Thursday, January 26, 2012

Participación y baja institucionalización

Dudas, certezas y temores sobre la revocatoria


Las democracias se hacen un harakiri cuando se profundizan sin institucionalizarse previamente. Ese es el argumento que plantea Steven Levitsky para cuestionar la revocatoria como un instrumento de participación ciudadana. En democracias débiles se corre el alto riesgo de que los instrumentos de participación directa se politicen (es decir que se utilicen para perjudicar a rivales políticos) y es así como la democracia atenta contra sí misma: la revocatoria “(es) un golpismo disfrazado de participación ciudadana”, concluye dicho politólogo. Por lo tanto, se desprende que sistemas políticos como el nuestro (quizás extendible a los países andinos) no deberían desarrollar mecanismos de participación porque terminarían rápidamente siendo tergiversados por intereses particularistas. Entonces, ¿Qué hacemos con la participación? ¿Tenemos que esperar a tener una democracia institucionalizada para empezar a diseñar los mecanismos de democracia directa? ¿Estamos frente a una suerte de darwinismo institucional? ¿O tenemos que aguardar a que sean actores políticos de probada altura moral --¿según quién?-- para ponerlos en práctica?

En América Latina, Ecuador es el pionero en establecer mayores márgenes legales para alentar la intervención de la ciudadanía en asuntos públicos, pero no podemos decir que precisamente por ello fue inestable políticamente (de hecho, hubo alternancia ordenada de poder desde 1979 hasta 1995 bajo esas instituciones). Del mismo modo, Uruguay –que es el verdadero campeón regional en este tipo de mecanismos, y no Venezuela— podría ser el ejemplo paradigmático de las bondades de la democracia directa. El sistema político uruguayo es institucionalizado, se podría refutar; pero lo participativo siempre fue politizado, se podría retrucar. Mi punto es que no hay evidencia empírica que sostenga la rigidez de que bajo condiciones de baja institucionalidad la participación atenta contra la democracia. Pero tampoco podemos demostrar lo contrario. En este caso no hay certezas; sí, dudas razonables, pero sobre todo muchos temores.

Los riesgos a la estabilidad democrática no solo provienen de su débil asentamiento institucional, sino también del poder de veto que tengan tanto el oficialismo como la oposición. Por eso mismo considero que la revocatoria es una oportunidad para Villarán de poder relegitimarse. Se abre una arena de competencia política entre elecciones donde los desafiantes (llamémoslos “chicos malos”) retan a los que sostienen un poder con baja popularidad (digamos los “chicos buenos”). La revocatoria implica movilización ciudadana, recurso del que tanto “buenos” y “malos” carecen. Una cosa es la opinión pública encuestada y otra pasar a un nivel de activismo necesario para la recolección de firmas. Levitsky asume el axioma de los “rivales políticos golpistas” (que tanto complace a los acríticos susanistas), pero no ve la posibilidad que tendría Villarán (si está a la altura, claro) de convertir la revocatoria en una ventana de oportunidad para construir vínculos políticos con los sectores desafectos a su gestión. Es decir, ganar una propia legitimidad social.

Recordemos que “buenos” y “malos” en esta historia se parecen en lo esencial: no conforman partidos, no tienen el control acrítico del electorado, no están organizados (lección que aprendimos gracias al propio Levitsky), por lo que los revocadores también deberían estar asustados de sus propias deficiencias. La participación ciudadana tiene un lugar en nuestras democracias, y el real politik no debe justificar los cuestionamientos hacia un derecho ciudadano que tanto merecen las democracias institucionalizadas como sus versiones “más atrasadas”.

Pd. Esta es mi última columna en Correo Semanal. Seguiré participando eventualmente a través de otras colaboraciones. Agradezco a su director por el apoyo en esta etapa.

Publicado en Correo Semanal, 26 de Enero del 2012

Thursday, January 19, 2012

A la derecha de Humala

¿O por qué está de moda debatir sobre la derecha?

La semana pasada discutía sobre las consecuencias políticas de que el presidente Ollanta Humala, comparando sobre su desempeño como candidato, se haya convertido en un ex radical moderado, dejando un espacio político qué fácilmente puede llenarse a través de la réplica de un discurso “anti-establishment” (anti-minero, anti-mercado) que él mismo había enarbolado. Gregorio Santos parecería buscar heredar la representación de ese sector del electorado. Ahora propongo complementar aquel análisis comparando a Humala con la otra mitad del espectro político, es decir, desde el centro hasta el extremo derecho. Si bien su éxito en las urnas se debió a que era prácticamente el único actor relevante en la mitad zurda del continuo ideológico, ¿por qué ahora la resulta racional unirse a esa sobrepoblación de líderes de derecha que pululan en nuestra política? ¿Quiere ser acaso uno más del montón?

En los últimos días diversos columnistas han escrito sobre la derecha peruana en un aparente debate que básicamente ha sido un intercambio de estereotipos. Se ha puesto el énfasis en el estilo para defender las posiciones políticas donde importa más si eres “bruto o achorado”, pero no se va más allá de las fachas de los oponentes. Se considera que si alguien defiende el establishment económico y político se hace de derecha (en ese sentido, por ejemplo, Humala al mantener el status quo gobernantes se habría “derechizado”), pero no se prevé las distintas agendas que pueden hacer que la prédica conservadora se expanda hacia fuera de los intereses de clase que tradicionalmente defiende (es decir: “los de arriba”).

Una definición mínima de derecha se distingue por la creencia que las principales desigualdades entre las personas son naturales y están lejos de la intervención estatal. El problema en nuestro país es que la precariedad estatal es incapaz de garantizar mínimamente un orden (sobre todo democrático), por lo que el retraimiento estatal no se da por convicción ideológica o por elección, sino por default. Este tipo de adscripción a la derecha, entonces, se convierte en un atajo, en un tipo de ociosidad que prefiere prescindir de una vez del Estado (por negación a un discurso pro-mercado), cuando no se ha construido siquiera un mínimo de institucionalidad. Esta ha sido la derecha asentada en el poder la última década que gobierna a control remoto y que para quienes los programas de “alivio” a la pobreza son simplemente zapping.

Pero asimismo hay una derecha “estatista” (believe it or not) pero no a partir de disminuir las desigualdad sino que traduce la intervención estatal en sinónimo de orden, seguridad y combate a cualquier amenaza violentista extra-sistémica. En un contexto donde la seguridad pública cobra relevancia (ciudadanos que con sus propias armas buscan defender sus derechos), se abre un camino de justificación al polo ideológico que si lleva al extremo sus principios, no tiene problemas en legitimar al autoritarismo, la violación a los derechos humanos y la impunidad. Este es el espacio más sensible en la opinión pública peruana que Humala parece ambicionar y que –oh sorpresa—ha sido el hábitat natural del fujimorismo en su versión original y que por el momento Keiko Fujimori viene descuidando. Con la derecha pro-mercado mirándose el ombligo (PPK, Toledo y Castañeda en sus versiones electorales), toma vigencia el issue de la seguridad como el eje a partir del cual se construya un tipo de derecha con arrastre popular que no produzca ascos a las élites. Humala termina cayendo bien a los que no votaron por él, porque a su derecha está él mismo.

Publicado en Correo Semanal, 19 de Enero del 2012

Friday, January 13, 2012

A la izquierda de Humala

Las consecuencias políticas de un radical moderado

Ollanta Humala emergió en la política nacional con el estigma del radical en la frente. Desde Locumba, su trampolín a la fama, hizo resucitar ese viejo amor velasquista que muchos llevaban por ahí perdido. Hace unos años entrevisté a un grupo de izquierdistas cajamarquinos quienes recordaban aquel momento como un hito: “Cuando los Humala se alzaron convocamos a una reunión inmediatamente. Había que entrar en contacto con ellos, podíamos resucitar”. Así como estos activistas zurdos, muchos de esta estirpe, algunos viejos zorros de arriba (como Carlos Tapia o Sinesio López) y de abajo, empezaron a sintonizar con la oportunidad política que se abría: un outsider de mano dura, radical de izquierda, con un discurso nacionalista. Era el atajo perfecto cuando no se tiene un proyecto político partidario, pero sí muchas ganas de llegar al poder.

Pero Humala resultó que no era un izquierdista de cuño, sino un pragmático que una vez en Palacio podía girar al centro (y hasta irse a la derecha) si quería. Para el elector humalista del 2006 y de la primera vuelta del 2011 (ese núcleo de 30% a partir del cual hizo todo lo demás) no hay planes de gobierno ni Hojas de Ruta que valgan. Humala significaba el cuestionamiento sostenido al modelo de crecimiento sin inclusión, aquel candidato presidencial que se pronunciaba en Cajamarca en contra de los proyectos mineros, el que propugnaba una “gran transformación”. Los primeros meses de gobierno han dejado huérfanos de representación política a esa masa crítica y hortelana. Cualquier decisión política tiene sus consecuencias; y en política, no hay vacíos. ¿Quiénes y cómo van a llenar el espacio que deja el ex radical y ahora moderado presidente Humala?

El presidente regional de Cajamarca, Gregorio Santos, a partir de su oposición al proyecto Conga busca dar el salto a la política nacional. Aunque las gestiones regionales no han sido hasta el momento capitalizables para una carrera política ascendente (casos fallidos: Yehude Simon, Vladimiro Huaroc), Santos ha tenido una exposición mediática inédita para un dirigente provinciano. Ha logrado encabezar la movilización social local desde un cargo elegido, así que se apoya en la legitimidad de las urnas. Si bien es cierto que tiene antecedentes de moderación (su participación como mediador en un conflicto en La Zanja hace unos años fue vital para evitar el escalamiento), la existencia de voces más radicales (por ejemplo, Wilfredo Saavedra) le obligan a no ceder posiciones frente al Humala-Conga-Va. Su equilibrio es milimétrico, pero suficiente para convertirse al menos temporalmente en la expresión de la dignidad regional cajamarquina.

A diferencia de otros radicales de paso (recordemos cómo Nelson Palomino metía miedo, o, sin ir lejos, el affaire Aduviri), Santos cuenta con una organización política detrás. Mal que bien, en el desierto de la democracia sin partidos, Patria Roja asegura niveles mínimos de coordinación territorial con los radicales old-fashioned que han logrado mantener núcleos de activismo anti-sistémico en el país, pero que no han estado alejados de la administración pública (como fue su paso por el gobierno regional de Pasco). Dicho sea el paso, la gestión regional de Cajamarca ha recibido aportes de cuadros provenientes de gestiones regionales y hasta de cuadros limeños para poner a prueba la experiencia, mientras que Santos pueda darse una vuelta por Lima y otras zonas del país articulando esa izquierda maoísta centrada en dos pilares: educación y mundo rural. A diferencia de Humala, Santos tiene un partido de cuya ideología no puede librarse tan fácilmente, y es por ahora quien mejor aprovecha el vacío que el ex comandante dejó cuando decidió gobernar como cualquier otro.

Publicado en Correo Semanal el 12 de Enero del 2012

Thursday, January 5, 2012

El “olón” democratizador

Por qué no hay que tenerle miedo a la revocatoria.


Una nueva ola democratizadora ha aparecido en América Latina en las últimas dos décadas: la democracia participativa. Las transiciones post dictatoriales en los 80 dieron paso al establecimiento de democracias representativas en casi todo el continente (con la excepción de Cuba) y más allá de retrocesos autoritarios (como Fujimori y Chávez), las elecciones se han convertido en procedimientos indiscutibles para alternar el poder.

En la práctica, sin embargo, estos regímenes electorales se comportaron como “democracias delegativas” (O’Donnell dixit) en las que los votantes entregaban “cheques en blanco” a los elegidos y luego se desentendían de la política, perdiendo así toda posibilidad de rendición de cuentas entre elección y elección. Para evitar ello, se han implementado provisiones legales para promover la participación ciudadana más allá de las elecciones, habilitando la posibilidad de remover y revocar mandatos (revocatorias), opinar sobre la implementación de políticas (referéndum, plebiscitos) y hasta esquemas más dinámicos como presupuestos participativos, cabildos abiertos y consejos de coordinación con el involucramiento de la sociedad civil. Estos mecanismos forman parte del “olón” democratizador en toda la región, del cual el Perú no es ajeno.

Desde 1998, en el país han puesto en práctica estas prerrogativas participativas. Las revocatorias tienen más de una década, pero casi siempre se han ejecutado en contextos de baja complejidad, es decir, en municipalidades rurales, de escasa densidad poblacional. Recién en los últimos años se ha dado el salto a la participación en gran escala. El referéndum de 2009, sobre el FONAVI, ha sido la máxima expresión de este tipo de consulta, que ahora inevitablemente toca las puertas de la comuna capitalina. Como se sabe, se ha formado un comité promotor de la revocatoria de la burgomaestre Susana Villarán que se propone juntar las firmas necesarias para llevar adelante la consulta respectiva. Sería la primera vez que este mecanismo se realice en una megaciudad, algo aparentemente inédito en una capital latinoamericana.

La revocatoria ha despertado demasiados temores en la gestión Villarán. Los defensores de la alcaldesa han catalogado a este instrumento como “anti-democrático” y “causante de inestabilidad”, cuando es todo lo contrario: profundiza la democracia al dar voz a los ciudadanos y, aunque haya intereses políticos detrás, también puede ser un instrumento de relegitimación. ¿Qué pasaría si la ciudadanía limeña se pronunciara en contra la revocatoria? Villarán terminaría fortalecida y sería el peor escenario para sus detractores. Esa es la posibilidad a la que debe apelar. Pero, paradójicamente quien ha promovido ahondar la participación ciudadana le da la espalda a esta genuina práctica ciudadana que, para hablar con su propio lenguaje, “empodera a los vecinos y vecinas”.

Los sectores progresistas han apoyado consistentemente la promoción de la participación “más allá de las urnas” y Villarán cometería un error si la ve por encima de los hombros. No solo porque sería contradictorio con sus principios, sino porque terminaría cayendo en el juego de la polarización política y desprestigiando una imprescindible arma que tienen los ciudadanos para lidiar con los abusos e ineficiencias de sus gobernantes. Si bien es cierto Villarán ha tenido algunas de cal y otras de arena, no debería permitir que el “olón” democratizador termine llevándose también sus convicciones democráticas.

Publicado en Correo Semanal, 5 de Enero del 2012