¿Un fujimorismo democrático?
La otra gran transformación
Publicado en El Comercio, el 21 de Febrero del 2012
El fujimorismo ha desarrollado una ideología que combina el mantenimiento de las reformas neoliberales en lo económico, una intervención estatal asistencialista en lo social y de “mano dura” en materia de seguridad pública. A diferencia de la derecha tradicional (PPC), ha logrado calar en los sectores populares y en algunas regiones, pero lo ha hecho sin una prédica democrática. Su pragmatismo lo ha llevado a “justificar” equivocadamente violaciones a los derechos humanos, a convertir todas sus faltas en “falsas” acusaciones de sus rivales, a restringir la concepción de la justicia al ámbito social, prescindiendo de lo institucional. ¿Es posible que un proto-partido de esta índole evolucione hacia una versión democrática como pregunta Steven Levitsky?
Considero muy difícil una democratización del fujimorismo “desde adentro”, precisamente porque la memoria política que desarrolló (y que ha permitido unificar a sus seguidores) se basa en hitos de innegable legado autoritario. Por ejemplo, si el 5 de abril es prácticamente su fecha fundacional, es difícil considerar la creación de una narrativa alterna que rompa con ese pasado. En todo caso, vocación de hacerlo no se ve ni siquiera en la nueva generación de sus dirigentes.
Una vía posible para su democratización sería a través de coaliciones políticas con quienes, dentro de la derecha, albergan mayores virtudes democráticas. Una suerte de efecto contagio como el que parece tomar el electorado que apoyó las políticas de seguridad de Uribe en Colombia. Una opinión pública proclive a la mano dura orientada por elites con mayores vocaciones democráticas (J.M. Santos) puede dar pie a un gobierno de derecha que goce de popularidad sin claudicar ante los “excesos” de la lucha contra la violencia.
Para que ello suceda en el Perú habría que tragarse demasiados sapos históricos. El fujimorismo, desde sus inicios, fue anti-político y anti-partidario, pero sobre todo anti-liberal. Despreció las reglas básicas del juego democrático (balance de poderes, respeto al Estado de Derecho). Un fujimorismo institucionalista pasaría por aliarse con sus pares ideológicos moderados que precisamente fueron sus adversarios en los noventas. Se trataría de un asunto de olvidos y perdones por un lado, y de búsqueda de popularidad por el otro.
No es justo analizar al fujimorismo aisladamente. Otras fuerzas políticas comparten un tipo de elector que fácilmente sucumbe ante tentaciones autoritarias. Creer que los reflejos autoritarios se canalizaron solo a través del apoyo a Keiko Fujimori es reduccionista. El fujimorismo tiene las mismas posibilidades de ser democrático como el nacionalismo de la pareja presidencial.
En materia de apoyo a la democracia, el elector humalista es casi tan autoritario y hasta más pragmático que el fujimorista. De acuerdo con una encuesta nacional realizada por el IOP-PUCP (Junio, 2011) el 15% de los que votaron por Fujimori consideraban que bajo algunas circunstancias un gobierno autoritario es preferible a uno democrático. Entre los electores de Humala, ese porcentaje era muy similar (14.4%). La brecha entre fujimoristas y nacionalistas es más notoria sobre la indiferencia al régimen político. Entre los electores naranjas, al 15% le da lo mismo un gobierno democrático o autoritario; entre los nacionalistas, ese porcentaje es 20.4%.
El nacionalismo se cubrió de democrático precisamente gracias al apoyo de actores externos (Vargas Llosa, Toledo). Creer que un proyecto político nacido en los cuarteles se “democratizó” desde la segunda vuelta es otro simplismo. El votante de Toledo de la primera vuelta fue el más democrático de todos (el 71,5% de su votación apoya a la democracia; el promedio nacional es 61.3%) pero no forma parte del núcleo duro humalista. Para tener una democracia fuerte, nuestras dos principales fuerzas políticas deberían ahondar sus convicciones democráticas. Eso requiere otra gran transformación.
Publicado en El Comercio, el 21 de Febrero del 2012