Sendero está nuevamente en las portadas y seguimos
conociéndolo poco. Los especialistas discuten la caracterización del grupo
rebelde. ¿Subversivos?, ¿Terroristas?, ¿Narco-terroristas? Falta precisión
sobre la comprensión del militante senderista armado, ese individuo que decide
enrolarse en un camino inevitable hacia la muerte, con escasas posibilidades de
una vida ajena a la clandestinidad y el delito. ¿Por qué, entonces, existen aún
cientos de peruanos que se unen activamente a esta violencia armada?
Son tres los principales elementos que explican el
surgimiento de grupos rebeldes armados: un Estado incapaz de controlar su territorio,
la existencia de recursos ilegales con demanda en el mercado negro y una
población resentida, víctima de injusticia. Cuando tales factores confluyen,
las posibilidades de insurrección son altas. Bajo estas circunstancias, el
reclutamiento de rebeldes presenta dos vías: proponer incentivos materiales o
ideológicos. Cuando se enfatizan los primeros, los rebeldes son más
oportunistas; cuando se acentúan los segundos, son más activistas.
En base a esta clasificación, Jeremy Weinstein se aproxima
al análisis de los dos Senderos militares: el Alto Huallaga y el VRAE (Inside
Rebellion, Cambridge Press, 2007). El primero, se caracterizaba por una
militancia más utilitaria y con débiles mecanismos de disciplina interna, más
violenta, y más fácil de infiltrar. Sin trabajo ideológico, su accionar estaba
más cerca a la de una banda delincuencial cualquiera. Por ello, las labores de
inteligencia funcionaban; ello explica la victoria sobre Artemio.
En el VRAE, la historia es distinta. La militancia es más
ideologizada, tienen una estrategia de compenetración con la población, y una
meta política clara: el monopolio del poder sobre las regiones cocaleras. Sus
objetivos siguen siendo subversivos. Aunque no pretenden derrocar el régimen,
sí procuran el dominio de una región donde el Estado peruano ha perdido la
batalla históricamente. Su subsistencia les ha favorecido la confianza de los
locales. Por décadas han sido los “señores” de esas tierras y, de esta manera, sí
resulta atractivo colaborar con ellos y hasta integrarse militarmente. Los
vínculos con el narcotráfico les permiten persistir y hacer de éste, un modo de
vida rentable.
Por lo tanto, en el VRAE, ni la inteligencia (infiltración)
ni la destreza militar (cercos “impecables”) tienen éxito; se trata de un
fenómeno más complejo. Según las imágenes periodísticas emitidas recientemente,
“Gabriel” arenga muerte y política, mientras sus vigilias tratan a los reporteros
con la “amabilidad” de un campesino del lugar. La estereotipificación de “niños
secuestrados por Sendero”, nos impide apreciar una realidad más cruenta: la
violencia armada contra el Estado como un tipo de vida de jóvenes sin
oportunidades, vencidos desde el nacer por una suma de gobiernos indolentes.
La guerra contra Sendero ha olvidado una premisa básica:
nuestros enemigos son también peruanos. Para vencer esta guerra debemos ganar a
los rebeldes, y evitar que estos discursos violentistas sigan siendo atractivos
después de tantos sepelios.
Publicado en El Comercio, el 24 de Abril del 2012.
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