Un Perú para Bryce
Alfredo Bryce se hace llamar un “limeño auténtico” (sic), de esos que, según cuenta en la entrevista publicada en el último Somos, "ya no quedan” y, según sus propios cálculos estadísticos, son alrededor del “4% de la población”. Para “el más querido de nuestros escritores” (¿lo seguirá siendo?), “el limeño nuevo es ese ser detestable, agresivo, generalmente provinciano, que ha entrado por la violencia a la ciudad, por la puerta falsa y quiere salir por la puerta principal”. Bryce, que en sus últimos años de carrera ha demostrado no estar preocupado por la autenticidad de sus escritos, se muestra así como un riguroso juez de la limeñidad de sus vecinos.
Las lamentables declaraciones del escritor no solo sirven para decepcionar a sus lectores, también contribuyen a anclar ese inefable clivaje social que divide y separa al país entre limeños y provincianos. Precisamente, la polarización política se asienta porque usufructúa las escisiones que estructuran nuestra sociedad. Así como Bryce desprecia a los hijos de los provincianos que nacimos en Lima; en el “interior” la palabra “limeño” se convierte en el más colérico insulto. Ahora súmele a “limeño” los adjetivos “pro-minero”, “neoliberal”, y “facho”; y al “provinciano” los de “radical”, “comunista” y “senderista”, y entenderá perfectamente el callejón sin salida al que han llegado los diálogos de sordos en nuestro país.
La intolerancia se institucionaliza porque muchos se ven representados en Bryce, aunque lo mantengan para sus adentros. En el diccionario de la infamia que comparte el escritor, “provinciano” es sinónimo de “violencia” y de “mal gusto”. Es la práctica de un discurso más sectarista que discriminador, más agresivo que intransigente, que alienta la desigualdad al desconocer que todos los que nacimos en Lima (y en el Perú) no estamos ordenados por linajes ni jerarquías. El espejismo del boom gastronómico nos impide ver que aún no nos aceptamos como somos. No hay mayor cortina de humo para nuestra identidad nacional que un tacu-tacu cocinado por Gastón.
No es casual que el personaje principal de la nueva novela de Bryce –titulada “Dándole pena a la tristeza”— sea un minero fundador de un imperio económico, en un país donde el apellido marcaba de por vida tu posición en la escala social. El título es sintomático, porque refleja en lo que se ha convertido la aristocracia conservadora: un club de emos con billetera gruesa y visión estrecha; retrógrados en sus aspiraciones, perdidos en un vals criollo “lamentero”; incapaces de aceptar lo perjudicial de sus “años maravillosos”, porque si de reconocimiento de derechos se trata, todo tiempo pasado fue peor.
Bryce y los peruanos como él, retrasan el desarrollo integral de nuestro país, el cual no sólo se consigue vía crecimiento económico, sino –y sobre todo-- mediante la construcción de una comunidad de iguales. Es decir, un Perú para todos sus ciudadanos y no sólo un Perú para “los Bryce”.
Publicado en El Comercio, el 3 de julio del 2012.
1 Comments:
Pretendo comentar y me encuentro con esta realidad curiosa y, entiendo, agresiva, quizá de "nuevo limeño". Me hace recordar a las inscripciones que leía en las puertas posteriores de los camiones carreteros durante los continuos viajes que hacía con mi padre durante mi infancia: "Lo que tú me deseas te deseo el doble". Es duro. Más agradables eran inscripciones, a veces llenas de errores ortográficas pero con letras pulcras y ordenadas: "Los ojos de mi madre, alumbran mi camino". Digo esto y no dejo de pensar en la violencia verbal contenida en esta entrada. Soy provinciano y creo en ese Perú que conocí en mi infancia: ordenado, limpio y de escrupuloso respeto a la ley. Llegabas a un pueblo y la primera construcción existente era el Puesto de la Guardia Civil, o en su defecto, la Garita de Control Vehicular de la Guardia Civil. Recuerdo haber jugado de niño en los jardines de la comisaría de Chulucanas, sede del Segundo Sector, de la 2da. Comandancia - Piura, y haber escuchado al Sargento Salas dirigiéndose al Capitán, Jefe de Sector, con estás palabras: "Parte de forasteros, mi Capitán". Había orden. Ese es el mundo que me viene a la memoria cuando leí dándole pena a la tristeza. Y ese es el mundo que se perdió en el Perú al que no vamos a reconstruir motejando a escritores notablemente sensibles. El poeta tiene la rara virtud de llegar a la verdad mediante la vía de la sensibilidad, la belleza y la armonía. No recuerdo muchas verdades diagnosticadas por las ciencias sociales, que copiando moldes de realidades externas a las peruanas, efectivamente, retrasaron el desarrollo de muchos peruanos. No hay más hermoso desarrollo que respetar a todos los peruanos, así no compartamos su punto de vista. Buenas tardes, desde Lima, aunque yo quisiera regresar a mi provincia que la sigo convirtiendo en ese rincón hermoso que ojalá nunca haya dejado de ser pero que efectivamente, dejo de ser ordenado, limpio y respetuoso.
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