Saturday, March 26, 2011

¿PPKae?

La volatilidad de las preferencias electorales tiene sus consecuencias. Perú es el país de las olas, pero no sólo para los surfers, sino también para los que buscan llegar a la Presidencia sin hacer su chamba previa (léase al menos construir un partido). Pero las olas son emotivas, se basan en el famoso "click" que haga un candidato (no un proyecto político) con el electorado. El personalismo máximo de nuestra política al descubierto: basta aparecer como "un peruano como tú", la "tía bacán" y ahora un "gringo criollón" para jalar al electorado desafecto de la política, que no cree en ideologías y las propuestas le suenan a floro, para quien el clientelismo es el mal menor.

El personalismo con líderes de baja intensidad provoca un voto emotivo, por lo tanto circunstancial. Una vez que pasa el momento de la atracción, si no existe organización o propuesta que retenga el apoyo, el enamoramiento se desvanece. Por lo tanto, sólo llegan a buen puerto si las elecciones se dan cuando el candidato en cuestión se encuentra en la cima de la ola, es decir, cuando todavía es sorpresa, cuando ha agarrado viada, cuando sus contrincantes apenas acusan el golpe y aún no reaccionan. Luego vienen las campañas en contra, y el momento de reflexión del electorado enamorado que empieza a pensarla. La ola baja su intensidad. Recuerden el 2000: a Andrade se lo bajaron, luego a Castañeda (no aprende) y ya era muy tarde para Toledo. Unos días más y Villarán no la contaba. La pregunta es: ¿en qué lugar de la ola agarrará a PPK el 10 de abril? ¿En la cresta o en la orilla?

PPK me recuerda a Mockus: personajes excéntricos, "extranjeros" en sus propios países, que ante la incapacidad de construir partido propio apelan a las redes sociales virtuales (carecen de las reales), el militante al alcance de un tuit, mueven a los votantes debutantes en las urnas a punta de flashmobs y rompen el hielo de la política acartonada bajándose el pantalón o dejándose tocar la privacidad. OK, Colombia no es Perú, pero se parece. Igual son personalistas que sólo cautivan a una parte del electorado, a ese A y B que sueñan con sus demandas post-materiales o que están más allá del bien y del perro del hortelano. Sólo si trascendiera hacia C y D y las regiones, y hacia las comunidades que viven al ladito de las mineras, PPK podría sostenerse más allá de la emoción. Porque si no, te conviertes en Sánchez de Lozada. Así como todo personalismo es perjudicial para la gobernabilidad (ya sea Villarán o PPK), también los extremos (PPK ni siquiera pro mercado, sino pro empresa). Recordemos que Goni vino con su Evo de yapa. Y que todas las olas llegan mansitas a la orilla.

Publicado en Correo, 26 de Marzo del 2011.

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Saturday, March 19, 2011

La estrategia del Becho-Abacho

Usted distraído (e)lector sigue con atención las arremetidas en las preferencias electorales del outsider que no fue (Humala) y del outsider que no es (PPK) y cae cómplice de las matemáticas y de las apuestas: "si Toledo cae unos puntos por acá, PPK sube otros por allá"; "si Castañeda se desinfla de una vez por todas, Humala podría meterse a segunda", etc. Porque en política como en el fútbol, el gol podría llegar en el último minuto. Los analistas diagnostican las subidas y bajadas de los candidatos porque finalmente nuestro volátil electorado nos obliga a llevar la calculadora a todas partes.

En medio de tanta volatilidad, el voto duro por Keiko Fujimori no deja de sorprender. Desde que comenzó la campaña (y desde mucho antes), tiene un apoyo que promedia el 20% de la intención de voto. Aunque en el último mes, habría bajado 2 puntos en las encuestas, en los simulacros de votación su respaldo llega al 22% de los votos válidos, lo cual además podría ser un indicio de la existencia de un "voto oculto" a su favor. De todos los candidatos, Fujimori tiene el respaldo menos inestable, lo cual la podría poner en la segunda vuelta. Mientras que los demás suman y restan, cambian de estrategia, de "target" político; Fujimori aguanta, espera y confía en su electorado cautivo, y es a éste a quien le habla.

En el debate del domingo pasado, corroboramos la estrategia de Fujimori: dirigirse al electorado que recuerda los programas sociales del gobierno de su padre, a esa gran masa que el fujimorismo conquistó con clientelismo, pero que ahora le tiene una devoción que supera a la inmediatez del intercambio material. A ello le suma un discurso de "mano dura" ("derrotar a la delincuencia como se hizo con el terrorismo"), pero no al estilo gritón de Humala (que tiene su propio electorado), sino suavecito no más. Mientras los demás se pelean, exigen debates cara-a-cara, apelan a sus escuderos, Fujimori aplica el estilo del Becho-Abacho: apapachar a sus seguidores, ponerle música en sus oídos, y evitar los enfrentamientos. Los demás arriesgan, hablan de giros de campaña; la heredera sigue en lo suyo confiando en que ello bastará.

Considerando el electorado fragmentado, este camino le puede funcionar para seguir en carrera, pero en una eventual segunda vuelta no podrá evitar los temas políticos referidos a justicia, corrupción, y fortalecimiento democrático, los que hoy evita. Demasiado premio para alguien que también hereda la destrucción de la institucionalidad política del país, pero que a la vez refleja un sector que cree que presencia del Estado es una mezcla de mano dura y clientelismo. ¿O es que eso es lo que queremos los peruanos?

Publicado en Correo, 19 de Marzo del 2011.

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Saturday, March 12, 2011

El tsunami no lleva tu nombre

Luego de las elecciones de 1990, Chema Salcedo escribió un ensayo para entender el inesperado e intempestivo crecimiento de respaldo de la candidatura de un desconocido. Lo bautizó como El tsunami Fujimori, no sólo haciendo referencia al parentesco japonés con el personaje en cuestión, sino como metáfora perfecta para comprender la causa de este fenómeno político. Los tsunamis -los recientes acontecimientos naturales nos permiten corroborar su significado- son reflejos, hasta cierto punto epifenómenos, provocados por grandes sismos que los antecedieron. El movimiento de las placas tectónicas de la sociedad peruana de los ochenta (conflicto interno, hiperinflación, crisis de representatividad) fue el origen de la aparición del outsider en la política peruana. Así como no hay tsunami sin sismo previo, no hay outsider sin crisis que lo anteceda.

En nuestro medio abusamos del uso del término outsider como si cualquiera lo fuera. Se cree que alguien que sube en las encuestas de un momento a otro lo es. O que basta que un político baile reggaetón en un programa televisivo para que lo sea. Tantos errores sobre el uso del término se han cometido, que la chapa le cae a todos. La confusión se agrava por el hecho de que los partidos políticos son casi inexistentes en nuestro medio, lo que hace que no quede claro si alguien emerge por dentro o por fuera del sistema partidario (aunque este concepto sea en sí mismo una exageración).

Un outsider es alguien que emerge por fuera del sistema político (medios de comunicación, fuerzas militares, deporte) y termina representando a un sector del electorado que no se hallaba enganchado con ningún proyecto político. Sólo se puede ser outsider una vez en la vida, porque luego de la aparición, su permanencia termina identificándolo con la clase política. Si bien Fujimori, Toledo y Humala fueron en su momento outsiders, inmediatamente luego de la primera elección se convirtieron en parte del establishment. Yo agregaría que un outsider llega a ser electoralmente exitoso cuando aparece en un contexto de crisis y cambio. Para volver a la metáfora original, cuando es precedido por un gran remezón. Fujimori y Toledo fueron outsiders exitosos por las crisis económicas y políticas que los precedieron, respectivamente. En momentos en que el electorado siente que tiene poco que perder -ya lo dice Kurt Weyland-, se puede tomar riesgos como votar por un desconocido. Pero en contextos de estabilidad, el electorado se vuelve conservador, y los políticos que reflejen mesura son los preferidos (no casualmente Toledo dio el salto de outsider a insider). El Perú versión 2011 no es tierra fértil para outsiders. Ni volatilidad electoral, ni radicalismo, ni payasadas justifican la aparición de un tsunami. Sólo un fuerte sismo que no ha sucedido últimamente. ¿O usted lo ha sentido?

Publicado en Correo, 12 de Marzo del 2011.

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Monday, March 7, 2011

Guate-Perú

Un gran sector de los científicos sociales nos ha vendido la idea de que el Perú es un caso único, incomparable, inédito. La "excepcionalidad peruana", suelen decirle. Suelen decir que Velasco, Sendero Luminoso, Alan García, por ejemplo, son fenómenos excepcionales y que no se puede explicar el devenir político del país sin atender a estos factores únicos en su especie (como si no hubiesen existido en otros países dictaduras progresistas, guerras civiles y líderes personalistas, respectivamente). Por el contrario, creo que precisamente la perspectiva comparada en el análisis político nos ayuda a desmitificar esta mala costumbre de mirarnos el ombligo con el chauvinismo propio de nuestra gastronomía.

Comparar el sistema político peruano con sus pares de la región andina ha sido una saludable costumbre de los últimos años. La ya clásica comparación Ecuador-Perú-Bolivia ha producido preguntas relevantes, como el porqué de la ausencia de un movimiento indígena en el país a diferencia de nuestros vecinos. Sostengo al respecto que Bolivia es nuestro contra-fáctico, la historia de lo que pudimos haber sido: un sistema económico anclado pero una representación política muy articulada. Con Ecuador compartimos la ausencia de un sistema de partidos, aunque ahí el vínculo políticos-electores se ha recompuesto a través del liderazgo mediático de Rafael Correa, una suerte de solución temporal a gruesos problemas de fragmentación (como el nuestro).

Hace unos días estuve en Guatemala haciendo entrevistas a políticos y analistas e intuyo que tiene la configuración partidaria más similar a la nuestra: democracia sin partidos, donde el partido de gobierno no tiene la capacidad de re-elegirse, con una volatilidad electoral que va de la mano con los cambios de camiseta de los dirigentes políticos. Evidentemente hay grandes diferencias (el alto nivel de fragmentación étnica y el impacto de los poderes ilegales que existen en el país centroamericano). Pero la dinámica política de organizaciones personalistas (la oficialista UNE, representada por Álvaro Colom y su esposa Sandra Torres; o el Partido Patriota, del ex militar Otto Pérez Molina) con escaso nivel programático o ideológico, y patrones de carrera política pragmáticos, se asemeja mucho a nuestros dramas contemporáneos.

No somos, pues, casos únicos ni anomalías. Inclusive saliendo de la región andina hacia lugares tan inesperados como Centroamérica, podemos encontrar problemas y retos compartidos. El impacto del narcotráfico en un sistema tan frágil como el guatemalteco hace que se esté a punto de tirar la toalla y que la amenaza de una interrupción democrática esté en boca de todos. Recordemos que, además, tenemos niveles de desafección por la democracia similares a la Honduras pre-golpe. Nuestra democracia en 10 años no se ha fortalecido. A tener cuidado: ausencia de partidos + narcotráfico + bajo apoyo al régimen es una combinación que no queremos conocer. No sigamos el camino de Guatemala a Guate-Perú.

Publicado en Correo, 5 de Marzo del 2011