Saturday, January 30, 2010

Sobre Bayly


Del suplemento Domingo de La República me enviaron tres preguntas sobre la ¿candidatura? presidencial de Jaime Bayly. Me pareció un interesante ejercicio responder seriamente sobre un tema que hasta ahora nos cuesta hablar en serio. Ya que por motivos de espacio se han tomado algunos extractos del texto enviado, comparto en este post las respuestas completas. Este es un intento (¿exagerado?) de tratar entender a Bayly desde la politología. Evalúe Usted, estimado lector, si logramos pintarle la cancha a un confundido “niño terrible” (genialmente ilustrado por el maestro Heduardo).

1. ¿Por qué existe un respaldo a las pretensiones presidenciales de Jaime Bayly, incluso cuando es probable que finalmente no se presente como candidato?

El sistema político peruano gira en torno a candidatos sin partidos y en muchos casos sin plataformas políticas. Es una democracia sin partidos (pero con candidatos). Una política de baja institucionalización y de alta personalización.

Dadas estas características, para construir una candidatura presidencial exitosa en el Perú se requieren al menos 3 elementos en el siguiente orden de prioridades: un candidato con atractivos personales, una organización política con inscripción válida para competir a nivel nacional, y un equipo que elabore ciertos lineamientos de gobierno. En un sistema político, como el peruano, que gira en torno a candidatos sin partidos y sobre la base de un descontento generalizado, lo primero que se evalúa es el atractivo del potencial candidato. En este caso, la irreverencia y desenfado políticamente incorrecto se convierten en la primera piedra de la candidatura de Bayly. Pero ésta no está completa hasta que no intervengan los restantes complementos. Quienes lo poseen y lo pueden ofrecer como en mercado persa son los que han producido el respaldo existente y creciente a la probable candidatura del periodista y escritor; y son:

Partidos inscritos: José Barba madrugó a todos, ofreciendo la inscripción de su organización política “sin nada a cambio”. Similares casos suceden con Kouri (quien ha recibido la invitación de 4 organizaciones políticas), con PPK y la Coordinadora Nacional de Independientes, con Alfredo Barnechea y Jaime Salinas y UPP, con Yehude Simon tratando de convencer a Fernando Andrade a plegarse al Partido Humanista, etc. El rédito político que pudieran obtener los que “gratuitamente” ceden su emblema (organización es una exageración) podría ser significativo: cargos electos en el Parlamento, o eventualmente cargos públicos designados ante una eventual gestión.

Plataformas políticas: de derecha a izquierda existe una suerte de operadores políticos, periodistas “influyentes”, asesores e intelectuales que por distintos motivos (ideología, convicciones personales, pragmatismo, negocio) promueven y ofertan sus propuestas políticas. Claramente un sector liberal, tanto en lo económico como en lo social, que no se imaginaba representado por las alternativas existentes, ve a Bayly como un potencial portavoz de su agenda. No es casual el apoyo recibido tan enfáticamente por Fritz Du Bois (ultra liberal en lo económico), Pedro Salinas (liberal en la reivindicación de “derechos postmateriales” como la legalización de la marihuana, el matrimonio gay, etc.), etc. En la izquierda pasa lo mismo, como lo expresa el repentino apoyo de profesores universitarios de izquierda (Sinesio López, Nicolás Lynch) a Humala.

El capital personal de Bayly es un incentivo fuerte para que reciba respaldos de dueños de partido y de operadores con agenda que no encuentran un espacio cómodo en los actuales alineamientos políticos. De no prosperar la candidatura, estos intereses migrarán buscando mejores posibilidades.

2. ¿Cómo afecta la forma en que está presentando su supuesta candidatura? ¿Banaliza las elecciones?

Los partidos ya no son esas organizaciones estructuradas y disciplinadas, con jerarquías, militantes, planes de gobierno enraizados en sus estructuras, y presencia territorial. Los partidos son vehículos para llegar al poder. Por lo tanto, son altamente dependientes de las candidaturas que las encabezan. En el caso de Bayly, su capital político proviene de la televisión y del espectáculo. Es normal que sea banal. Su banalidad proviene de su intento de generar un vínculo con el electorado, y este vínculo se basa en lo que puede ofrecer para ganarse a la gente: “show”. Mientras otras alternativas políticas pueden ofrecer clientelismo (el fujimorismo) o la garantía de una gestión eficiente en los sectores populares (los hospitales y las escaleras del alcalde Castañeda); Bayly –por la procedencia de su capital político—apuesta a lo que sabe: el intento de vínculo mediático con el mundo popular, pero que llega caricaturizado por la lógica en la que ha estado envuelto a lo largo de su carrera: canciones de Tongo, consultas de chamanes y adivinos, apoyos recibidos de parte de figuras del deporte.

¿De qué otra manera puede una candidatura originada en los sets de televisión luchar por el respaldo popular? Ese tipo de banalidad existe en política y es, hasta cierto punto, necesaria para restar la seriedad que embarga los gustos masivos (sino recordemos a Tudela bailando cumbia en el 2000 o a Alan García y el reggaetón aprista). Pero la lógica de la disputa política hará que se enfaticen del mismo modo otros elementos necesarios: propuesta de gobierno (ya vimos que Bayly hizo sus primeros esbozos en su artículo en P21), equipo y asesores de plan de gobierno (veremos quién se suma a Enrique Ghersi); etc.

La banalidad es el intento (¿frustrado?) de generar un vínculo con lo popular. Bayly no lo sabe hacer sino a través de la caricatura, de la payasada vestida en terno y corbata. Lo cual no es suficiente en un país heredero de la lógica clientelar y de la promesa de un puente o una posta de salud en cada comunidad.

3. ¿Cuáles serían los políticos o partidos políticos que se beneficiarían con la presencia de Jaime Bayly en la política peruana?

Dentro de la opción política de derecha –donde aparentemente se ubicaría la candidatura de Bayly- podemos distinguir a una derecha neoliberal de gran empresariado (PPK), una derecha económica de empresario emergente y empresario interprovincial con enraizamiento social clientelar (Fujimorismo) y sin él (Toledo), una derecha urbana tradicional (PPC),y una derecha pragmática focalizada en la gestión urbana (Castañeda). Dependiendo de su posicionamiento en este esquema, la candidatura de Bayly entraría a jugar en este espacio y terminaría restando apoyo a cualquiera de estas alternativas.

En contextos de transferencia de un gobierno democrático a otro de igual tipo (donde la división democracia/autoritarismo no está en juego como fue en el 2000), son los planteamientos en torno a la economía lo que termina definiendo el respaldo electoral. Por más que Bayly insista con reivindicaciones de derechos civiles liberales (i.e. matrimonio gay), que inclusive podrían ser atractivos para liberales de izquierda; o por más que hayan ciertos “issues” de importancia para cierto sector del electorado (i.e. indulto o no a Fujimori), el clivaje fundamental es el continuismo del modelo económico o no (léase: “sistema, anti-sistema”), y en ese sentido Bayly entra a jugar en este lado de la cancha, disputándose el electorado de derecha que considero es el mayoritario en un país en crecimiento. Las posibilidades que fragmente aun más este sector, por lo tanto, son muy altas.

Dependiendo de la oferta en el otro lado del espectro político, podría ser beneficiosa para una alternativa que aglutine a la izquierda y evite su fragmentación. Pero como es costumbre en este vecindario, quizás este lado sea igual de fragmentado entre Humala, Arana, Simon, Villarán, etc.; lo que es más preocupante dado que su electorado parece ser de menor magnitud.

El APRA, a pesar del desgaste propio de un segundo gobierno, y sin un candidato de peso hasta el momento, pero con la permanencia de la identificación política que genera, terminaría siendo el que menos se perjudica.

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El fin de los partidos

Érase una vez organizaciones políticas que los peruanos solíamos llamar "partidos". Eran agrupaciones de políticos, dirigidas por élites respetables, que convocaban multitudes, llenaban plazas y calles, y miles de ciudadanos hacían largas colas para obtener un carné que los identificara como sus miembros. Los más enfebrecidos seguidores usaban polos alusivos a sus emblemas, cantaban sus himnos y ofrecían su tiempo a cambio de la satisfacción de haber contribuido a una causa, a una utopía, a una esperanza. Aquellos tiempos terminaron y no volverán.

Estamos acostumbrados a concebir los partidos como capaces de movilizar masas, como corporaciones políticas cuyos dirigentes, cuadros y militantes de base comparten una misma ideología, una misma visión del mundo, una misma posición ante una lista interminable de issues, un acatamiento a las órdenes ("disciplina, compañeros"), una misma mística. Nuestras evaluaciones sobre la actualidad política son presa de aquellos recuerdos, tan exigentes e irreales como una guía de calles discontinuada.

Ilusos o utópicos, seguimos creyéndonos la historia del intelectual orgánico que, con papelógrafo y plumón en mano, "baja a bases" para compartir su sabiduría política y recoger el sentir popular. Pero un país informalizado, sin organizaciones sociales representativas ("éstas son las fuerzas vivas, compañero"), decepcionado de la política, necesita aproximarse a ésta de manera más realista (sin por ello caer en la tentación de la ligereza).

Mirando hacia adelante, el fin de los partidos es llevar a políticos con aspiraciones al poder. Su finalidad es convertirse en vehículos que resuelvan problemas elementales de acción colectiva como: seleccionar candidatos, lidiar ordenadamente con las ambiciones políticas, administrar recursos, reclutar personal político, proveer equipo de campaña y eventualmente de gobierno. El partido -así entendido- no tiene militantes, sino electores; no tiene cuadros, sino políticos profesionales; no tiene locales en cada pueblo, pero sí visitas a su web; no busca cambiar el mundo, sino administrar decentemente un país por cinco años. Si un partido cumple efectivamente estas características, deberíamos estar mínimamente satisfechos.

Que no se entienda esto como una apología de los partidos vientres de alquiler, pero sí un sinceramiento de la política que nos toca jugar y comprender ahora. Aunque mientras tanto, en los salones de clases limeños enseñan a los futuros politólogos que los partidos son "un agente de socialización política", lo que ni siquiera el más radical izquierdista -como Evo Morales, santo patrono de los izquierdistas-Na'vi- lo asume como tal. Para él, el MAS es un "instrumento político". ¿Y para usted, profesor?

Publicado en Correo, 30 de Enero del 2010.

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Saturday, January 23, 2010

Se busca un Outsider. Cama Adentro.



En el Perú se busca un outsider. Cada cinco años. Quizás todos los días. Quizás con desesperación. Muchos apuestan a ser el Augusto Ferrando que lo descubra. Hasta los insiders (APRA) quieren su outsider. Todos. Desde el Presidente hasta modestos empresarios de Mega Plaza juegan este ajedrez de la política fácil, que depende más de brujos que de asesores, y que luego del ¿lanzamiento? de la candidatura de Jaime Bayly parece tener a José Barba como el Julio Granda de la política nacional.

Los políticos se entusiasman. Los más hábiles se acomodan; los más monses mueren de envidia. Sesudos analistas evalúan pros y contras. Hasta los críticos de televisión meten su cuchara. Intelectuales de La Baguette también le entran. Pero nadie se percata que esta “búsqueda del tesoro” es la prueba más fehaciente de la pobre institucionalización de nuestro sistema político, de la penosa constatación de una democracia sin partidos que ni la Ley de Partidos ni la más alta tecnología de ingeniería electoral pudieron evitar.

En el Perú casi cualquiera puede levantarse un día con ganas de ser Presidente y aparecer en las encuestas al rato. Requisitos de la política convencional en cualquier país son obsoletos en nuestra democracia-fast-food. No se necesita un partido político (¿qué es eso?), ni un ideario programático que dé línea. El pragmatismo es apolítico. Tampoco urgen cuadros ni militantes. Como José Barba sostiene, hasta el “partido más pequeño del mundo” tiene chances (“Somos Enrique Ghersi, Jaime Bayly y yo”). Desde Belmont, Fujimori, Humala y, ahora, Bayly, tenemos más de veinte años de outsiders que parecen haber pasado tan rápido que no aprendimos nada.

Las consecuencias las conocemos: Congreso con una baja representación y peor popularidad. El outsider es el padre de los otorongos, no lo olvidemos. Por otro lado, la tecnocracia se regocija. Como el outsider no tiene equipo, la economía marcha en un eterno piloto automático. Los empresarios felices. La política es más negocio que puesto de CDs en Polvos Azules: al no haber ideología, ni plataforma política, la selección de candidatos es un libre mercado. El outsider recicla, permite el milagro de la resurrección política y la vuelta desde el más allá. El outsider también consigue sus intelectuales, tan volátiles como el sistema político que analizan. En búsqueda de sobriedad, el outsider se rodea de intelectuales que fungen de operadores políticos cultivados en los libros, que le abren las puertas de universidades, y hasta le presentan a sus patas de la Internacional Socialista. Pero ningún curso acelerado de democracia-ese-dedo-meñique le hará pasar piola. ¿O Usted querido profesor creyó que Humala en cinco años es menos autoritario y más institucionalista de lo que nos enseñó en clases?

Sobre definición de outsider ver aquí.

Fuente de la entrevista a José Barba: Jona Castro en La Mula.

Publicado en Correo el 23 de Enero del 2010.

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Saturday, January 16, 2010

Bagua: desconfianza y riesgos.

Un sector importante del periodismo ha criticado el Informe Final de la Comisión Investigadora de los Sucesos de Bagua. Se le considera "fallido e incompleto" (Godoy) y que ha "licuado testimonios" (Fowks) para favorecer la versión oficialista. De acuerdo con estas críticas, el informe no aclara los sucesos del 5 de junio ni toma en cuenta varios testimonios. Otros lo consideran inclusive como escrito específicamente para encubrir "masacres y genocidios". Aunque creo que algunas de estas críticas tienen asidero, otras parten de excesivas expectativas que sesgan la evaluación del documento.

Este informe -como cualquier otro, como el de la CVR- tiene inevitables sesgos. Pocos recuerdan que es un informe ¡del Ejecutivo! Pero sólo se han señalado los sesgos políticos que erróneamente el gobierno ha impulsado para zafar cuerpo de su responsabilidad. No se ha reparado en las deficiencias propias de una investigación de un mandato limitado (¿cuatro meses?) que además tenía que sobrellevar las burocracias propias de una comisión gubernamental, las discrepancias internas, la presión política nacional e internacional, y las críticas que aparecieron antes de hacerse pública la versión final. Del mismo modo, las limitaciones metodológicas se ven agudizadas por el hecho de que sólo se realizaron -entiendo- dos viajes a la zona, insuficientes para un informe elaborado desde Lima. Con ello no quiero justificar la debilidad del documento, pero sí ponerlo en su real magnitud.

El esclarecimiento de los hechos pasa primero por el restablecimiento de la confianza -si alguna vez la hubo- y ambas son metas que no se resuelven de un día para otro. Creo que un elemento importante y que futuros esfuerzos por esclarecer los sucesos deberán tomar en cuenta es la desconfianza que tiene la población involucrada. Luego de dos viajes a Bagua, he comprobado la ausencia de intermediadores confiables para la población indígena. Los sucesos han generado un lógico rechazo de parte de la ciudadanía local a las autoridades gubernamentales (comisiones incluidas). Se han sentido traicionados por un Estado que no sólo debe garantizar el orden, sino también proteger a sus miembros. Un nativo ex combatiente del Cenepa lo expresa claramente: "Ni con la guerra con el Ecuador tuve tanto miedo...". La distancia propia de los códigos culturales distintos se acrecienta luego del enfrentamiento, y del hecho de que ni el Ejecutivo ni la oposición buscan tender puentes para reconstruir la confianza. La crítica radical e insensata agudiza los desencuentros. Ante este divorcio, se corre el riesgo de medidas más radicales. La caracterización por parte de AGP de la defensa nativa como "paramilitar" ha sido tomada como exagerada, pero podría alertar sobre riesgos mayores: la posibilidad de una población que ante el enfrentamiento con el Estado busca protegerse por sus propios medios.

Publicado en Correo, 16 de Enero del 2010.

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Thursday, January 14, 2010

Encuestas


Las recientes declaraciones presidenciales sobre los resultados de una encuesta de 27 mil entrevistados ha generado encendidos debates sobre el origen y el financiamiento de dicho estudio de opinión, sobre la pertinencia técnica de una muestra tan amplia, y sobre los sesgos que podría causar una consulta realizada por militantes de un partido político. Lo que sin embargo no está en discusión es un tema de fondo: la utilidad de las encuestas para comprender el comportamiento político de los electores.

Considero que hay que partir de la premisa que la gente miente. ¿Por qué tenemos que suponer que las personas son sinceras, honestas y transparentes al momento de revelar sus preferencias políticas privadas? La gente desconfía, duda, y acomoda sus respuestas de acuerdo con las características del entrevistador. Mientras que los “especialistas” se amparan en el fetiche de un “margen de error estadístico”, poca o casi ninguna importancia se dedica a los errores no estadísticos, entiéndase los sesgos producidos por las características de los encuestadores (edad, raza, estatus social aparente), por la presión social a responder de manera “políticamente correcta” determinadas interrogantes, por la “obligación” de responder cualquier cosa en vez de un franco “no sé”. Lecciones históricas están frescas en nuestra memoria, como el recordado “voto vergonzante” fujimorista en la primera vuelta de las elecciones del año 2000.

Sin embargo, creo que el principal problema es la excesiva relevancia que le otorgamos a los datos de las encuestas. La información que proviene de este tipo de estudios de opinión produce la fotografía del momento de las preferencias electorales. Los sondeos electorales sólo nos indican la intención de voto en el preciso momento de realizada la encuesta. Las encuestas recogen instantáneas; y no nos permiten ahondar en los determinantes permanentes (causas, incentivos) del comportamiento político de los electores. Asuntos importantes en nuestra cultura política como el clientelismo y la discriminación racial y social –constantes históricas de nuestras elecciones—son prácticamente imposibles de auscultar bajo estas técnicas.

Con esto no quiero tampoco llegar al extremo de considerar las encuestas como inútiles. Por el contrario, es una técnica que permite llegar al individuo común y corriente como el objeto de análisis. Pero creo que es necesario tomar sus alcances en su real magnitud e intentar explorar a través de nuevas técnicas experimentales los lados ocultos de la política peruana. Las ciencias (incluidas las sociales) también avanzan, y detenernos en el mundo de las encuestas es como seguir oyendo CDs en los tiempos del ipod.
Publicado, el 9 de enero del 2010 en Correo.

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Thursday, January 7, 2010

El critico-reboto-lo-que-me-conviene-1


Tenga cuidado. Ellos están al acecho. Podría decirse que hasta no duermen. Lo persiguen con una obsesión enfermiza disfrazada de una ética de paladín de la opinología local. Si usted es precavido con lo que dice, no importa. Ellos se encargarán de difamarlo. De utilizar sus propias palabras en su contra (claro, tergiversando su contenido, copiando y pegando convenientemente). Todo para que usted quede embarrado y convertido prácticamente en un ser vil, en el enemigo número uno del país. Este es mi testimonio, como una victima del critico-reboto-lo-que-me-conviene en UN SOLO tema (hay varios, lamentablemente).

Comisión de la Verdad

Como muchos saben, trabajé en la Comisión de la Verdad. Para mi, fue una chamba muy importante, pero chamba al fin y al cabo. Ojo: trabajar en la CVR no te hace mejor persona.

Yo no era, ni soy, un especialista en violencia política (no me dedico a ello, no vivo de ello). Trabajé en el análisis de los actores políticos del período 1980-1990 y en la cronología política, desde una perspective política. Cumplí con los términos de referencia que me asignaron. Me pagaron. Cobré.

Creo que el Informe Final es la mejor narración existente en la actualidad de los eventos de los años de la violencia. Pero también soy consciente de sus deficiencias y de sus sesgos. Siendo parte del trabajo es difícil tomar distancia del documento, pero estoy seguro que el IF no tiene la ultima palabra. Sería absurdo pensar lo contrario.

Como sostuve anteriormente, durante el tiempo que trabajé en la CVR vi todo lo que podía deslumbrar (para bien o para mal) a un recién egresado de la Universidad. Fui testigo tanto de profesionales que no cumplieron con su trabajo, como de otros cuya dedicación era más que un compromiso. Intenté criticar a los primeros; pero me rectifiqué, porque siendo justos, no podía hacer un balance ecuánime sin incluir a los segundos. Por eso desistí de tal tarea, y sostuve lo siguiente:
“Quedará en la conciencia de los intelectuales y profesionales que trabajaron ahí la falta de seriedad con la que asumieron esta responsabilidad. Una vergüenza por los que no estuvieron a la altura. Por mi lado, me he dado cuenta, que hay cosas con las cuales no hay que joder, ni siquiera en broma”.

Sin embargo, el critico-reboto-lo-que-me-conviene me cita de manera antojadiza en un debate sobre las Cifras de la CVR!:
"...Vi pasar por mis ojos la frivolidad encubierta detrás de la “sensibilidad social”, la ociosidad del intelectual con prestigio que sólo vivía de su nombre y no avanzaba ni un carajo los capítulos correspondientes, los celos “profesionales” de los que se computaban demasiado buenos como para no ser “comisionados”..."

Se “olvida” de la línea siguiente: “Pero también conocí gente decente, sin quienes, el Informe no hubiese salido”.

Luego, en este otro post (asi es la obsesión), me acusa de “haberme ido a la carga desde un medio de derechas” (entiéndase mi columna sabatina en Correo)

Asi funciona la tergiversación, así sorprenden al lector descuidado, al lector de titulares: Una cosa es criticar la frivolidad de un grupo de profesionales dizque comprometidos (del mismo modo he criticado a otros grupos intelectuales del país), y otra cosa es criticar el trabajo conjunto de la CVR y su aporte a la reconstrucción de la memoria histórica del país (esto último NO lo he hecho).

¿Escribir en Correo me hace parte automáticamente de una crítica al Informe Final desde la derecha?

No. Prueba: en el mismo diario critiqué su línea editorial y la catalogué como “militarista de derecha” y eso NADIE HA REBOTADO. (Por cierto, ello habla bien de la tolerancia del director del diario con las posiciones de sus columnistas. Por críticas de menor magnitud, varios “progresistas” se dieron por ofendidos).

El lector inteligente sabrá distinguir mis posiciones reales, de las caricaturas con las que el critico-yo-reboto-lo-que-me-conviene me calumnia con el único afán de desprestigiarme y estigmatizarme negativamente.

Similares tergiversaciones de mis posiciones se han producido con mis argumentos sobre el Museo de la Memoria (criticar la ingenuidad de sus promotores, no es criticar su necesidad; por cierto un evasivo Luis Aguirre "sintetiza" mi posición con un ¿cachoso?: "¿Qué te hace Miraflores?"), el Informe de Bagua (citar lo que dice el Informe del Ejecutivo, no es avalarlo), y sobre la Conflictividad Social (asociación entre ONGs y conflictos, no es causalidad). ¿Es necesario que aclare cada una de ellas? Espero que no, porque siento una tarea inútil responder falsas acusaciones.

Actualización:
Y éste? Encima son mancheros (¿o cobardes?)

Saturday, January 2, 2010

Bagua: presentes y ausentes

El Informe Final de la Comisión del Ejecutivo sobre los sucesos de Bagua identifica actores cuya presencia y participación fueron determinantes en los actos de violencia. El desborde de la legítima protesta se explica como la distorsión de la agenda indígena debido a la multiplicidad de participantes, con intereses y demandas de distinta magnitud. El Informe señala a los siguientes involucrados: congresistas Nacionalistas, ronderos, reservistas del Ejército, SUTEP, Frente de Defensa de Bagua, medios de comunicación y dirigentes nativos. La imposibilidad de identificar con nombre propio a los dirigentes o “azuzadores” (salvo el caso de los miembros del Partido Nacionalista) es sintomática del tipo de conflictividad social de nuestro país.

Ya no es un secreto la debilidad orgánica de las representaciones sociales. No existe partido, sindicato, gremio, organización social que tenga una estructura interna con liderazgos claros y canales de comunicación efectivos entre sus dirigencias y sus bases. La imprecisión con la que se indica a los actores (“ronderos, reservistas”) da cuenta de demandas particularistas, de una sociedad fragmentada, y de la ausencia de liderazgos responsables y legítimos que den la cara antes y después, capaces de movilizar a las masas, pero también de controlarlas pacíficamente. En el caso de Bagua específicamente había una desconexión absoluta entre las mesas de negociaciones en Lima y la población movilizada en la Curva del Diablo. La propia dirigencia local de AIDESEP prácticamente abandonó el liderazgo de la movilización cuando ésta se desbordaba. La suerte de los manifestantes en Bagua –más allá de esfuerzos individuales como el de Manuin-- quedaba en manos de improvisados dirigentes locales sin un norte político más allá que la consignas violentistas. Sin embargo, sería parcializado dejar el diagnóstico entre los actores presentes e identificados superficialmente. Pensemos también en los ausentes: en los congresistas oficialistas, en los gobernadores y tenientes gobernadores, en los militantes y dirigentes locales del partido “más organizado del país” (APRA).

Sabemos que nuestros congresistas tienen un débil arraigo en la sociedad. Entonces, ¿por qué creer que tienen una gran influencia sobre los manifestantes? Sabemos que las organizaciones que se arrogan la representación de las demandas movilizadas no tienen capacidad de control sobre las poblaciones locales que protestan. ¿Por qué creer que las negociaciones en una mesa en Lima van a solucionar completamente los requerimientos? Y finalmente, si ya sabemos que la ciudadanía es tan sensible a “azuzadores”, ¿por qué no movilizar a los cuadros políticos oficialistas a contrarrestar a los denominados “violentistas”? Sería absurdo utilizar las conclusiones del Informe Bagua políticamente, cuando debería alertar a los actores presentes y ausentes en su responsabilidad democrática para que estos hechos no vuelvan a suceder.

Publicado en Correo, 2 de enero del 2010.

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