidad política. En el mejor de los casos puede producir un PPKausa que pide una segunda vuelta presidencial con tres candidatos (sic). El gobierno de las macrocifras y la ilusión de la inclusión clientelar fracasaron. ¿Es tan difícil para la derecha trascender el discurso economicista y meter en su glosario: ciudadanía, igualdad, Estado de derecho e inclusión?
Publicado en Correo Semanal, 18 de Agosto del 2011.
y tu te corriste al centro académico.
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