Antes de irse a dormir, Alfredito pasa por el refrigerador, coge un bocado de jamón del país, y mientras sube las escaleras que lo llevan a su dormitorio, piensa cómo sería una noche cualquiera en Palacio de Gobierno: teléfonos secretos que no paran de sonar, informes de asesores que llegan a todas horas, encuestas que revelan día a día la popularidad del gobierno. De seguro no tendría tiempo siquiera para un mordisco silencioso –piensa--, pero no importa. Valdría la pena. Deja a un lado sus pantuflas y se acuesta pensando que él debería ser presidente.
Una de las especies que ha sobrevivido a los cataclismos electorales en el Perú es el político-yo-debería-ser-Presidente. A pesar de tanto Humala, de tanto Toledo, de tanto chino bodeguero, el político-yo-debería ser presidente se resiste a pensar que el pueblo sea tan bruto (aunque piensa que sería mejor que el voto de los que salen en Ellos y Ellas valga el doble, no?), y que en algún momento la gracia debería acompañarnos para elegirlo a él. No es posible que cada improvisado llegue al poder, que tanto impresentable ocupe el lugar de su tío senador, que sea una anticuchera o un ayayero-de-un-solo-terno el que se siente en la oficina que ocupó su tío cuando dirigió el ministerio con tanta solvencia que ahora una calle de San Borja lleva su nombre.
El político-yo-debería-ser-presidente está preparado para conducir las riendas del país. No en vano estudió en el extranjero (sin beca, las becas son para los cholos), no en vano tuvo los mejores maestros (siempre le sorprendió que no le creyeran que era peruano), no en vano tiene una de las mejores colecciones de trajes (imitación Sarkozy) y la sonrisa ensayada para las reuniones en Washington. No sólo merece la presidencia, sino se lo ha ganado a punta de columnas de opinión en Caretas, entrevistas en Cosas y haber asistido todos los años al Rastrillo. Viaja incesantemente por el país, para conocer a profundidad la economía agrícola de sus fundos de espárragos, el auge del turismo en su playa familiar en Máncora, el boom gastronómico de las cebicherías de su primo, y las discotecas de ambiente en Iquitos (de vez en cuando uno se merece un gustito, no?).
El político-yo-debería-ser-presidente es demasiado bueno para ser verdad. Para empezar tiene doble nacionalidad, obvio. Habla –todos los días—hasta cuatro idiomas (francés con la esposa, inglés con sus colegas, alemán con su tío embajador, y español con las cajeras de Wong), dedica horas enteras a revisar la prensa de distintas partes del mundo (extraña su infancia en Brooklyn, su juventud en Paris, sus estudios en Boston, su embajada en Colombia), se reúne con sus amigos intelectuales o políticos-como-uno para discutir qué hacer con la inflación ó cómo luchar contra el calentamiento global o quién se anima con Mechita (para todo utiliza datos proporcionados por su sobrino gay que estudia en la PUCP y tiene un blog, a quien contrató como asistente). Es consultado permanentemente por periodistas renombradas cuando ellas quieren saber si es cierto que Obama es negro (o simplemente cuando Julio Cotler está ocupado).
El político-yo-debería-ser-presidente ha desarrollado un culto a la personalidad, a punta de entrevistas en Radio Programas o en El Comercio los domingos (con foto “mirada de desprecio”). Su debilidad son las preguntas tipo: “¿Qué haría Usted para resolver el Moqueguazo?”, ante lo cual se despacha, ocultando esa humildad propia de los grandes que ha cultivado gracias a sus sesiones en el diván de Coco Bruce. Pero sobre todo, disfruta de los comentarios. Sus amigos le llaman, le escriben al blackberry, o le abordan directamente en el coctel del embajador de Marruecos: “Qué buena entrevista, yo creo que necesitamos gente como tú al mando de este país”. Entonces, el político-yo-debería-ser presidente recuerda a su nana, al jardinero con el que jugaba de chico, al curita de la familia, la primera vez que conoció los “pueblos jóvenes”, la primera vez con su empleada buenota que vivía en Balconcillo, suspira hondo, agacha la cabeza, y decide que debería ser valiente, que debería ser presidente.
Lo que sigue es la puesta en escena del entusiasmo presidencial: llamadas a compañeros de promoción (oye, Gustavo, ¿quieres ser ministro de Transportes?), a intelectuales del medio (Rafo, me gustaría hablar contigo sobre la social democracia), a los amigos influyentes (¿por qué vendiste tus helicópteros, Siomi?), a políticos como uno (Alberto, disculpa que te toque el tema, pero…cuánto dinero gastaste en tu campaña), reuniones con las amigas de la esposa (Cecilia, quiero conocer la maternidad de Lima, ¿tú has ido?). ¿Qué falta? Claro, llama al sobrino gay que estudia en la PUCP y tiene su blog para juntarse con el centro federado de sociales, con los círculos de estudios liberales, con los vagos de humanidades y artes (necesitamos artistas, piensa en voz alta, debería llamar a Delfín?), hasta con Aire Puro (ingenieros igualados), todos entusiasmados le dicen que pueden empezar a hacer carteles con su nombre y pegarlos en la universidad (se sonroja, pero acepta; son los costos, piensa). ¿Qué falta? Uy, verdad, necesita pobres, recuerda. Habla con su chofer, con la cocinera de la casa, con el chico que trae los mandados… Oye, Kevin, allá donde vives, ¿Cómo se llama? El Olivar, ah no, Los Olivos, ¿hay algún comedor popular? (Recuerda que no debería confundirse de ese modo la próxima vez…por eso empieza a investigar cuánto cuesta el kilo de arroz y el pasaje en combi).
Avanza implacable y convoca a una primera reunión en el local de una ONG (recordó que era miembro de la asamblea de socios, así se llama, no?). Acuden treinta personas, sobre todo primos y amigos, y lo embarga la euforia. Pero es cauteloso. No dice directamente que se muere por ser Presidente, sino que, primero, habla de los problemas del país, de la gente que pide dinero en los semáforos acá no más en el Golf, y de que es la hora de hacer algo, de juntar profesionales y ciudadanos sin intereses más que el amor al país, que puedan aplicar lo que saben al beneficio de la patria. Los treinta gatos lo adoran, le proponen empezar a juntar firmas, aliarse con otros movimientos, lo lanzan a la presidencia y mientras todos expresan su alegría ante la posibilidad del primo Presidente, se da cuenta que su cara ya no se ruboriza. Cree, entonces, estar preparado.
Antes de hacer pública la decisión, el político-yo-debería-ser-presidente llama a un amigo que asesora campañas políticas. Se encuentran en un café de 28 de Julio en Miraflores y le lanza la idea a boca de jarro: “Estimado, cómo me ves como candidato a la Presidencia?”. El asesor, que a punta de encuestas y focus groups ha aprendido a conocer a los cholos, le responde: “Uy, hermano, mira. Primero tienes que cambiar un poco el look, como te digo, dejar tu Lacoste por ropa de Saga (ni siquiera Ripley, hermano), remangar las camisas ya no funciona, eso ya fue con Panchito, ahora lo que pega son las casaquitas amarillas-peaje mismo Castañeda; estás un poco guatón, hay que bajar eso; no hables con palabras de más de tres sílabas, los cholos se marean; por cierto, ¿tienes algún cholo en la familia? Sácalo a pasear, urgente; eso sí, que te vean, pero no tanto, no se te vaya a pasar la mano como a Hernando, por ejemplo. ¿Sabes qué es el Grupo 5? ¿Sabes qué es la cumbia? Mira, no te pido que bailes reggaetón, pero por lo menos apréndete El Embrujo. Tu sobrino que toca en Bareto, no vale. Esa es tu tarea para la casa. Luego de eso, me llamas y hablamos”.
Luego de aquella conversación, el político-yo-debería-ser-presidente decide tomar su Mercedes y manejar por Lima. Mientras lo hace, mira las calles sin amor. Edificios Mi Vivienda, pollerías Norky’s, telos de cinco pisos, Sagas y Ripleys. ¿En qué momento se habrá jodido el Perú, Alfredito? Se detiene frente a un letrero enorme de celulares que presenta un cantante popular rechoncho (no sabe que se llama Tongo) y se imagina un anuncio de su candidatura presidencial al lado de éste. Le brota involuntariamente una lágrima. En ese momento, en otra parte de la ciudad, su sobrino gay que estudia en la PUCP y tiene un blog, filtra la noticia a la prensa; la misma que será negada por el mismo Alfredito, al día siguiente en Ampliación de Noticias.
Fotografías de CM
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