Tuesday, March 6, 2012

La derecha en los países andinos

Construir un partido de derecha democrático e institucionalizado no es sencillo, sobre todo en escenarios caracterizados por el post-colapso del sistema de partidos, tierra árida para el cultivo de filiaciones políticas. Un proyecto de formación partidaria de derecha --que considere que las principales desigualdades entre las personas son naturales y fuera de la intervención estatal-- requiere vencer al menos tres retos contextuales.

El primero es ser atractivo para las mayorías. En países de alta desigualdad, el electorado natural de la derecha es minoritario. Su agenda programática convencional es anti-popular. Defiende intereses de las élites, considera que las políticas de ajuste requieren pequeños ajustes, y busca mantener el statu quo.

El segundo es pretender construir partido ahí donde no los hay. Como se cree, es posible que la era de los partidos socialmente enraizados ya haya terminado. Entonces, ¿cómo construir partidos en sociedades atomizadas por conflictos internos como Perú y Colombia? ¿Cómo formar proyectos nacionales en países divididos por clivajes que separan y enfrentan el Oriente y el Occidente bolivianos, la costa y la sierra ecuatorianas, el norte próspero y el sur radical peruanos?

El tercero tiene que ver con la fragilidad de nuestras democracias. Especialmente en los países andinos, outsiders anti-establishment han debilitado la institucionalidad democrática. Autoritarismos competitivos se han alzado asumiendo acríticamente un estilo plebiscitario y desprestigiando la política partidaria. La dificultad se agudiza cuando, además, éstos son de izquierda (Chávez, Morales, Correa) y arrinconan a la derecha a la oposición, desde donde es difícil acceder a recursos mínimos para alimentar un proyecto político. Si ya de por sí construir partidos con éxito electoral es difícil (sobre todo de derecha), hacerlo en contextos especialmente adversos resulta prácticamente milagroso.

Considero que hay dos condiciones para que la derecha alcance éxito electoral. En primer lugar, generar una plataforma que otorgue al Estado protagonismo e iniciativa. La crisis de representación política se debe a los deficientes desempeños de las administraciones estatales. Los ciudadanos reclaman mejores servicios estatales. En contextos donde el crimen y la delincuencia se convierten en las principales amenazas a la gobernabilidad, la derecha encuentra una agenda que le permite, sin entrar en contradicciones con sus bases ideológicas, elaborar un discurso de seguridad pública que le permita ser atractiva para las mayorías.

La segunda condición consiste en construir una identificación política que trascienda identidades regionales (como los cruceños en Bolivia) e identidades anti-régimen (como el anti-chavismo en Venezuela). Levitsky tiene razón cuando dice que no hay partidos fuertes que no se hayan formado sin conflictos; pero no todas las divisiones forman partidos fuertes. Se requiere dar el paso de una identidad movilizadora (regionalismos, anti-autoritarismos) a una identidad política propia que sea una marca partidaria (“party label”). Por más reformas institucionales, no hay partidos sin partidarios.

En el Perú el fujimorismo cumple con las dos condiciones y, a diferencia de la derecha más tradicional (PPC), ha logrado crecer electoralmente con un discurso de orden y mano dura que imprime énfasis a la iniciativa estatal y, desde la oposición, ha generado una marca política que le da capacidad de movilización. Las derechas en Bolivia y en Ecuador no han salido del rollo economicista y siguen refugiadas en identidades regionales que les impide construir coaliciones nacionales competitivas frente a Morales y Correa. Venezuela es aún un caso abierto. Capriles ha generado un discurso de seguridad que lo unge como líder de la oposición, pero la alianza anti-Chávez es ideológicamente diversa y dispersa.

Si no trascendemos discusiones folclóricas (¿derecha DBA o no?) y circulares (hacer un balance de la izquierda peruana mirándose el ombligo) seguiremos el fatalismo peruano de no comprender nuestra política a cabalidad.

Publicado en El Comercio, el 28 de Febrero del 2012.

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