Thursday, June 21, 2012

El politólogo colegial


Se encuentra en la agenda del Pleno del Congreso de la República la propuesta de ley para la creación del Colegio de Politólogos del Perú, iniciativa del congresista chakano Rennán Espinoza. De acuerdo con el texto llevado a dictamen, la colegiación se convertiría en un “requisito indispensable” para el ejercicio de la profesión de politólogo, y sus miembros estarían sometidos a las decisiones de un “Tribunal de Honor”. ¿Cuán necesario y pertinente es una organización de este tipo?

La ciencia política es la disciplina de las ciencias sociales más joven en el país y el continente. De hecho, no existen más de diez peruanos doctores en Ciencia Política (aunque ello no impida que algunos entusiastas ofrezcan doctorados en esta especialidad). San Marcos y Villarreal cobijan a esta disciplina dentro de sus escuelas de leyes; mientras en la PUCP y en la Ruiz de Montoya surgió bajo el amparo de sociólogos. Hablar de un perfil profesional propio del politólogo en el país es, aún, un ejercicio de imaginación.

Sin embargo, la propuesta de Espinoza nos hace pasar de la ilusión a la pesadilla. No sólo por todos los perjuicios que el asociativismo obligatorio trae consigo (controlar la libre práctica profesional, monopolizar la representación de los intereses del “gremio”, sancionar “éticamente” posiciones políticas distintas a la “oficial”), sino porque además se pretende colegiar una carrera que aún no ha encontrado su lugar propio en el servicio al país. 

Casi cualquiera pasa por politólogo en nuestros días: desde políticos desocupados hasta estadísticos extraviados en variables no cuantificables; desde antropólogos que citan par de veces a Sartori hasta economistas con sensibilidad política. Encuestadores y analistas espontáneos se gradúan de politólogos con mesas redondas y un certificado de su amigo decano.  Hasta un bloggero que va dos noches por semana a escuchar a Sinesio López por qué sigue resentido con Humala. 

La “creación” de un politólogo colegiado, en realidad reproduciría politólogos colegiales: permitiría que cualquier improvisado encuentre en un sello de papel agua la legitimidad que no ha podido construir por méritos académicos propios. Esta propuesta solo lograría institucionalizar la mediocridad, ya que pone el foco de la realización profesional en la vida de un gremio –difuso- antes que en la formación y actualización educativa. Crearía una falsa tecnocracia llamada a justificar “científicamente” a los gobernantes de turno. 

En otros países existe la posibilidad de la libre asociación, sin pretensiones de buscar un nicho en algún órgano estatal con representación colegial, sino con el objetivo de profesionalizar la ciencia política en el rigor académico, lejos de la influencia política y las maniobras ideológicas. La preocupación está en mejorar los planes curriculares universitarios y  en la organización de congresos donde sus miembros exponen y dialogan sus investigaciones en intercambios con colegas extranjeros. En cambio, nosotros queremos imponernos una camisa de fuerza, una burocracia dispuesta a la relación patronal y al clientelismo que sacrifica rigurosidad profesional por cargos públicos. 

Publicado en El Comercio el 19 de Junio del 2012.

Monday, June 18, 2012

Polarización sin partidos


Luego de la apertura del régimen en el 2001, la división política en el Perú se volvió ideológica. Ya no se trata de una pugna entre demócratas y autoritarios, ni entre cívicos-manos-blancas y clientelas políticas. El crecimiento económico sin redistribución ha construido dos bloques que se imaginan irreconciliables: los que defienden el establishment y los que protestan por la insatisfacción postergada (una vez más). Hasta la fragmentación legislativa se explica a nivel programático. Los tránsfugas del ayer –billete encima de la mesa— han dado paso a los nacionalistas renunciantes por convicciones políticas. El Perú Avanza: de Beto Kouri a Verónika Mendoza.

En un escenario sin partidos, las posiciones ideológicas tienden a polarizarse. Pecaré de reduccionista: la derecha encuentra en los medios de comunicación a sus voceros, a la izquierda solo le queda la movilización popular. Los grupos empresariales cabildean con los tecnócratas-Mad-Men del MEF. Le temen más a la renuncia de Castilla que a una arenga de Gregorio Santos. Mientras que la protesta social es el lobby de los pobres. Los primeros caen fácilmente en la agenda de los más represores, los segundos en la de radicales extremistas.

La falta de inteligencia azuza las contradicciones. Los “defensores” del modelo buscan deslegitimar cualquier demanda social tildándola de “senderista”. Los “perros del hortelano” ven a Humala como un “capturado” más por los poderes fácticos fujimoristoides. No hay diálogo posible porque el país se convierte en el reino de la manipulación. “Los azuzadores manipulan a los pobres marginados; métanlos presos”, dicen en la televisión por cable; “Los medios capitalinos manipulan a los citadinos; son unos corruptos”, dicen en las redes sociales. El presidente Humala toma posición agudizando el disenso: prefiere perder el cariño popular y recibir el espaldarazo de aprobación de los Dueños del Perú Mining Company.

¿Cómo salir de la situación de intransigencia? Para algunos, como Martín Tanaka, es necesario reactivar un centro político (o centro-izquierda). Pero, una posición de este tipo sería una más en el diálogo de sordos. Se requiere bajar la intensidad de los extremos, no crear una posición inocua. Para otros, como Steven Levitsky, quedan dos caminos en una democracia con conflictos: tolerar la violencia o cooptar “peronistamente” a los opositores. Para lo primero requieres de cuadros políticos, para que la situación no se te vaya de las manos; lo segundo te lleva a una vía fujimorista… y ya tú sabes cómo termina.

Insisto en que la salida depende de la capacidad de iniciativa política del inquilino de Palacio. Es decir, dar un paso más allá del entrampamiento suicida entre La Gran Transformación y la Hoja de Ruta. Humala debería trascender el trastorno de personalidad múltiple que él mismo ha creado con su dilema “polo blanco, polo rojo”.  Olvidarse del glosario electoral y poner los términos de una agenda política que desarticule a los actores polarizantes (a ambos extremos, perdonen la redundancia). No hay gobernabilidad con polarización. Ya sabe Usted, Presidente, por dónde empezar.

Publicado en El Comercio, 12 de Junio del 2012.

Monday, June 11, 2012

¿Gobernabilidad económica o representación política?


El país está dividido. A riesgo de ser simplista, podemos calcular una segmentación entre dos tercios de fervientes creyentes de El Perú Avanza y un tercio movilizado de los denominados “perros del hortelano”. Las élites políticas que se vinculan a cada parte, no solo se diferencian en posiciones “minera” / “anti-minera”. Esto es lo de menos. La diferencia más marcada radica en que los primeros priorizan la gobernabilidad a la representación, mientras que los segundos, la representación a la gobernabilidad, cuando en realidad no se puede lograr la una sin la otra. 

Humala-presidente privilegia la gobernabilidad económica. Padece de la ética del converso: se vuelve más fundamentalista que los originales defensores del modelo económico. No duda tomar partido, gritar a los cuatro vientos “Conga Va”, declarar su amor a los sectores conservadores a punta de Estados de Emergencia. Una vez en Palacio, tuvo la posibilidad de elegir su base de apoyo: los movilizados que lo sacaron del anonimato del outsider de turno o los poderes fácticos que son fanáticos del piloto automático. Eligió lo segundo. El resultado se ejemplifica en la ciudadana de Espinar que con Biblia en mano reclama al Presidente con resentimiento telúrico su primigenia agenda anti-minera. Decepción programática, reclamo radical. 

Humala-candidato, en cambio, privilegiaba la representación política. No le importaba meter miedo “chavista” con tal de convencer a los marginados que la hora de la gran transformación había llegado. En política no hay vacíos, y al zafar cuerpo de la agenda reivindicativa, ha creado la oportunidad para la reproducción de los Rimarachín. Un legislador, un presidente regional o un alcalde no tienen el abanico alternativo del Jefe del Ejecutivo que puede gravitar en torno a grupos económicos; a ellos solo les queda responder a los ánimos movilizados de sus electorados sin calcular los efectos de la conflictividad en las inversiones. Rimarachín, Coa, Santos, Acurio, Mollohuanca optaron por representar lo que Humala abandonó.

Humala practica una mediocridad política avasalladora. En los puestos de decisión –al menos en los temas de conflictividad social-- no abundan operadores, sino Homeros Simpson, aquellos de las ocho horas laborales apretando el mismo botón. Es un gobierno sin iniciativa política, donde el capitán --en vez de tomar el timón-- se ha dedicado a (des)inflar salvavidas.

Se requieren, al menos, dos pasos para salir de este falso dilema. La solución es política y no técnica. En primer lugar, atenuar la polarización. Estimado pro-sistema, el país no está lleno de azuzadores, es hora de que reconozcas las demandas justas detrás. Estimado anti-sistema, las políticas sociales no van a permitir la inclusión si la inversión no produce los recursos necesarios. En segundo lugar, necesitamos una gran iniciativa estatal que satisfaga a los movilizados y brinde serenidad a los inversionistas. ¿Qué le parece, señor Presidente, relanzar un Proceso de Descentralización? ¿O acaso se ha olvidado de esta palabra mágica que suena tan bien tanto a los tecnócratas del MEF como a las autoridades sub-nacionales? 

Publicado en El Comercio, el 5 de Junio del 2012

Friday, June 8, 2012

El Ultimo Intelectual


La semana pasada, la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés) le confirió a Julio Cotler el premio Kalman Silvert 2012, máximo reconocimiento que un académico latinoamericanista (especialmente de las ciencias sociales) puede aspirar. Cotler, a los 80 años, consagra de este modo –si acaso hacía falta—su valiosa carrera y recibe del mundo académico el agradecimiento por sus aportes imprescindibles para comprender el Perú y el continente.

Cotler es un intelectual cuya especie está en extinción. Nunca estuvo seducido por ambiciones políticas (como Vargas Llosa) ni buscó regodear sus ideas-fuerza asesorando a gobernantes a diestras y siniestras (como Hernando de Soto). Su ambición es distinta, es genuinamente académica, más no por ello carente de responsabilidad.  

Su compromiso es con principios y valores antes que con nombres propios o gobernantes de turno. Criticó al velasquismo, cuando un gran sector de científicos sociales buscaba justificar intelectualmente una dictadura. Le bastó decir que “No se puede democratizar al país por la vía autoritaria” para ganarse una deportación.

Criticó a la izquierda embelesada por el espejismo de los movimientos sociales. “Había que comprender que más importante que la lucha de clases era la lucha por la democracia”. Lamentó que el progresismo “descubriera muy tarde –en los ochenta—los derechos humanos”. No cayó en el marxismo fundamentalista ni en el “estructuralismo parisino”. En los tiempos que nadie podía comenzar un estudio “serio” sin hacer un llamado a las estructuras, él tomó distancia de la sociología.

Criticó a los que interpretan que la ausencia estatal es causada por el neoliberalismo. “Fue Alan García, Abimael Guzmán y los líderes izquierdistas los que debilitaron el Estado antes que las reformas de ajuste”, afirma. Es así como giró su enfoque hacia los actores políticos. Tan importante como las estructuras, es el margen de maniobra de las élites que moldean la historia del país basados en sus intereses.

Criticó activamente al fujimorismo, no solo por anti-democrático sino por los delitos que cobijó. Reclamó respeto por las instituciones políticas minadas por excesivos personalismos. Por eso le repele cualquier culto a la personalidad, desde Fujimori hasta Guzmán, desde García hasta el que practican sus propios “followers”, esos banales difusores del “Cotler was right” que no han leído un libro suyo completo.  No ha tenido discípulos, se conforma con tener lectores juiciosos.

Cotler es el último intelectual del siglo XX. Aquél que entendió que para conocer el país había que vivirlo desde adentro y desde afuera. Es un intelectual público tan cómodo entre estantes de libros como entre cámaras y grabadoras. Es un científico social que no vende ideologías, que no usufructa camisetas de moda, que no le prepara discursos a outsiders de turno ni le limpia las botas a militares disfrazados de estadistas. El siglo XXI trae otro tipo de académico, más profesionalizado menos legendario, más técnico y menos político. Cotler ha sido el último de su especie que Usted tiene aún la dicha de apreciar.

Publicado en El Comercio, el 29 de Mayo del 2012.

Thursday, June 7, 2012

¿Qué (no) es un operador político?


La mayoría de analistas concuerdan que a este gobierno le hacen falta operadores políticos, tanto a nivel de las élites como en la política sub-nacional, tanto en el Congreso como en los conflictos sociales. Son escasas las figuras políticas que convocan y generan confianza más allá de sus incondicionales, que dialogan con la oposición y ponen términos para acuerdos a pesar de las diferencias, que son capaces de movilizar apoyos dentro de la clase política y fuera de ella, que conocen las reglas informales de la política y las ponen al servicio de la estabilidad.

Por eso mismo, Fredy Otárola es más un escudero que un operador, es más Gustavo Pacheco que Velásquez Quesquén. Otárola tiene la habilidad de defender las sinrazones del gobierno al punto de justificar un error y elevarlo al status de estrategia; pero es incapaz de tender puentes hacia otras bancadas. Controla a sus ayayeros, pero carece de la destreza de imponer los términos del debate legislativo. ¿Acaso no fueron los apristas Mulder y Velásquez Quesquén quienes pusieron en la agenda la censura ministerial, a pesar de no llegar siquiera a conformar una bancada completa?

Por eso mismo, Oscar Valdés es más reactivo que propositivo, es más Javier Reátegui que Roberto Dañino. Valdés tiene el don del pararrayos político, de ser un fusible inagotable al borde del desgaste; pero no tiene el peso propio para sumar nombres de consenso al gabinete. Cuenta con la cordialidad de la alcoba presidencial, pero le cuesta vender bien los avances en las carteras menos cuestionadas. Es un especialista en convertir personajes opacos en ministeriables, aunque no calcule los costos de vestir a un empresario de granos en Ministro del Interior.

Por eso mismo, Adrián Villafuerte es más oscuro que confiable, es más Vladimiro Montesinos que el Alberto Adrianzén de los tiempos de Paniagua. Villafuerte tiene la fortuna de hablar el mismo lenguaje militar que adormece la inteligencia de Humala; pero no de pensar políticas de aliento para el país. No es un consejero político, sino el guardaespaldas mayor del gobierno. Para él, gobernar no es un asunto político, sino la defensa en un mundo de rumores, conspiraciones y amenazas. No reconoce el pluralismo; solo distingue enemigos y aliados. 

Por eso mismo, el nacionalista de a pie es más un troll que un cuadro de base, es más un militante a sueldo que un convencido ideológico. Es una versión 2.0 del peruposibilista que convirtió su partido en una bolsa de trabajo. No saben cómo neutralizar una protesta, pero sí cómo crear cuentas falsas en Twitter. Hacen extrañar a los reservistas etnocaceristas. Estos últimos se ganaban la vida vendiendo diarios y no difamando a periodistas independientes con los impuestos de todos.

Por eso mismo, cada vez que el Presidente Humala se decide por un “técnico” para un cargo político, se vuelve un poco Alberto Fujimori. Practicar activamente el desprecio por  la política, nos devuelve al lado más perverso de la década autoritaria.

Publicado en El Comercio, 22 de Mayo del 2012.

Wednesday, June 6, 2012

Buenas Noticias



Yace en la Biblia de todos los analistas con cartón y analistas espontáneos: “los partidos políticos están en crisis”. Generación tras otra, los científicos sociales peruanos han insistido en este axioma, a tal punto que cualquier estudio “serio” no debería dudar de ese credo. Es una cuestión de fe politológica. Sin embargo, la calificación de los partidos políticos “en crisis” está --en sí misma-- en crisis.

Decir que nuestra política carece de partidos –disculpen colegas—no nos dice nada. Además, genera un reflejo perverso que inhibe apreciar los rasgos positivos de un sistema que –aunque usted no lo crea— funciona mejor de lo que pronostica la teoría. Considero que el sistema de partidos peruano no puede considerarse más como “embrionario”. Hay elementos que, de fortalecerse, podrían mejorar aún más su nivel de institucionalización. Quiero contarles tres buenas noticias.

La primera: tenemos la volatilidad electoral más baja de nuestra historia. El porcentaje de electores volátiles, esos que migran de camiseta cada comicios, es del 24% en sufragios presidenciales y de 25.8% en parlamentarios (2011-2006). Comparemos: en la década del ochenta (aquella época donde creíamos, de manera sobredimensionada, tener partidos), la volatilidad promedio fue de 42% en elecciones presidenciales y 52% en congresales. Esta reducción aguda se debe a que, a pesar de no tener los partidos que manda la teoría, hemos generado una suerte de establishment electoral presidencial, con candidatos “permanentes” y outsiders pro-sistema. Hagamos una prueba: ¿Quiénes serán los candidatos presidenciales el 2016? Le apuesto que acertará en su mayoría.

La segunda: los peruanos tendemos a votar por programas antes que por personalidades u ofertas clientelares. Las elecciones presidenciales del 2011 y del 2006 se definieron en términos ideológicos. Aunque las organizaciones políticas son, en su mayoría, vehículos personalistas, los electores deciden sobre las claves programáticas de los candidatos antes que por sus características individuales. Como no hay maquinarias partidarias, el clientelismo se ve restringido a iniciativas particulares de corto alcance. Análisis estadísticos muestran que para elegir entre Humala y Fujimori, la “mano dura” fue irrelevante, y las posiciones frente a temas de derechos humanos y democracia decisivas.

La tercera: tenemos partidos inesperados. En esta tierra árida para cultivarlos, el viejo saurio de la política peruana –el APRA-- subsiste en contra de los deseos de los analistas sesgados, y quien más veces se cambió de nombre –el fujimorismo—tiene un respaldo social estable. Ambos lucen identidades políticas que generan pasiones, dividen al país y dan vida a parte de una ciudadanía que algunos pretenden generalizar como apolítica. El PPC logra renovar figuras mediáticas y mantiene una vida interna activa. Patria Roja, en el extremo radical, ya sabe lo que es ganar elecciones, al menos en el nivel sub-nacional: Pasco en el 2006 y Cajamarca en el 2010.

Nuestra política viene construyendo una lógica funcional, que la sostiene aún a pesar de un Estado débil y un tercio del país movilizado. La crisis permanente no existe. Colegas, por favor, no insistir.

Publicado en El Comercio, el 15 de Mayo del 2012.