Querida, encogí a la izquierda
Se hicieron públicos los esfuerzos de grupos de izquierda para formar una plataforma única --denominada creativamente Frente Amplio-- con miras a las elecciones subnacionales del 2014 y, crucen los dedos, las presidenciales del 2016. En una carta dirigida a sus militantes, organizaciones con inscripción vigente (Tierra y Libertad), en busca de la propia (MAS, vehículo electoral de Patria Roja) y con más sueños que firmas (Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, PS y PCP), proponen una alianza donde la esquiva unidad se convierte en motor y motivo para aglutinar ese amplio espectro en el que se confunden desde maoístas trasnochados hasta hipsters barranquinos.
Los comunicados, llamamientos y reflexiones de nuestra izquierda están a la altura de los manuales de auto-ayuda. Repletas de sentidos comunes para subir la moral (“vivimos un momento constituyente”), donde abunda la ingenuidad (“otro mundo es posible”) y el efectismo (el neoliberalismo es una mala palabra, toda derecha es autoritaria). Sus intelectuales son una suerte de Paulo Coelho del análisis político: proveen a sus incautos seguidores, espejismos para una vida política feliz, como si enumerar buenas intenciones fuera suficiente para construir un partido en serio.
A un año de su única “victoria” electoral, ha quedado claro los costos políticos y psicológicos (ver cualquier declaración de Sinesio López) del atajo del outsider militar y de la incapacidad de un conjunto de “ciudadanos de ONG” para movilizarse en la producción de un frente que sintonice democráticamente con las demandas sociales que dice defender. La renovación de cuadros se estrella con nuevas generaciones que nacen envejecidas (el efecto de ser formados en las mismas sobremesas familiares) y con ínfulas mesiánicas (esas que critican en otros partidos). La única novedad política con pretensiones nacionales proveniente de la izquierda es Gregorio Santos, originado en el “pariente pobre”, hasta hace poco recibido por la puerta de servicio y al cual quieren ponerle ahora alfombra de su color: Patria Roja.
Luego de que Humala diera su giro programático, la izquierda ha quedado encogida en redes de amigos de café (en Lima) y en políticos huérfanos de partidos que regresan a la semilla radical anterior a la Caída del Muro (en el resto del país). La conflictividad social permite reactivar el discurso de lucha de clases desde espacios locales que no encuentran canales orgánicos para escalar a nivel nacional (en lo mejor de los casos solo llega a capital regional); pero tampoco existen iniciativas limeñas que encaucen políticamente estos ánimos bajo los cánones de la moderación y el diálogo democráticos.
Patria Roja es lo más orgánico-nacional que existe en la izquierda, pero no exageremos. Existe más protagonismo en sus dirigencias locales que nacionales, lo cual ha generado tensiones internas. La emergencia de posiciones anti-sistémicas como Movadef y Conare, es también una muestra de haber perdido ascendencia entre sus tradicionales bastiones. No es (¿aún?) el APRA del siglo XXI que Alberto Moreno prometió hace unos años ante un auditorio repleto en Cajamarca.
Publicado en El Comercio, el 14 de Agosto del 2012.
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