Tuesday, October 30, 2012

La Soledad de la Política



El alto nivel de conflictividad social que se mantiene por más de una década se debe a la conjunción de factores estructurales y políticos. El modelo de crecimiento económico ha generado un flujo de inversiones que, intensiva y extensivamente, se expande por todo el territorio nacional, con especial énfasis en las zonas rurales y de baja densidad estatal. 

A diferencia del proceso de modernización del siglo XX, para formar parte de ese engranaje económico ya no es necesario la conversión de campesino en migrante (y de ahí en ciudadano). Ahora los capitales se dirigen hacia el interior del país (no se concentran en la capital ni en las ciudades costeñas), donde el Estado ha sido históricamente frágil. Además, las reformas de las últimas décadas (desde el fujimorista Decreto Legislativo 776, pasando por la descentralización y las reformas participativas) han generado incentivos adicionales para la política subnacional.

La conjunción de capitales activos, debilidad estatal y reformas descentralistas activa la política en la esfera local en un contexto donde no existen partidos políticos capaces de traducir políticamente esta situación, tal como lo hicieron los viejos partidos con respecto a los procesos sociales previos a las reformas de ajuste.

Quienes ahora intermedian la política no logran canalizar las demandas sociales a través de la política representativa ni tampoco pueden agregar las agendas locales movilizadas en los niveles provinciales, regionales y nacionales, cada cual más difícil de articular que el anterior. Es decir, no logran superar esta “doble brecha”: la horizontal, entre protestas sociales que no conectan con políticos independientes, y la vertical, entre las arenas que van desde los distritos rurales hasta la política nacional. Se trata finalmente de operadores políticos (ya no partidarios) abandonados a la cotidianidad de protestas y crisis de representación. Sufren de lo que llamo “la soledad de la política”.

Este es el argumento del ensayo que presento mañana en la Feria del Libro Ricardo Palma. El hilo articulador son instantáneas de las biografías de operadores políticos durante eventos de conflictividad social. Ilave, Quilish, Moquegua y Bagua son los escenarios donde la historia oficial coincide con el protagonismo circunstancial de estos políticos de a pie; no de quienes llegan a la Plaza Mayor o a la Plaza Bolívar sino de personajes que, si alguna vez se colaron en un titular de la prensa nacional, hoy son parte del olvido. Cirilo Robles en Ilave o Santiago Manuin en Bagua, son dos de más de una decena de personajes secundarios de la historia, cuyas acciones y omisiones durante eventos de conflictividad reportan la esencia de nuestra política. 

Se trata de un ensayo ambicioso que busca explicar las relaciones entre sociedad y política en el país. En este intento procuro conciliar aproximaciones de carácter estructural (centradas en la economía y la historia) con miradas institucionales y de agencia política. Reúne las notas de campo de diez años, con la rigurosidad científica de quien ha recorrido “el país de los conflictos” y ha encontrado una política aislada, abandonada, sola.

Publicado en El Comercio, 23 de Octubre del 2012.

Conflictólogos


No es ningún misterio que la conflictividad social es el fenómeno que ha concitado la mayor atención en lo que va del siglo XXI peruano. Se ha convertido en un vocablo recurrente de políticos, periodistas, encuestadores y ciudadanos de a pie. Para un 30% de consultados a nivel nacional, por ejemplo, es la principal razón para desaprobar la gestión de Ollanta Humala. Es más, nunca antes los empresarios han estado tan concernidos por comprender el comportamiento político de los que toman las calles.

Este inesperado interés por entender al peruano-Conga-No-Va ha generado la reproducción milagrosa de especialistas en conflictos sociales. Los conflictólogos –esa suerte de “senderólogos” del boom minero— son el producto de la demanda de élites políticas y económicas perdidas en la confusión. Son requeridos para saciar artificialmente la exigencia de un “dueño del Perú” por comprender la realidad social en un power point. Para muchos de sus clientes, constituyen la promesa de un curso acelerado de sociología política urgido por la ignorancia antes que por la culpa.

El problema con este tipo de experto es que, por más que ostenten títulos de post-grado, su oficio no es académico. De hecho, en un atentado a la rigurosidad metodológica, reducen un fenómeno complejo (las relaciones entre la sociedad y la política) a un objeto de estudio superficial (“protestas anti-mineras”) a la medida de sus limitaciones. Por lo tanto sus análisis no trascienden la epidermis de la realidad. Sus aportes –y peor aún sus recomendaciones—conducen a decisiones equivocadas; con suerte, inútiles. 

La mayoría de sus recetas merecen formar parte de una antología de insensateces y, en el mejor de los casos, de lugares comunes. ¿Cuántos empresarios han sentido el sinsabor de la estafa cuando las consultorías terminan con resúmenes ejecutivos que se sintetizan en “es un problema de comunicación” o el aclamado “hace falta diálogo”?  Desde publicistas que preparan guiones para comerciales de televisión hasta consultores en seguridad que chuponea las comunicaciones de operadores políticos entran en esta tragicomedia de sobre población de versados y ausencia de respuestas.

La responsabilidad de esta situación es compartida con la academia tradicional. Anquilosada en su ensimismamiento, ha perdido la vocación de generar explicaciones ambiciosas ante una realidad que desafía el rol de los intelectuales. No se procesa evidencia empírica sistematizada sobre las transformaciones de un país en crecimiento económico pero desinstitucionalizado políticamente. Las estadísticas sobre conflictos sociales sirven tanto como una encuesta que se pierde rápidamente en el titular de un periódico de ayer.

Pero sobre todo, se ha abandonado la disposición por la reflexión pública, por el debate académico serio y profesional, comprometido con la producción de conocimiento que trascienda las consultorías y las salas de reuniones con las gerencias sociales de las empresas contratantes. El reino del conflictólogo –o del hiper-especialista de asuntos superficiales—es, en cierta medida, el fracaso de las ciencias sociales por entendernos.

Publicado en El Comercio el 16 de Octubre del 2012.

Friday, October 12, 2012

Las Tres Izquierdas


Dejando a un lado distinciones ideológicas (unas más proclives a las políticas de mercado que otras), propongo una (¿otra?) clasificación de la izquierda peruana, considerando sus lógicas de comportamiento político: la insurrecta, la movimientista y la electoral. (El politólogo Guillermo Trejo realiza un ejercicio similar al analizar la izquierda mexicana).

La insurrecta tiene raíces revolucionarias. Su objetivo fundacional era conquistar el poder a través de las armas. La ola democratizadora pasó por América Latina pero no por lo que queda de esta izquierda. Sus métodos siguen siendo subversivos y anti-establishment. Se ubica por fuera del sistema político y no comparte sus reglas de juego, llegando a versiones terroristas como Sendero Luminoso.  Su auto-marginación la lleva a encontrar aliados de su misma especie, ya sean rebeldes new age como los etnocaceristas o ilegales como los narcotraficantes.

La movimientista está en las calles. Se origina en la creencia que el movimiento popular puede crear “un nuevo orden” (sic). Precisamente en las movilizaciones sociales se encuentran las semillas de la “democracia participativa”, un constructo espirituoso que busca legitimar una presencia pública alternativa a la que se gana en las urnas. Su hábitat es la “sociedad civil”, pero no por ello deja de tener capacidad de presión política. Su actividad actual más notoria son las protestas en contra de la inversión minera y tiene en la agenda ambientalista la identidad movilizante (coyuntural) después de otros intentos fallidos como el discurso étnico o el cocalero.

La electoral está en la calle. Cada cinco años desde 1980, cree en el milagro de un nuevo partido, de un utópico candidato único con arrastre popular, de una nueva confluencia. No ha tenido la capacidad de producir una renovación de cuadros que vaya de la mano con un discurso actualizado y atractivo. Probó de todo, hasta la vía del atajo del outsider militar, cuya “traición” ha convertido a sus militantes sin partido en emos políticos. Ha regresado a los papelógrafos para trazar el derrotero de un nuevo experimento. Fuerza Ciudadana es su última “creación heroica”. 

Hace unas semanas, Jaime de Althaus se preguntaba por qué no nos tocó una izquierda moderna. La pregunta no debe restringirse al plano programático, sino también considerar las estrategias políticas. En América Latina, cuando la izquierda electoral ha tenido la habilidad de vincularse con la movimientista, ha logrado encauzar una fuerza política que defienda la agenda de la lucha de la desigualdad desde el Estado, pero dentro de la moderación de las reglas democráticas. Pero cuando la izquierda de las calles es ganada por la insurrecta, las posibilidades de proyectos autoritarios y violentos son mayores.

Con la influencia de la izquierda sediciosa en sindicatos (CONARE-SUTEP) e intentos inclusive de incursionar en la arena electoral (MOVADEF), la principal responsabilidad de su crecimiento cae en la incompetencia de la izquierda electoral. Esa misma que al celebrar la re-reelección de un presidente autoritario como Hugo Chávez, se aleja más de una izquierda democrática e institucionalista y se vuelve tan “bruta y achorada” como la insurrecta. 

Publicado en El Comercio, 9 de Octubre del 2012.

Thursday, October 4, 2012

Las dos derechas


La posibilidad del indulto al ex presidente Alberto Fujimori nuevamente divide al país. El fujimorismo se constituye así en un clivaje político que atraviesa la sociedad, la clase política, la Iglesia e, incluso, la propia derecha. Creer que la libertad de Fujimori es una insignia de toda la derecha es un simplismo tan grosero como el creer que los que están en su contra son todos “caviares”.

Norberto Bobbio ensaya una definición mínima de derecha como la posición política que considera que las desigualdades entre la gente son naturales y están fuera de la responsabilidad estatal. En algunos países el esquema izquierda/derecha se afirma al superponerse otros ejes ideológicos, como el secularismo/clericalismo y su impacto en el plano social (por ejemplo un progresista PDR y un católico conservador PAN en México). Pero también es posible que, en vez de fortalecerse entre sí, los ejes complementarios dividan al interior de la propia derecha (como es el caso del conservador UDI y el más liberal RN, ambos partidos de la derecha chilena).

La derecha peruana comparte la definición mínima, pero puede llegar a tener discrepancias políticas máximas, derivando en dos vertientes. Por un lado, tenemos una derecha más pragmática, que no le hace ascos a la mano dura para resolver problemas de conflictividad social, cuya evaluación ética pone en la misma balanza los resultados económicos y su reducida noción de violaciones a los derechos humanos a meros “costos sociales”; relativizando actos de corrupción, justificando el “robó pero hizo obra”. Para movilizar a las masas, apela al clientelismo. Su versión exacerbada, autoritaria, convierte la caricaturización de la “DBA” en una realidad.

Pero hay otra derecha, más institucionalista, que considera que los principios democráticos (como el Estado de derecho y el equilibrio de poderes) están por encima de las conveniencias políticas. Que no comparte el reflejo de acudir a los militares para controlar el orden público y que cree que el cumplimiento de las sanciones establecidas por la justicia autónoma es un requisito para el perdón. Su estrategia de movilización es sobre todo ideológica.

Cuando no existen partidos enraizados, estas dos vertientes se manifiestan políticamente a través de diversas modalidades: poderes fácticos (grupos de poder económicos, medios de comunicación), expresiones electorales (unas en proceso de institucionalización, como el fujimorismo; otras más emotivas como los PPKausas) y hasta a través de las voces editoriales de líderes de opinión, algunas con volátiles convicciones.

La promoción del indulto a Fujimori pone en evidencia la capacidad de articulación --y el consecuente poder-- de la derecha pragmática en varios frentes. La presión de sus élites encuentra legitimidad social en el movimiento fujimorista, potencialmente movilizable y un apoyo importante en la opinión pública. La obstrucción a esta posibilidad, en cambio, no pasa solo por la presión de la izquierda (aislada en las esferas de poder, fragmentada a nivel del movimiento social), sino sobre todo porque la derecha institucionalista salga de su aletargamiento político. Espero que, por el bien de nuestra democracia, despierten.

Publicado en El Comercio, el 2 de Octubre del 2012.

Tuesday, October 2, 2012

Estimado Levitsky


Soy un politólogo como usted. Formado en la rigurosa ciencia política estadounidense como usted y disfruto de los beneficios de esta academia –donde estudio—, pero respeto las investigaciones y opiniones que se fabrican en el Perú. Entonces le pregunto: ¿por qué tergiversa mis argumentos sobre la definición del término “caviar”? ¿Es válido adulterar las posiciones de sus colegas para, a partir de ellas, elaborar un discurso justificatorio para el sector político de sus preferencias? ¿Replicaría este tipo de “criollada” en una revista especializada o es que el papel impreso de la prensa peruana aguanta todo?

Hace dos semanas esbocé una caracterización de los “caviares” centrada en dos elementos: “no solo una posición política liberal sino también en un status de clase que va de la mano con un estilo de vida acomodada”. Se trata claramente de dos características concurrentes. No todos los que ostentan un estilo de vida acomodada ameritan esa etiqueta, pero sí los liberales políticos que pertenecen a la élite limeña. Esta combinación produce determinado “desviado sentido de la realidad” (la derecha autoritaria tiene sus propios sesgos) que puede llegar a la intolerancia. Pero usted, estimado Levitsky, me hace autor de otra definición, una en la que todos esos elementos son exclusivos de los caviares, una manipulación de mi idea original que no suscribo.

Además, dudo de su conclusión: los caviares son post-materialistas. ¿Es “post-materialista” un director de ONG que aprovecha la matanza de Accomarca para hacer un “proyectito” que le permita terminar su casa en la playa? (La lamentable anécdota es narrada por Martín Tanaka en su blog). ¿Hasta qué punto son éstos “valores caviares” si pueden deberse a motivaciones más mundanas?

Aunque le conceda el beneficio de la duda (la anécdota puede ser una excepción), su argumento sigue en deuda. Inglehart y Welzel (2005) hablan de los determinantes económicos y culturales de los valores. Usted solo contó la primera mitad de la historia, la marxista. La segunda, weberiana, dice que las naciones y sus herencias culturales tienen también un efecto en la generación de principios y creencias; y este impacto es mayor al interior de los países. Efectivamente, los más ricos tenderán a enfatizar los valores postmateriales en comparación con los más pobres; pero dada la historia compartida, los valores de las élites peruanas deberían semejarse a los de las clases bajas. Nuestros caviares, sin embargo, alucinan tanto con tener un alcalde como Mockus o un presidente como Mujica, al punto de llegar a desconectarse (desviarse) de su realidad política nacional. 

Estimado Levitsky, usted desnaturalizó mi definición para santificar al espíritu caviar. La política, sin embargo, no se divide entre buenos y malos; caviares y derecha bruta y achorada (DBA) persiguen intereses distintos y es menester de nuestro oficio identificarlos. Usted  –en un asalto de oscura ética y transgresión deontológica- prefirió quedar bien con su platea y para hacerlo deformó mi argumento y debatió con una versión adulterada que denominó idiotez, estupidez. Pero, amigo Levitsky, ¿cómo catalogaría usted a quien se interesa por “cojudeces” como ha definido mis argumentos?

Publicado en El Comercio, el 25 de Setiembre del 2012.

Cronología del intercambio:

Caviares por C.M. Publicado en El Comercio el 4 de Setiembre del 2012.
Los Caviares desde otro ángulos por S.L. Publicado en La República el 16 de Setiembre del 2012.

Otras referencias:

Caviares, daiquiris, los buenos y los malos por Gonzalo Zegarra. Publicado en Semana Económica el 25 de Setiembre del 2012.
La Etica del Observador por Martín Tanaka. Publicado en el blog del autor el 18 de Marzo del 2007.