Thursday, December 29, 2011

Batallas por la memoria

Las pugnas políticas por contarnos el pasado presente.

En el contexto de la transición, al final del gobierno fujimorista, los sectores progresistas del país promovieron “políticas por la memoria” para impulsar un proceso de reconstrucción histórica de los sucesos causados durante el periodo gobernado por la violencia política y por el autoritarismo que se impusieron en nuestro país durante los ochenta y los noventa. La Comisión de la Verdad y Reconciliación, y su Informe Final, constituyeron no solo la narrativa integral del pasado reciente, sino hasta un instrumento político para ver el futuro desde el reconocimiento de las rupturas sociales que como país padecemos. El Lugar de la Memoria es la continuación de este legado y el reciente nombramiento de Diego García-Sayán, como cabeza de este proyecto, promete mayores niveles de influencia y actividad política que los de sus antecesores.

Sin embargo, la memoria tiene otros campos de batalla que van más allá de las políticas institucionales impulsadas desde el Estado (y sus Gobiernos de turno) para quedar bien con la comunidad internacional. Tanto a nivel mediático como a nivel de base, se reconstruye la historia reciente, se da un tipo de lectura política parcializada y se busca influir en las mentes y en los corazones de los peruanos de manera distinta a la que la izquierda quisiera y persiguiendo intereses particulares.


Durante la última campaña electoral, ha quedado demostrado que el fujimorismo ha logrado construir su propia narrativa del país. Casi desaparecidos políticamente durante la transición, el fujimorismo fue, en su peor momento, casi una secta, círculos de reunión de feligreses políticos que mantenían el recuerdo agradecido por un mandatario durante cuya gestión el terrorismo y la hiperinflación dejaron de ser amenazas cotidianas. El respeto a los derechos humanos queda, lamentablemente, fuera de esa interpretación. No importa, el fin justifica los medios, y Fujimori termina imponiendo su diccionario propio: clientelismo es Estado, autoritarismo es autoridad. Si Usted, estimado lector, comparte este glosario, es porque no tuvo reparos para marcar la K durante la elección pasada. La alta aprobación que tiene un posible indulto al ex presidente no es más que la evidencia que el fujimorismo va ganando la batalla por la memoria en la arena de la cultura política.

Mientras tanto, en la cancha de los grandes medios, el conservadurismo le da una mano al fujimorismo. De acuerdo con la postura predominante, cualquier dirigente social que encabeza una movilización es “radical” y si se tiene pasado subversivo se debería permanecer en la cárcel. Lori Berenson y Wilfredo Saavedra siguen siendo “terroristas”. No importa que den la cara y que no estén escondidos en el monte. El pasado condena (pero no a Yehude Simon cuyo paso por la PCM le “blanqueó” políticamente). Se quiere desaparecer la tradición “radical” (de izquierda) a punta de portadas que meten miedo como si fuera tan fácil como levantar la alfombra.

El pasado sigue siendo presente cuando no se ha aprendido nada, como lo demuestran los titulares de su prensa favorita. Se busca tapar la insatisfacción con un dedo. Mientras el sistema político siga siendo perverso para las mayorías, habrá leña para encender la pradera. Las prédicas violentistas y antidemocráticas no se enfrentan con rencor ni con macartismo medieval, sino con un Estado que respete a todos sus ciudadanos por igual, desde aquél que se siente orgulloso del nuevo Starbucks en la esquina de su casa, hasta aquél que llena de piedras el zapato de tu incomprensión.

Publicado en Correo Semanal, 29 de Diciembre del 2011.

Thursday, December 22, 2011

Post Candidatos

Un libro de balance para comprender el futuro.

Ha llegado el momento de los balances. De mirar atrás para no olvidar lo que se nos viene. Hace exactamente un año, Luis Castañeda y Alejandro Toledo lideraban las encuestas, Ollanta Humala no pasaba del 10%, Keiko Fujimori se sorprendía con el 20% de apoyo, PPK buscaba partido y muchos estaban encantados con Mercedes Aráoz. ¿Cómo es posible que la historia haya dado tantas vueltas como ruleta rusa y terminara deteniéndose en el casillero nacionalista? ¿Qué es lo que realmente pasó?

Esta es la pregunta que nos planteamos once investigadores sociales al momento de plantearnos Post-Candidatos. Guía analítica de supervivencia hasta las próximas elecciones (Mítin, 50más1 editores) que reúne estudios sobre cada una de las candidaturas presidenciales del 2011 (incluyendo el destino del APRA), así como sobre otros “actores” que terminaron robándose el show, entiéndase las encuestadoras, los medios, las finanzas y las mismas predicciones políticas.

Post-Candidatos puede leerse como una batalla ganada por aquellos que consideramos que la agencia política tiene un poder explicativo más importante que las estructuras sociales. Estábamos un poco hastiados del rollo determinista que veía en las clases sociales, las discrepancias urbano-rurales, las distancias entre Lima y el resto del país, las divisiones entre ricos y pobres los factores que producen irremediablemente los resultados políticos. La lectura que proponemos no excluye estas variables, pero pone el énfasis en las decisiones de los actores, en sus aciertos y en sus equivocaciones, en sus discursos políticos, en las estrategias de marketing, en las relaciones de poder internas y externas a sus emblemas políticos. Es la victoria de los hombres por encima del peso de la historia.

Pero la compilación además describe el tipo de política en la que nos movemos, un “sistema partido” (que no es lo mismo que un “sistema de partidos”), sino prácticamente todo lo contrario. Una interacción entre personalidades políticas que forman un establishment sin tener organización, y sobreviven aquellos que son capaces de generar una identidad política (el fujimorismo, el nacionalismo) casi en contra de sus propias voluntades. Y a la vez sobreviven desconectados de la sociedad, una suerte de inestabilidad que se convierte en status quo, unas arenas movedizas tan eternas como el APRA, a estas alturas la única evidencia viviente de un pasado distinto.

Finalmente es un libro que nos descubre el mundo de paradojas que no queremos ver: de cómo la candidatura de Humala no estuvo exenta de errores y sin embargo ganó, de cómo el fujimorismo terminó siendo una suma de paradojas (ser lo más cerca a un partido sin querer serlo), de cómo PPK llegó a ser el candidato más “provinciano”, de cómo Toledo comenzó perdiendo desde el día que terminó su mandato presidencial, de por qué Castañeda hizo un manual perfecto de la derrota política. Es un libro donde los únicos “insiders” son los propios investigadores. Queda mal que el propio compilador del libro lo diga, pero no abundan los libros sobre política que hagan del drama algo divertido. Es el sino de nuestra idiosincrasia nacional: terminar sonriendo irónicamente para sobrevivir las tragedias electorales, para sobrevivir políticamente. Post Candidatos es una guía, para no perderse en el laberinto de la política.

Publicado en Correo Semanal, 22 de Diciembre del 2011

Thursday, December 15, 2011

El aprendiz de mandatario

O por qué hacer milagros es más fácil que gobernar.


En el país nos damos el lujo de tener gobernantes que toman sus primeras clases en el mismo Palacio de Gobierno. Para algunos, Humala ha tomado decisiones políticas sinuosas, zigzagueantes. Para otros, ha seguido un curso acelerado donde brilla su pragmatismo. La designación de un nuevo gabinete a cuatro meses de asumir la Presidencia (todo un récord en nuestra historia democrática) ratifica su utilitarismo. Una selección de ministros hecha a la altura de su (in)capacidad: ausencia de pesos políticos propios (con raras excepciones), lealtades incondicionales para quien te sacó del anonimato con un fajín. No es un “gabinete en la sombra”, sino un gabinete de sombras. Predominan los perfiles grises que se pondrán de perfil cuando la tarea les quede grande.

Humala parece decidido a deshacerse de los incómodos. Si bien es cierto, la izquierda perdió el 9 de abril (momento en que se inicia el sinceramiento pragmatista), todavía hacían la finta dando vueltas por el despacho presidencial. Pero no soportaron el roche de las últimas semanas: Estado de Emergencia cuando no ameritaba, detenciones irregulares, nuevos pactos políticos debajo de la mesa. Por el otro lado, fueron ganando terreno los reflejos autoritarios, esa suerte de alma en pena que se apodera de los que ocupan Palacio. No sólo los consejos de Villafuerte o de Valdés, sino el feeling de Locumba, el suspiro callado del Andahuaylazo. Humala así tuvo en frente un dilema digno de Gilberto Santa Rosa: la conciencia le dice polo rojo, el corazón le dice polo verde oliva.

Humala ha convertido “izquierda” y “derecha” en dos adjetivos sin sentido. Aunque no podemos descartar la posibilidad de una amenaza autoritaria (a César Hildebrandt le encanta meter miedo, a Fernando Rospigliosi le gana un prematuro “te lo dije”), por ahora hay un problema más serio que un precoz endurecimiento y es la crisis de representación. Humala se olvida de gobernar a los que votaron por él. Las protestas sociales, desde Ilave hasta Cajamarca –sigo a Levitsky—“surge(n) de la desconfianza, y muchos ciudadanos en el interior no confían en el gobierno porque durante décadas los gobiernos no cumplieron con ellos”. El futuro del país no sólo descansa en las cifras económicas, sino también en la confianza de la gente. Y si Humala sigue perdiendo la credibilidad de los más insatisfechos (no casualmente movilizados), la gobernabilidad empieza a sufrir.

Humala muda su fuente de apoyo de los excluidos (sin partidos y sin líder, su única forma de hacerse oír es la protesta) a sus nuevos “best friends”, los empresarios (con mil formas de hacerse sentir). Pero, más ingenuo que “muchachito del ayer”, cree que puede hacerlo sin costo social. Como una historia que se repite hasta el cansancio, Humala se contenta con el apapacho de los “dueños del país”, a quienes solo les interesa que Castilla siga en el MEF para publicar comunicados de apoyo a quien hace solo 6 meses evitaban. Mientras tanto, el aprendiz de mandatario se ha dedicado a predicar milagros: que Salomón Lerner Ghitis nos parezca bueno, que Alan García aparezca como más sincero (“el cambio responsable” tiene más valor de verdad que su “gran transformación”), que los que tenemos convicciones democráticas defendamos a los “radicales” (víctimas de la arbitrariedad del mandamás), que Zavalita se vuelva cómplice de su propia pregunta. Humala se ha graduado como “comandante de los milagros” antes que como presidente. De eso ya no caben dudas, lo que todavía no tenemos son certezas.

Publicado en Correo Semanal, 15 de Diciembre del 2011

Thursday, December 8, 2011

Cuando la democracia muere un poco

Sobre la partida de Guillermo O´Donnell y el Estado de Emergencia en Cajamarca

Guillermo O´Donnell (GOD para sus alumnos) solía decir en clases que durante años tuvo que estudiar algo que detestaba: los regímenes autoritarios. Por eso –continuaba-- quería concentrarse en un objeto de análisis que le producía gran alegría: la democracia. Su último libro Democracia, agencia y Estado no solo es la síntesis académica de sus convicciones políticas, sino también un esfuerzo por comprender la democracia desde su micro-fundación. La democracia vista desde el individuo a través de la provisión de las garantías que solo el Estado puede salvaguardar, las que convierten a una persona en un ciudadano. No hay democracia sin un Estado que construya ciudadanos. Esa fue la última lección que recibimos del D10S de la ciencia política latinoamericana.

GOD falleció la semana pasada. Tuvo el don todopoderoso de anticiparse a los sucesos políticos trascendentales de América Latina, de poner los términos del debate de cada década. Lo hizo con los “estados burocráticos autoritarios”, con las transiciones desde regímenes autoritarios (nótese la rigurosidad: no hablaba de transiciones “hacia la democracia”), cuando acuñó el término “democracia delegativa” (tantas veces mentada, pocas leída) y, más recientemente, con la precariedad estatal. Su último libro (arriba mencionado) anuncia lo que ya estamos viviendo: el desafío de consolidar la democracia desde la ciudadanía. Y es acá donde nuestro país es un caso fascinante de estudio y preocupante en la práctica.

La semana pasada comenté que en el Perú se comparte un sentido común de derecha para gobernar, pero había restringido mi argumento al plano económico. En cuestiones de seguridad pública, el Presidente Humala tampoco hace la diferencia con sus antecesores. En menos de seis meses, desilusiona a sus seguidores utilizando una tara que los peruanos hemos heredado de la época de la violencia política: declarar Estado de Emergencia al primer desconcierto. Véalo como facilismo o rendición prematura de un aprendiz de mandatario, Humala se somete a los reflejos propios de un gobernante incapaz de poner orden sin vulnerar los derechos elementales de sus gobernados. Ahora recibe nuevos aplausos. Por ejemplo, Rosa María Palacios indica que “sólo se suspenden cuatro derechos constitucionales” (sic). ¿Las demandas sociales de los cajamarquinos ameritan la suspensión siquiera de un solo derecho como el de la libertad personal? ¿No se dan cuenta los “defensores de la democracia” que se pone la valla muy baja con esta medida y que se abre el camino para justificar políticas más severas? Así empiezan los autoritarismos competitivos, si los dejamos empezar.

Con la partida de GOD, la ciencia política muere un poco, porque cuando desaparece un irremplazable, la disciplina lo siente en su conjunto. No solo entristece a los que tuvimos la suerte de atender sus clases, sino a los millones que lo leyeron, a los que vemos la política latinoamericana con los conceptos que propuso. GOD nos enseñó a entristecernos cuando la democracia languidece. Y eso sucede cuando se restringen las libertades individuales de los ciudadanos. Es así que la democracia murió un poco con Toledo, con García y sigue muriendo con Humala. Murió un poco más con el Arequipazo, con el Baguazo, y estos días muere un poco desde Cajamarca. Porque dejar a ciudadanos vulnerables ante la arbitrariedad de una autoridad novata y despistada no resuelve nada y ofende mucho. Porque el Estado no protege, sino deja sin protección. Porque se establecen “ciudadanos de segunda categoría” y porque los gobernantes pierden la categoría para gobernar. Una semana triste para los politólogos y para todos aquellos con convicciones democráticas.

Publicado en Correo Semanal, 8 de Diciembre del 2011

Thursday, December 1, 2011

HumAlan

O por qué parece improbable un gobierno de izquierda en el Perú


Palacio de Gobierno debe oler a dolor de cabeza. Las pugnas entre idealistas versus pragmáticos tienen a mal traer a un Ollanta Humala que no tuvo tiempo de acomodarse en el sillón presidencial. No se puede hablar de inconsistencias si nunca se tuvo un proyecto claro desde el inicio. Por lo tanto, las decisiones claves (Conga sí o Conga no) se toman en modo de piloto automático en el que se ha conducido el país en las últimas dos décadas. La “Hoja de Ruta” estimado lector, no fue la improvisada entre la primera y la segunda vuelta sino la que hicieron las multilaterales hace ya algunas décadas y que se consolidó, para bien o para mal, durante los últimos cuatro gobiernos.

En lo que vamos del siglo XXI se ha asentado un modelo de Estado heredero de las reformas neoliberales de los noventas pero con los ajustes necesarios que desmontaron las instituciones autoritarias del fujimorismo. Este arquetipo de gestión es tan sólido que parece incuestionable. No solo se ha establecido como sentido común sino que es casi un reflejo en los planes operativos de tecnócratas, policy-makers, asesores, lobistas y todos aquellos con acceso a toma de decisiones, fascinados por la estabilidad de las macrocifras y que no se hacen paltas con los conflictos sociales. En este contexto, Humala parece haber absorbido rápidamente ese microclima y se viene convirtiendo en el mejor defensor del “Perú Avanza”, prácticamente replicando, entre líneas, la prédica sobre “el perro del hortelano”. Humala no es Toledo, estimado lector. Puede ser peor. Al parecer, hemos creado un Frankenstein: HumAlan.

Cuando se avanza por un camino por demasiado trecho, los costos para volver atrás son cada vez mayores. El Estado peruano es una combinación de tecnocracia centralizada y debilidad territorial. En este esquema, la inversión privada en sectores extractivos fue por mucho tiempo indiscutible. La rentabilidad de su explotación está incluida en todas las fórmulas que auguran un futuro ideal para sacar cachita en las reuniones internacionales de Ministros de Economías. La viabilidad de la inversión extractiva (especialmente minera) empezó a cuestionarse cuando la sangre llegó al rio (no antes). Pero se hizo por fuera del molde establecido. Recién ahora se quiere construir una “conciliación” entre los intereses mineros y sus críticos pero el gobierno no tiene otra fórmula que hacerlo desde las premisas de los primeros. Eso lo entendió perfectamente Alan García cuando en la campaña del 2006 prometió un “cambio responsable”: mantener el status quo a pesar de Baguazos y Moqueguazos. Su chorreo fue ineficiente. Su obsesión por la economía convirtió a millones de peruanos en ciudadanos de “segunda categoría” (sic).

Humala se ha dado cuenta que solo le queda seguir los pasos de su antecesor porque no se sabe gobernar de otro modo en el Perú. La izquierda no ha sido capaz de construir un proyecto alternativo y las referencias a la “inclusión social”, “redistribución”, “consulta previa” son palabras sueltas, balbuceantes, que no llegan a una visión alternativa real. No existe un sentido común para gobernar desde la izquierda y queda claro que Humala no lo tenía. Y así, casi inevitablemente, va camino a convertirse en la versión calichín de García (no es casual que éste le haya colocado una estrellita en la frente por el caso Conga). No hay peor castigo para el ego que terminar pareciéndose a su enemigo. Humala va así hacia ese “autoritarismo neoliberal” que su ideólogo Nicolás Lynch veía como necesario eliminar. ¿Traición o pragmatismo? (Un saludo para el embajador que nos mira por tv desde Buenos Aires).

Publicado en Correo Semanal, 1 de Diciembre del 2011