Thursday, September 20, 2012

¿Por qué subsiste Sendero?


Han pasado veinte años de lo que, creíamos, era su final y aún sigue siendo materia prima de nuestras pesadillas. Sendero Luminoso no es una amenaza a la gobernabilidad del país, pero sí el principal enemigo de la institucionalización democrática y un severo obstáculo para nuestra integración social.

La derecha que conoce el Perú gracias al zapping, propugna una solución militar y de inteligencia policial. Los operativos “impecables” del gobierno, así como el reciente asesinato a una menor, son ejemplos de cuánto se ha retrocedido en eficiencia operativa y en empatía con los ciudadanos que viven en las zonas de enfrentamiento. Esto se parece más al gobierno de un Capitán Carlos que al de un presidente que impone orden defendiendo los derechos humanos. Los ministros del interior y de defensa son los nuevos “escuderos” de nuestra política, aunque ahora en versión La Baguette.

La izquierda de sobremesa insiste en la tesis de la “lucha política”. ¿Con qué, Carlos Tapia? ¿Con qué partidos si ninguno está enraizado socialmente? ¿De verdad cree, mano en el pecho, que los Ciudadanos por el Cambio están en capacidad de combatir políticamente -en las universidades estatales de Lima y provincias- al MOVADEF? ¿Darán la lucha ideológica con esa misma convicción con que sedujeron al Humala que los “traicionó”? Fácil es decirlo, patético comprobarlo.

Nadie sostiene políticamente que la lucha contra el radicalismo senderista (en sus dos vertientes: la armada de los Quispe Palomino y la pseudo-intelectual del MOVADEF) debe darse desde el plano social. No entendamos la iniciativa social solamente como becas educativas en el VRAEM o el incremento de la cobertura de salud; el Estado debe garantizar su presencia en todo el país y no solo a través de patrullas armadas. La generación de oportunidades y la protección estatal son necesarias, pero no suficientes.

Lamentablemente, Sendero subsiste porque predica eficientemente una lectura para traducir la insatisfacción en radicalismo. Mi argumento es distinto a la interpretación tendenciosa de la pobreza y la desigualdad como raíz del mal. La hipótesis del “caldo de cultivo” es, en el fondo, justificatoria. Identifico su causa social en la discriminación estructurada y en las distancias sociales existentes en las relaciones interpersonales. En el país, las clases no están signadas solamente por el ingreso económico, sino también por discursos de superioridad. En eso se basa la discriminación, tanto desde abajo como desde arriba. Desde los que insultan racistamente a un camarógrafo hasta los que creen que “los pitucos no tienen calle”.

Sendero es, también, esto último. Promueve una ideología de venganza, de subversión del orden basada en la victimización social de sus militantes. No busca “democratizar” (sic) el país, sino dividirlo. Revertir el establishment económico con un autoritarismo populachero. Se funda en la violencia, de herencia terrorista y de presente resentido. Crea la ilusión del poder, ya sea a través de armas en el VRAEM o de falsas utopías en los universitarios. Hay una diferencia con el pasado: no comienza en Ayacucho, sino en Lima.

Publicado en El Comercio el 18 de Setiembre del 2012.

Thursday, September 13, 2012

Preguntas incómodas


A veinte años de la caída de Abimael Guzmán continúa la disputa por los méritos políticos de su derrota. Para algunos, Alberto Fujimori no tuvo injerencia en su captura porque alentó una estrategia anti-subversiva distinta, basada en la eliminación selectiva (véase por ejemplo lo que sostiene Claudia Cisneros). Siguiendo esta lógica, el homenaje debería recaer en quienes impulsaron el GEIN. De este modo, los que le niegan mérito a Fujimori, terminan dándolo “por default” a Alan García, bajo cuyo gobierno se creó este grupo operativo. Al final, nadie sabe para quién trabaja.

Usted, con mucha razón, dirá que los únicos que merecen reconocimiento son los oficiales de inteligencia policial. Pero cuando hablamos de “memoria histórica”, llevamos la interpretación de los hechos al campo de la política. Y así como se asignan responsabilidades políticas por los crímenes, también se designan los méritos respectivos por los triunfos. Hemos avanzado en lo primero; lo segundo se ha convertido en una batalla.

El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (IFCVR) se pensó como el fin, pero se ha convertido en el pretexto. Aunque es un documento avanzado, no ha cumplido con su objetivo de reconciliar. Por el contrario, azuza los ánimos. No ha pasado la prueba de la politización. Sus defensores asumen posiciones tan fundamentalistas como sus críticos. Se enfatizan los disensos cuando lo que urge es identificar puntos en los que estarían de acuerdo tanto Diego García-Sayán como Rafael Rey. 

La apropiación del IFCVR por la izquierda, en nombre de la “defensa de la verdad”, polariza tanto como el ataque de la derecha autoritaria. Ambos han convertido a sus rivales políticos en “los enemigos del país”. Todo defensor de Derecho Humanos es “pro-terruco” y todo crítico de la CVR es “facho”. Por eso se requiere una continuación (no re-escritura) que incluya voces democráticas excluidas y preguntas incómodas. Quizás sea el Acuerdo Nacional la instancia que deba asumir este reto.

¿Por qué no se exige un mea culpa público a esa izquierda que hacia finales de los ochenta todavía organizaba guerrillas en el Altiplano y a esos empresarios que armaban paramilitares en el norte chico? ¿Por qué no se dice que algunos izquierdistas y apristas miraban con tolerancia al MRTA?

Asumamos que la historia es contradictoria. Que el creador de la CVR, Valentín Paniagua, defraudó a muchos cuando negó que el gobierno de Fernando Belaúnde fuera responsable de la mayor cantidad de víctimas. Que Alan García dio el testimonio más solvente en las audiencias públicas y que el APRA es el único partido que lleva un registro ordenado de sus mártires. Que Alberto Fujimori esté preso justamente, pero ¿acaso no es el mismo que llevó al Estado a las zonas más violentas? ¿El hecho que su gobierno terminara en la peor corrupción de nuestra historia debe borrar sus aciertos en la reconstrucción del país? 

Estas son el tipo de preguntas que necesitamos. La premisa para construir una verdad que una a todos, es cuestionar la que creemos intocable.

Publicado en El Comercio el 11 de Setiembre del 2012.

Friday, September 7, 2012

Caviares


¿Alguna vez ha subido a su página de Facebook alguna noticia sobre conflictos sociales y ha comentado algo así como “!ay país cómo me dueles!”? Si es así, usted es potencialmente lo que un gran sector de políticos y periodistas llaman “caviar”. El término es una de las mejores “chapas” de la política contemporánea (la “DBA”, acrónimo de “Derecha Bruta y Achorada”, es poco sutil) porque sintetiza el estereotipo sobre un sector político progresista cuyas fuentes cotidianas de indignación no siempre guardan relación con conductas coherentes en la práctica.

La semana pasada uno de los magistrados de la Corte Interamericana de Derechos Humanos –intentando solapadamente contener la risa-- preguntó sobre el significado del término. Que su mención haya llegado a uno de los foros más emblemáticos de la agenda de derechos humanos evidencia que esta denominación se ha impuesto en la lucha por las ideas en nuestro país.

El apelativo “caviar” es muy poderoso porque resume no sólo una posición política (liberalismo político, prioridad por defender las instituciones democráticas, discurso de respeto a la ciudadanía, preocupación por la desigualdad social y económica) sino también un status de clase que va de la mano con un estilo de vida acomodada. Implica un desviado sentido de la realidad, que se trasluce por ejemplo cuando no pueden comprender por qué la mayoría de sus conciudadanos votan sin pesar -y hasta con fe- por un Fujimori o por un militar de dudosa credencial democrática. 

El “caviar” dice luchar por igualdad de clases, pero no se da cuenta precisamente de su sesgo clasista. Pugna por combatir la intolerancia pero no se percata que su discurso también puede ser fundamentalista. Habla de pluralismo, pero siempre cree tener la razón. Puede ser más intolerante de lo que su espejo soporte. Quiere ganar el cielo pero no tiene los pies sobre la tierra. 

El término puede atravesar fácilmente preferencias políticas. De ahí sus derivados: “fuji-caviar” (progresista que colaboró “técnicamente” con el fujimorismo sin “comprometer sus valores democráticos”), “caviar de derecha” (adscribe posiciones de liberalismo político pero critica a sus pares de izquierda más militantes; no se ensucia las manos), “tecno-caviar” (tecnócrata que cree que conoce el mundo popular por las consultorías que hace).

Alberto Vergara considera que el uso extendido de esta categoría es ejemplo de un desierto político, sin debate programático, donde triunfa el “apanado” y “reina el palomilla”. Me parece todo lo contrario. Para empezar, las confrontaciones intelectuales más importantes en los ochenta dividían a la izquierda entre “libios” y “zorros”. Busque en la bibliografía de célebres lumbreras “progres” para ver con cuánta seriedad hacían referencia a estas “chapas”. En segundo lugar, su connotación política, ideológica, clasista, limeña y hasta racial (¿para ser “caviar” tiene que ser blanco?) habla de que la discusión política puede trascender el nivel elitista que defiende Vergara como único espacio deliberativo. 

Nota final: Si usted se ha indignado leyendo esta columna, ya sabe qué le dice su asistente a sus espaldas.

Publicado en El Comercio, el 4 de Setiembre del 2012.