El politólogo colegial
Se encuentra en la agenda del Pleno del Congreso de la República la propuesta de ley para la creación del Colegio de Politólogos del Perú, iniciativa del congresista chakano Rennán Espinoza. De acuerdo con el texto llevado a dictamen, la colegiación se convertiría en un “requisito indispensable” para el ejercicio de la profesión de politólogo, y sus miembros estarían sometidos a las decisiones de un “Tribunal de Honor”. ¿Cuán necesario y pertinente es una organización de este tipo?
La ciencia política es la disciplina de las ciencias sociales más joven en el país y el continente. De hecho, no existen más de diez peruanos doctores en Ciencia Política (aunque ello no impida que algunos entusiastas ofrezcan doctorados en esta especialidad). San Marcos y Villarreal cobijan a esta disciplina dentro de sus escuelas de leyes; mientras en la PUCP y en la Ruiz de Montoya surgió bajo el amparo de sociólogos. Hablar de un perfil profesional propio del politólogo en el país es, aún, un ejercicio de imaginación.
Sin embargo, la propuesta de Espinoza nos hace pasar de la ilusión a la pesadilla. No sólo por todos los perjuicios que el asociativismo obligatorio trae consigo (controlar la libre práctica profesional, monopolizar la representación de los intereses del “gremio”, sancionar “éticamente” posiciones políticas distintas a la “oficial”), sino porque además se pretende colegiar una carrera que aún no ha encontrado su lugar propio en el servicio al país.
Casi cualquiera pasa por politólogo en nuestros días: desde políticos desocupados hasta estadísticos extraviados en variables no cuantificables; desde antropólogos que citan par de veces a Sartori hasta economistas con sensibilidad política. Encuestadores y analistas espontáneos se gradúan de politólogos con mesas redondas y un certificado de su amigo decano. Hasta un bloggero que va dos noches por semana a escuchar a Sinesio López por qué sigue resentido con Humala.
La “creación” de un politólogo colegiado, en realidad reproduciría politólogos colegiales: permitiría que cualquier improvisado encuentre en un sello de papel agua la legitimidad que no ha podido construir por méritos académicos propios. Esta propuesta solo lograría institucionalizar la mediocridad, ya que pone el foco de la realización profesional en la vida de un gremio –difuso- antes que en la formación y actualización educativa. Crearía una falsa tecnocracia llamada a justificar “científicamente” a los gobernantes de turno.
En otros países existe la posibilidad de la libre asociación, sin pretensiones de buscar un nicho en algún órgano estatal con representación colegial, sino con el objetivo de profesionalizar la ciencia política en el rigor académico, lejos de la influencia política y las maniobras ideológicas. La preocupación está en mejorar los planes curriculares universitarios y en la organización de congresos donde sus miembros exponen y dialogan sus investigaciones en intercambios con colegas extranjeros. En cambio, nosotros queremos imponernos una camisa de fuerza, una burocracia dispuesta a la relación patronal y al clientelismo que sacrifica rigurosidad profesional por cargos públicos.
Publicado en El Comercio el 19 de Junio del 2012.