Tuesday, March 27, 2012

Ideologías sin partidos

Para algunos las ideologías han muerto. Los ortodoxos insisten que la distinción entre izquierda y derecha es, a estas alturas, una ociosidad. Entusiastas con el mercado, celebran anticipadamente que su prédica se ha elevado a sentido común en las rutas del Metropolitano.

En cambio, los más críticos pugnan por una monserga radical. No se dan por vencidos. Para éstos, las ideologías –sobre todo las de izquierda—están presentes en cada protesta social, en cada arenga callejera que termina con la represión de un Estado convertido en “enemigo del pueblo”. Para sacarnos más el cuadro, el Presidente Humala dice que él es “de abajo” (¿?).

El desacuerdo entre la permanencia y el fin de las ideologías corrobora su vigencia. Resulta sorpresivo que sean rasgos ideológicos el principal indicador que usamos los peruanos al momento de votar. De acuerdo con los especialistas, cuando no hay partidos y se impone el personalismo de los vehículos electorales que se hacen llamar “de centro” o “independientes”, las plataformas programáticas (posiciones en torno a qué hacer con la economía, el Estado, etc.) no deberían importar. Fallaron.

La teoría que nos han vendido, es que sin partidos no deberíamos esperar identidades políticas ni vínculos ideológicos. Sostengo lo contrario: las elecciones de la última década se han decidido por un alto componente ideológico, que no es coyuntural, sino que permanece anclado a las personalidades de nuestro Chollywood político.

En un continuo del 1 al 10, donde 1 es extrema izquierda y 10 es extrema derecha, los electores peruanos ubicaron durante 2 elecciones consecutivas a Humala hacia la izquierda (3.4), al fujimorismo a la derecha (6.4) y a los candidatos de Unidad Nacional (Lourdes Flores y PPK) más hacia el extremo derecho (7.2). Pero sobre todo, la auto-ubicación ideológica en este continuo es el mejor predictor de la votación presidencial. Más significativo incluso que el nivel de ingreso, la procedencia regional y el nivel educativo (Análisis propio con datos del IOP-PUCP).

En elecciones apretadas, los issues programáticos son más importantes que los atractivos personales y clientelares. La última segunda vuelta no se definió porque Humala representaba el cambio o porque Fujimori hacía recordar las políticas de mano dura de su padre, sino por cómo terminaron posicionándose en temas referentes a la democracia. Si un elector consideraba que los derechos humanos debería ser la prioridad del próximo gobierno, la probabilidad de votar por Humala aumentaba del 45 al 55%, mientras que la de Fujimori se reducía del 46 al 34%. En la hora final, no fueron las camisas celeste-moderación que recomendaba Favre, sino el abrazo de los Vargas Llosa y Toledo los que dieron a Humala la posición “correcta” en el issue que importaba a los indecisos.

Nuestra política es muy personalista, pero las personalidades políticas han desarrollado un componente ideológico altamente identificable por el ciudadano promedio. Y en contra de las predicciones teóricas, estos candidatos ideologizados y con electorados cautivos (Humala en 30%, Fujimori en 20%) terminan reemplazando a los partidos pesados de la Lima que se fue.

Publicado en El Comercio, el 20 de Marzo del 2012.

Tuesday, March 20, 2012

El APRA y la eternidad

Mientras la izquierda permanece en el interminable limbo del balance de sus frustraciones y la derecha hace intentos por graduarse de liberal sin aparecer como siniestra, el APRA parece tenerla clara sin tanto ajuste de cuentas ni visitas al diván.

El APRA es lo más cerca a la eternidad en nuestra política. En una democracia sin partidos, sin militantes, sin identificaciones partidarias, el APRA es un viejo saurio que no piensa en el retiro. Si los resultados desastrosos de su primer gobierno no impidieron a Alan García regresar al poder, la política del “Baguazo” del segundo, tampoco podría ser obstáculo para al menos buscar el hat trick el 2016.

El principal capital político del APRA es su militancia. De acuerdo con un estudio de opinión reciente, promovido por la Fundación Fiedrich Ebert, bajo la coordinación de Javier Barreda, el núcleo duro del aprismo está alrededor del 5% del electorado nacional. El análisis también refleja que entre un 15 y 20% adicional podría, sin hacerse muchas paltas, votar por un aprista a cualquier cargo público. En otras palabras, resucitar al “apristón” es la clave para, en un escenario fragmentado, clasificar a una definición de a dos, donde --ya sabemos-- la vieja mano del líder ha demostrado envidiable lozanía.

Un segundo recurso lo constituye el propio García. Formado en la cultura de “la escopeta de dos cañones”, ha demostrado ser la mejor expresión del pragmatismo (en la cual el Presidente Humala es apenas un iniciado). García es un loco enamorado de las ideologías de turno. Fue tan feliz al lado del movimiento de los no alineados en los ochenta como recibiendo el abrazo de los TLC del nuevo siglo. Ha demostrado que puede meterse al bolsillo a los moderados y a los que hinchan el pecho con el Peru Day en Wall Street. Pero le queda por moverse convincentemente hacia la izquierda. Los “perros del hortelano”, a quienes estigmatizó, han quedado sin representación por obra y gracia de la actual pareja presidencial. Ahí, me parece, está su primer desafío.

Su segundo reto consiste en amortiguar su oposición. El APRA no solo despierta pasiones a favor, sino en contra. Pasiones asentadas a lo largo del siglo XX y yapa. Tan viejo como el aprismo es el anti-aprismo, esa suma de odios históricos oligárquicos, militaristas, progresistas y demás. De acuerdo con el estudio citado, el 56% nunca votaría por un aprista a ningún cargo público. Los “compañeros” tienen más anti-cuerpos que el fujimorista promedio. Solo un 7% cree que el militante aprista es bien intencionado. La opinión favorable al fujimorista de a pie es 3 veces mayor.

Los equipos se arman de atrás para adelante. El APRA tiene la mejor defensa en su militancia y un efectivo cabeceador adelante para rematar. (Su medio campo pide a gritos renovación, mucho Chorri). Siguiendo estos datos, algunos considerarían que el APRA está desahuciado. Yo creo que no se puede alcanzar la eternidad sin coquetear con la muerte.

Publicado en El Comercio, el 13 de Marzo del 2012.

Tuesday, March 13, 2012

El remake de la mano dura

Al Presidente Humala no le gusta auto-clasificarse de derecha o de izquierda. Es comprensible. Cualquier etiqueta le resultaría incómoda. Pero para eso estamos los analistas, para develar detrás de discursos, políticas y decisiones, hacia dónde se inclina la balanza ideológica.

No ha tocado la economía. El piloto automático de la última década sigue encargándose. Y la nave, va. No hay cambios sustanciales ni transformaciones profundas pero ello no lo hace automáticamente de “derecha”. Es simplemente conservador con respecto a las finanzas, un jugador adverso al riesgo, un entrenador que desde el pitazo inicial firma el empate.

Al Presidente Humala le acomoda el juego de la mano dura. Es su puesto natural. Formado en los cuarteles, imponer orden y autoridad le brota como sonrisa instantánea (aunque existan dudas razonables de quién decide más de la cuenta en Palacio). Al primer Conga le salió el reflejo pavloviano del inquilino de Palacio: declarar estado de emergencia. Hubo aplausos desde los palcos suites hasta las populares, y así descubrió lo fácil que es gobernar para las tribunas. No es que seamos un pueblo autoritario. Tampoco, tampoco. Pero veinte años de Sendero, MRTA, Colina y Chavín de Huántar despiertan una fascinación por la represión. Los de abajo aprecian la seguridad de sus pueblos; los de arriba, que no les arruinen la visita al mall.

Luego de la captura de “Artemio”, la popularidad del Presidente Humala se recupera. Según Ipsos-Apoyo, el 59% de encuestados aprueba la gestión presidencial y ubica a la captura del senderista como una de las razones de dicho apoyo. El respaldo chorrea al cuarteto de gobierno que se visibiliza (el presidente, el economista, su primer ministro y su esposa), sobre todo a Valdés. El escaso 28% que aprueba al cabeza de la PCM, lo hace sobre todo por “su posición a la lucha contra el terrorismo”. Si bien es cierto que Sendero Luminoso ya no es una amenaza a la gobernabilidad, la lucha contra sus remanentes todavía genera réditos políticos.

La lucha contra el terrorismo ha demostrado que tiene un efecto sobre la aprobación presidencial en el corto y largo plazo. Si no pregúntenle a los fujimoristas que siguen pasando por caja desde 1992. En cambio, el efecto de la economía en la opinión pública bajo situaciones de estabilidad es más coyuntural, y sobre todo asociado al incremento en los salarios. En contextos de recuperación económica, como lo demuestran los politólogos Moisés Arce y Julio Carrión, pequeños incrementos en las bajas tasas de inflación no afectan la aprobación presidencial, pero los salarios sí son determinantes.

Si como dice The Economist (la revista, no el ministro), Humala podría pasar a la historia como el presidente que vio el fin de la subversión en su país, tendría capital suficiente para neutralizar en la opinión pública el efecto de los congazos. En un contexto en el que además la seguridad ciudadana es considerada como el principal problema del país, la consolidación de un liderazgo fuerte (aunque autoritario) encuentra terreno fértil. Mientras la oposición intenta colocar el tema minero en la agenda, el gobierno ha encontrado, creo que por casualidad, a su caballito de batalla.

De acuerdo, privilegiar la seguridad no te hace de derecha; ni promover la inclusión social de izquierda. Pero es en los estilos de poner en marcha estas agendas donde se definen los énfasis y las justificaciones que toman los gobiernos. Y como en todas las películas taquilleras, a falta de ideas, es más fácil acudir al remake con los actores de moda, pero la trama de siempre. Aunque le pongas como título “la gran transformación”.

Publicado en El Comercio, el 6 de Marzo del 2012.

Tuesday, March 6, 2012

La derecha en los países andinos

Construir un partido de derecha democrático e institucionalizado no es sencillo, sobre todo en escenarios caracterizados por el post-colapso del sistema de partidos, tierra árida para el cultivo de filiaciones políticas. Un proyecto de formación partidaria de derecha --que considere que las principales desigualdades entre las personas son naturales y fuera de la intervención estatal-- requiere vencer al menos tres retos contextuales.

El primero es ser atractivo para las mayorías. En países de alta desigualdad, el electorado natural de la derecha es minoritario. Su agenda programática convencional es anti-popular. Defiende intereses de las élites, considera que las políticas de ajuste requieren pequeños ajustes, y busca mantener el statu quo.

El segundo es pretender construir partido ahí donde no los hay. Como se cree, es posible que la era de los partidos socialmente enraizados ya haya terminado. Entonces, ¿cómo construir partidos en sociedades atomizadas por conflictos internos como Perú y Colombia? ¿Cómo formar proyectos nacionales en países divididos por clivajes que separan y enfrentan el Oriente y el Occidente bolivianos, la costa y la sierra ecuatorianas, el norte próspero y el sur radical peruanos?

El tercero tiene que ver con la fragilidad de nuestras democracias. Especialmente en los países andinos, outsiders anti-establishment han debilitado la institucionalidad democrática. Autoritarismos competitivos se han alzado asumiendo acríticamente un estilo plebiscitario y desprestigiando la política partidaria. La dificultad se agudiza cuando, además, éstos son de izquierda (Chávez, Morales, Correa) y arrinconan a la derecha a la oposición, desde donde es difícil acceder a recursos mínimos para alimentar un proyecto político. Si ya de por sí construir partidos con éxito electoral es difícil (sobre todo de derecha), hacerlo en contextos especialmente adversos resulta prácticamente milagroso.

Considero que hay dos condiciones para que la derecha alcance éxito electoral. En primer lugar, generar una plataforma que otorgue al Estado protagonismo e iniciativa. La crisis de representación política se debe a los deficientes desempeños de las administraciones estatales. Los ciudadanos reclaman mejores servicios estatales. En contextos donde el crimen y la delincuencia se convierten en las principales amenazas a la gobernabilidad, la derecha encuentra una agenda que le permite, sin entrar en contradicciones con sus bases ideológicas, elaborar un discurso de seguridad pública que le permita ser atractiva para las mayorías.

La segunda condición consiste en construir una identificación política que trascienda identidades regionales (como los cruceños en Bolivia) e identidades anti-régimen (como el anti-chavismo en Venezuela). Levitsky tiene razón cuando dice que no hay partidos fuertes que no se hayan formado sin conflictos; pero no todas las divisiones forman partidos fuertes. Se requiere dar el paso de una identidad movilizadora (regionalismos, anti-autoritarismos) a una identidad política propia que sea una marca partidaria (“party label”). Por más reformas institucionales, no hay partidos sin partidarios.

En el Perú el fujimorismo cumple con las dos condiciones y, a diferencia de la derecha más tradicional (PPC), ha logrado crecer electoralmente con un discurso de orden y mano dura que imprime énfasis a la iniciativa estatal y, desde la oposición, ha generado una marca política que le da capacidad de movilización. Las derechas en Bolivia y en Ecuador no han salido del rollo economicista y siguen refugiadas en identidades regionales que les impide construir coaliciones nacionales competitivas frente a Morales y Correa. Venezuela es aún un caso abierto. Capriles ha generado un discurso de seguridad que lo unge como líder de la oposición, pero la alianza anti-Chávez es ideológicamente diversa y dispersa.

Si no trascendemos discusiones folclóricas (¿derecha DBA o no?) y circulares (hacer un balance de la izquierda peruana mirándose el ombligo) seguiremos el fatalismo peruano de no comprender nuestra política a cabalidad.

Publicado en El Comercio, el 28 de Febrero del 2012.