Volver al futuro
Los sucesos de Puno nos obligan a volver al futuro, es decir al escenario post-electoral que se caracterizará por una conflictividad social que no ha cesado y que ni Fujimori ni Humala podrán placar con facilidad. Gane quien gane, el escenario no será muy distinto. Primero, olvídense de la "luna de miel". El gran antivoto que tienen los dos candidatos se va a traducir en poca tolerancia e impaciencia de parte del electorado, sobre todo del movilizado.
No habrá tregua política que valga. Los procesos electorales (subnacionales y generales) han pasado por encimita no más. El voto por el "mal menor" en realidad es una imposición del voto obligatorio y del sistema electoral de dos vueltas (si fuera sólo una, Humala sería nuestro Presidente), y no construye un vínculo de representación política. Humala en el mejor de los casos representa a un tercio del país; Fujimori a un cuarto. La mayoría está fuera.
Segundo, ni el fujimorismo ni el nacionalismo resolverá la ausencia de intermediación política entre ciudadanos y gobernantes. ¿Recuerdan lo que decían del APRA hace 5 años? "Si García gana, tendremos nuevamente a un partido que medie entre los conflictos y el gobierno, habrá entonces menos estallidos de violencia que durante el periodo de Toledo". ¡Los conflictos aumentaron! No estoy seguro qué capacidad tienen Fuerza 2011 y Gana Perú para contener la movilización social, pero no me confiaría.
Concuerdo que el fujimorismo es lo que más se parece a un partido, porque tiene militantes; pero el fujimorismo es también una representación mediatizada y no movilizada. No sé si tenga los operadores -mucho menos en el sur- para canalizar las demandas, sobre todo cuando programáticamente sus políticas van a chocar con las preferencias de los protestantes. Tampoco estoy seguro si el viejo modelo de incorporación clientelista desde el Estado funcione en un contexto más cargado ideológicamente (en comparación con los noventas). El nacionalismo tampoco garantiza resolver el divorcio entre sociedad y política. Su discurso ha terminado elevando las expectativas de cambio que podrían desbordar sus posibilidades reales de canalización.
Tercero, vamos a cumplir una década de descentralización sin partidos. Mal que bien se han formado burocracias y administraciones regionales, pero no se han asentado poderes políticos locales. Las autoridades elegidas pertenecen a movimientos coyunturales que no tienen incentivos para rendir cuentas y generar algún tipo de filiación política. En contextos de conflictividad, no tienen soporte social propio, así que les resulta más conveniente ponerse de perfil y esperar la lenta reacción del gobierno central.
Sea cual sea el desenlace electoral, el futuro que nos espera se parece bastante al pasado reciente. Estuvimos bastante entretenidos los últimos meses con tantas encuestas y ánforas, que ya es hora de volver al futuro, de volver a la realidad.
Publicado en Correo, 28 de Mayo del 2011
No habrá tregua política que valga. Los procesos electorales (subnacionales y generales) han pasado por encimita no más. El voto por el "mal menor" en realidad es una imposición del voto obligatorio y del sistema electoral de dos vueltas (si fuera sólo una, Humala sería nuestro Presidente), y no construye un vínculo de representación política. Humala en el mejor de los casos representa a un tercio del país; Fujimori a un cuarto. La mayoría está fuera.
Segundo, ni el fujimorismo ni el nacionalismo resolverá la ausencia de intermediación política entre ciudadanos y gobernantes. ¿Recuerdan lo que decían del APRA hace 5 años? "Si García gana, tendremos nuevamente a un partido que medie entre los conflictos y el gobierno, habrá entonces menos estallidos de violencia que durante el periodo de Toledo". ¡Los conflictos aumentaron! No estoy seguro qué capacidad tienen Fuerza 2011 y Gana Perú para contener la movilización social, pero no me confiaría.
Concuerdo que el fujimorismo es lo que más se parece a un partido, porque tiene militantes; pero el fujimorismo es también una representación mediatizada y no movilizada. No sé si tenga los operadores -mucho menos en el sur- para canalizar las demandas, sobre todo cuando programáticamente sus políticas van a chocar con las preferencias de los protestantes. Tampoco estoy seguro si el viejo modelo de incorporación clientelista desde el Estado funcione en un contexto más cargado ideológicamente (en comparación con los noventas). El nacionalismo tampoco garantiza resolver el divorcio entre sociedad y política. Su discurso ha terminado elevando las expectativas de cambio que podrían desbordar sus posibilidades reales de canalización.
Tercero, vamos a cumplir una década de descentralización sin partidos. Mal que bien se han formado burocracias y administraciones regionales, pero no se han asentado poderes políticos locales. Las autoridades elegidas pertenecen a movimientos coyunturales que no tienen incentivos para rendir cuentas y generar algún tipo de filiación política. En contextos de conflictividad, no tienen soporte social propio, así que les resulta más conveniente ponerse de perfil y esperar la lenta reacción del gobierno central.
Sea cual sea el desenlace electoral, el futuro que nos espera se parece bastante al pasado reciente. Estuvimos bastante entretenidos los últimos meses con tantas encuestas y ánforas, que ya es hora de volver al futuro, de volver a la realidad.
Publicado en Correo, 28 de Mayo del 2011